LA REVOLUCIÓN

 (A MANERA DE CONCLUSIÓN)

 Por Javier Ignacio Alarcón

 Nota: Este es el tercero y último de una serie de artículos sobre el escenario político venezolano. Para entenderlo completamente se deben leer los dos anteriores, ambos publicados en Guayoyo en letras: El discurso y sus personajes y La otra cara del discurso (el antagonista).

 

across-the-universe-libertyHasta ahora hemos hablado del escenario político como de una novela, una película que se reproduce frente a nosotros. La realidad política, sin embargo, desborda el escenario e invade la vida de quienes vivimos en Venezuela. La pregunta que nos debemos plantear, entonces, es la siguiente: ¿cómo el discurso oficial se proyecta en el día a día de los ciudadanos?

 

 

Sería una ingenuidad pensar que quienes escuchan el discurso, quienes se involucran y se identifican con él, quienes lo viven, ordenan sus vidas de una manera coherente a la pregonada por el presidente o por el candidato de la oposición. Pero, sería un error igual de grave pensar que las personas viven ajenas a lo que ocurre en la política. Lo que debemos preguntarnos es cómo se relacionan estos dos niveles, el del escenario político y el de la sociedad, a quienes hasta ahora hemos llamado audiencia, pero que sería más apropiado ver como actores.

 

Todos participamos en la política, ha dicho en más de una ocasión el presidente. Sobra decir que esta afirmación no es para nada nueva ni original. El problema que puedo apreciar en la continua insistencia que se hace en esa idea, es la manera en la cual se simplifica. Quizás es indudable que todos participamos, de una manera o de otra, en la política. Igualmente cierto es, sin embargo, que esa participación no es necesariamente activa o directa. Incluso en un sistema democrático, donde el voto parece ser la herramienta del hombre común para actuar en la política, el verdadero accionar de las personas o, por lo menos, en mi opinión, el más importante, no está relacionado al voto.

 

Agamben, en un ensayo sobre la importancia de la “impotencia”, señala cómo el último bastión de la libertad reside, no en el hacer, sino en el no hacer: “Aquel que es separado de lo que puede hacer aún puede, sin embargo, resistir, aún puede no hacer. Aquel que es separado de la propia impotencia pierde, por el contrario, sobre todo, la capacidad de resistir” (Agamben, G., Sobre lo que podemos no hacer; en Desnudez, 2011, Anagrama). Traigo esta observación para ilustrar lo que he dicho: a veces la relación del individuo con la política no se basa en lo que hace, sino en lo que no hace, en cómo se resiste.

 

Sin embargo, el ensayo de Agamben nos obliga a enfrentar una de las grandes cuestiones de la actualidad: el voto. No pienso discutir si se debe o no votar, pero si cuestiono la capacidad de las elecciones para cambiar la realidad del país. Para empezar, porque esta herramienta democrática ha sido banalizada en los últimos catorce años, hemos ido a votar tantas veces que la fuerza de esta herramienta se ha disuelto en la monotonía. Y surgen, por supuesto, distintas preguntas. ¿Realmente va a haber un cambio de presidente? ¿Este cambio significaría una transformación de la sociedad? ¿Cuál es, en resumen, la relevancia real de las elecciones, de las que se avecinas y de cualquiera que venga después?

 

Let-it-Be-across-the-universe-385699 1920 1278Escuchamos hablar a nuestros padres de una Venezuela que se ha perdido en los últimos años. Más allá, la Venezuela que ellos describen, en la que ellos vivieron, parece haber sido maravillosa. En lo personal, me cuesta aceptar esto: si Venezuela estaba tan bien, ¿por qué apareció el gobierno que “lo arruinó todo”? La sociedad no es sólo la audiencia del discurso político, que lo aprecia y lo vive, sino que es, al mismo tiempo, el terreno que posibilita la aparición de éste. En otras palabras, el socialismo del siglo veintiuno preexistía, en un sentido, al presidente.

 

 

El país poseía la “revolución bolivariana”, no como una realidad, pero como una potencia y ésta se actualizó en el año noventa y ocho. Mas no podemos limitarnos a decir que la sociedad posibilita el discurso político, también debemos señalar que se retroalimenta de él. Nos debemos preguntar, por lo tanto, hasta que punto la “revolución bolivariana” ha cambiado a nuestra sociedad.

 

 

He dicho, en otro artículo, que el discurso del presidente nos obligó a enfrentar una realidad que, por mucho tiempo, hemos querido negar. Aun hoy, existen quienes se niegan a aceptarla. Pero ha aparecido, se ha hecho palpable. Cómo enfrentemos esta nueva realidad dependerá de nosotros.  

 

En su libro ¿Qué es la filosofía? (2009, Anagrama), Deleuze nos dice: “La victoria de una revolución es inmanente, y consiste en los nuevos lazos que instaura entre los hombres, aun cuando éstos no duren más que su materia en fusión y muy pronto den paso a la división, a la traición”. ¿Qué ocurre si intentamos leer la llamada “revolución bolivariana” desde esta perspectiva? No dudo de la hipocresía del discurso del presidente, al igual que de su fuerza política. Sin embargo, debemos intentar ver más allá del escenario y mirar hacia la audiencia, hacia la sociedad. Así como una novela transforma al lector, sospecho que el discurso nos ha cambiado y continuar leyendo nuestra realidad con las mismas formulas que nos han servido para entender nuestro pasado, no nos llevará a ninguna parte.

 

¿Qué nuevos lazos se han instaurado entre nosotros como sociedad? ¿Hasta cuando durarán? ¿Cómo los asumiremos y nos reestructuraremos? ¿Cuál será la forma de la nueva traición? Sugerí, previamente, que el cambio real aparecería a través de una crisis. Sin embargo, ahora me atrevo a decir que el cambio ya ha ocurrido y sigue ocurriendo. Y, no importa que tan sutil sea, nos afecta de manera definitiva e irreversible. Por lo tanto, considero que existe una necesidad por reinterpretarnos y abrirnos a nuevas formas de entendernos, por soltar los viejos análisis y discursos. Sólo así podremos quebrar, realmente, la estructura del discurso imperante.

 

 

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Guayoyo en Letras