AL GRANO

Por Efrén Rodríguez

 

En sintonía con el Al Grano anterior, presentamos este interesante artículo del Psiquiatra Pedro Delgado Machado. Se trata del concepto desesperanza aprendida, un estado de pérdida de la motivación muy útil para regímenes de corte totalitario y nefasto para la ciudadanía democrática.

 

Desesperanza aprendida
Pedro Delgado Machado

GRANOSDesde un punto de vista psicológico, la desesperanza aprendida es una suerte de convicción, presente en algunas personas, de que no es posible modificar la realidad y que, independientemente de las acciones que emprenda para cambiarla, las cosas se quedarán como están.

 

Martin Seligman, creador de una corriente psicológica conocida como “Psicología Positiva”, estudió a fondo el tema de la desesperanza aprendida, y junto con un grupo de colaboradores sometieron a un grupo de perros a un experimento en el que se les aplicaba descargas eléctricas, impredecibles e incontrolables. Entre sus conclusiones, reportaron que los animales se vieron impedidos de predecir o controlar el estímulo doloroso, por lo cual perdieron su motivación y lucían desanimados, lentos y torpes para actuar y limitados para aprender nuevos comportamientos.

 

Uno de los conceptos psicológicos más importantes de los últimos años, es el de “desesperanza aprendida”, que es un estado de pérdida de la motivación, de la esperanza de alcanzar los sueños, una renuncia a toda posibilidad de que las cosas salgan bien, se resuelvan o mejoren. Sin duda alguna, uno de los peores males que puede sufrir un ser humano es la “desesperanza aprendida”. Una enfermedad tanto individual como social o colectiva que tiene profundas repercusiones en la esfera física y psicológica que termina por consumir toda capacidad de respuesta y sumerge a la persona en la pasividad.

 

Desde un punto de vista psicológico, la desesperanza aprendida es una suerte de convicción, presente en algunas personas, de que no es posible modificar la realidad y que, independientemente de las acciones que emprenda para cambiarla, las cosas se quedarán como están.

 

Esta sensación surge cuando, por un motivo u otro, la persona sufre varios fracasos continuos en una lucha, lo que hace que se vaya agotando su energía para volver a intentarlo. Es lo que por ejemplo ocurre con aquellos que nacen en una situación de pobreza y marginalidad donde son tan escasos los medios para salir de ella que cada intento por superar la adversidad termina en un fracaso o en una desilusión. Hoy sabemos que en la política y en la guerra se usan estrategias para generar en los disidentes, opositores y/o enemigos, estrategias de este tipo para desmoralizarlos y evitar iniciativas resistentes a los abusos de poder.

 

El filósofo Nietzsche la consideraba “la enfermedad del alma moderna”. Puede decirse que es un estado en el que se ven debilitados o extinguidos el amor, la confianza, el entusiasmo, la alegría y la fe. Es una especie de frustración e impotencia, en la que se suele pensar que no es posible por ninguna vía lograr una meta, o remediar alguna situación que se estima negativa. Es una manera de considerarse a la vez: atrapado, agobiado e inerme.

 

Los estudios muestran que aquellas personas que logran salir de este estado y toman las riendas de sus circunstancias, considerando que de ellos depende lo que puedan lograr, se enfrentan más positivamente a este sentimiento, por tanto las experiencias son más exitosas. La desesperanza es la percepción de una imposibilidad de logro, la idea de que no hay nada que hacer, ni ahora, ni nunca, lo que plantea una resignación forzada y el abandono de la ambición y del sueño.

 

Estamos frente a una situación socio-política en la que parece que ciertos factores quieren sembrar la desesperanza aprendida en un sector importante de la población que está inconforme para inducirlos a la pasividad. Las elecciones de septiembre próximo parecen ser su objetivo. Que los votantes se convenzan de que no tiene sentido votar porque todo está perdido. Cuidado con este sentimiento porque nada peor que rendirse antes de librar la batalla, sobre todo cuando hay buenas posibilidades de que las cosas cambien. Votar es un instrumento de cambio, no lo desperdicies por pensar que no vale la pena.

 

Fuente: Tal Cual / 30-08-2010

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