¿ES POSIBLE VIVIR DEL ARTE EN VENEZUELA?
Por Jessica Márquez Gaspar
La función, el recital, el concierto, el bautizo o la inauguración terminan. El público o los visitantes abandonan la sala y queda solo el artista. Recoge sus cosas sin ayuda de nadie, se cambia de ropa a blujeans y franela, y sale a la calle por la puerta técnica o trasera. Fuma un cigarro en la acera mientras un vigilante cierra detrás de él. Con el vestuario o la escenografía a cuestas, comienza a caminar hacia el metro, porque no alcanza para el taxi y se pierde en la noche.
Esa es la realidad del artista venezolano. Después de unos años trabajando como Periodista Cultural, Productora, Jefa de Prensa y otros cargos similares, esta escena ha dejado de golpearme como lo hizo la primera vez. En nuestro país parece difícil –por no decir imposible- vivir del arte.
La primera vez que observé una escena como la que describí me sentí “detrás de la magia”, pero luego de convivir durante una temporada con el elenco de una producción teatral (en el escenario y en el camerino), y de trabajar en la Dirección de Cultura de la UCV, comprendí que no podía ser de otra forma.
La situación es compleja. Es posible formarse: desde carreras universitarias como Artes en la UCV, el estudio en el sistema UNEARTE, los diplomados, talleres y cursos, pagos y estatales, hasta el aprendizaje a través de los programas de las distintas agrupaciones, se convierten en opciones para trascender de lo amateur a lo profesional. No obstante, eso no garantiza que sea posible vivir del arte.
Cientos de artistas viven una doble vida: “Clark Kent y Superman”. De día ejercen una profesión, de noche, son actores y actrices, artistas plásticos, músicos, escritores, bailarines, cineastas. Meseros, vendedores farmacéuticos (esto es “de la vida misma”), abogados, comunicadores sociales, ingenieros, son algunos de los “disfraces” que visten –vestimos- para pagar las cuentas. Aún la electricidad no se paga con notas o lentejuelas.
La realidad es que son pocas las veces que los artistas reciben remuneración por su trabajo. No tienen quince y último, ni cestatickets, ni beneficios. Menos aún HCM. (¿Quién ha oído hablar en este país de un contrato colectivo para un ballet?) No tienen jubilación y cada vez tienen menos tiempo para ser lo que son. En un intento de vivir de algo cercano a lo que aman, se convierten en Promotores Culturales: coordinadores de salas, directores de editoriales, jefes de prensa (¿les suena?), y otras similares. E, ironía, cada vez tienen menos tiempo para hacer arte. Mientras tanto, la jornada de trabajo dura 15, 18 y hasta 22 horas.
Aunque se creó en gobiernos anteriores la iniciativa de la Casa del Artista, lo cierto es que lo único que garantiza ingresos fijos, estabilidad laboral y una jubilación a cambio del oficio creativa es trabajar para el Estado, una organización o la empresa privada. Del resto, se trata de una labor que hombres y mujeres realizan porque lo sienten y porque, al final del día, necesitan más el instante de la creación que el dinero: “no sólo de pan vive el hombre”. Pero lo cierto es que nadie, ni siquiera Van Gogh, puede vivir sólo Por Amor al Arte.
@Jessisnews
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