EL DICTADOR
Por María José Castro
El Dictador es una película producida y protagonizada por Sacha Baron Cohen, dirigida por Larry Charles, quienes nuevamente satirizan un tema tan delicado como el Islam y el poder despótico de los mandatarios totalitarios. Se dice que este film está basado en la novela “Zabibah y el Rey” que en el año 2000 se publica en Irak de carácter anónimo.
El autócrata Almirante General Haffaz Aladeen trata de evitar que la democracia llegue a su país, el estado norteafricano de Wadiya, rico en petróleo y bastante aislado. A los seis años, tras la desafortunada muerte su padre, que fue alcanzado por noventa y siete balas y una grana de mano, Aladeen es nombrado líder supremo. Su consejo de más confianza es su tío Tamir (Ben Kingsley), quien es jefe de la policía secreta, jefe de seguridad y proveedor de mujeres. Se rumora que Wadiya está desarrollando armas nucleares, por lo que las Naciones Unidas (y Occidente, en general) busca la explicación de Aladeen, quien no hace mucho caso a las presiones mundiales. Sin embargo, decide enfrentar la situación cuando uno de sus dobles es asesinado y decide viajar a Nueva York para dirigirse a los líderes que lo acusan. Pero Tamir ya tiene otros planes para su sobrino: asesinarlo y colocar un doble en su lugar, uno muy tonto al que pueda utilizar como marioneta. El plan casi resulta, salvo que Aladeen logra escapar de la muerte y ahora, despojado de su emblemática barba, observa con rabia cómo su doble habla frente a Naciones Unidas y ofrece liberar a Wadiya de la dictadura para instaurar una democracia, mientras él se convierte en un indigente en las calles de Nueva York, una ciudad que está repleta de exiliados de Wadiya y cuyo mayor deseo es ver a su país libre del antioccidentalismo.
El humor de Sacha Baron Cohen es bien conocido, es tipo de persona que busca generar nerviosismo con chistes racistas, homofóbicos, bélicos, denigrantes y machistas. Cada frase, cada broma, cada cameo esconde una sátira a lo más absurdo de cualquier sociedad o cultura. Una cosa que le sienta muy bien a esta cinta es optar por una narrativa convencional, que le permite realizar una mordaz e irreverente crítica hacia dos de los sistemas políticos más populares del mundo: la dictadura y la democracia, sin tener que preocuparnos porque el tiempo transcurra rápido. Son ochenta y tres minutos muy ligeros que le roban al espectador algunas sonrisas.
Un dato curioso es que Cohen resulta ser mucho más divertido cuando promociona sus películas que en la cinta misma, ya que prepara auténticos eventos. Recordemos aquella hilarante secuencia del barco que preparó en mitad del festival de Cannes, si no cuando busca la provocación y la reacción de algún personaje como en la que protagonizó este año en la alfombra de los ojos con Ryan Seacrest o el ya famoso encontronazo con Eminem en la presentación de Bruno.
El arranque del largometraje no está nada mal, inicia informándonos que es un homenaje al dictador norcoreano Kim Jong –Il. Al principio resulta ser muy parecido a “Borat”, la escatología, la rudeza y las bromas sexuales ocurren mientras Cohen se empeña en demostrarnos que vivimos en una democracia imperfecta. La ajustada banda sonora de Erran Baron Cohen, crea un genial contraste entre la seriedad de su música y las grotescas imágenes del director Larry Charles.
No nos encontramos ante ninguna obra maestra, pero consigue su objetivo: hacernos reír. Próximamente podremos disfrutarlas en las cartelas de cine venezolanas.
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