¡ODUMODNEURTSE!
Por Javier Ignacio Alarcón
Oh escandalo de miel en los crepúsculos.
Oh estruendo mudo.
Cesar Vallejo
El reconocimiento de su mirada fue inmediato. Todo lo demás era ajeno. La inspeccioné una segunda vez: los tacones altos y negros, las piernas largas, la falda corta, las nalgas que se balancean al ritmo de la música, la cintura dibujada por el vestido, los senos grandes, el cuello delgado, el cabello corto, el rostro serio a pesar de la sonrisa. Con esta segunda revisión, sólo confirmo lo que la primera vez descubrí: ella no es, es completamente distinta, es otra persona. Y, sin embargo, la mirada.
Ella no es poetiza, ella no sabe nada de poesía. Ella no tiene la más mínima idea de quién es Vallejo ni conoce el verso aquel: simplificado el corazón, pienso en tu sexo. No sabe nada y aun así, me arriesgo y la inspecciono una tercera vez. Ya no tengo ningún tipo de esperanza, sé que no es ella. Esta vez me limito a mirarla, a explorarla. Recorro la sala mientras las luces se prenden y se apagan y se prenden y se apagan y descienden, en la forma de hilitos verdes que recorren la habitación. La música marca el andar de mis pasos que uno tras otro avanzan hacia ella. Cada vez que la veo me sorprendo: qué distinta es. La novedad se esconde en la esquina de este local y yo avanzo, anclado en su mirada (lo único que es indudablemente igual).
¿Cómo no acordarme de Vallejo? Y mientras hablo con ella me provoca gritarle: pienso, sí, en el bruto libre. Y volver a insistirle: que goza donde quiere, donde puede. Y me imagino cómo sería descubrirla en ese preciso momento, mientras se ríe, seria como siempre, de las estupideces que le digo. Recorro su cuerpo, le quito el vestido: que goza donde quiere, repito internamente. Y mientras todo esto ocurre en mi cabeza, ella me sonríe y se inclina sobre la barra y pide otro trago y le dice al hombre que yo lo voy a pagar. Lo cual sólo puedo interpretar como una señal, como un pacto.
Es entonces, cuando creo que todo está resuelto, que dejo de mirarla. Que me concentro en la sala y en la gente bailando. Y en las luces. Me abstraigo de la música que con cada golpe y con cada bajo y con cada compás marca el ritmo de esa noche en la que trato de olvidar. Y me repito la frase una y otra vez: pienso en tu sexo.
Es después, cuando ya estamos solos y no hay música, cuando ya no hay nadie que nos vea y el bruto reaparece; es entonces cuando recuerdo la frase completa: pienso en tu sexo, surco más prolífico y armonioso que el vientre de la sombra. Porque ahora se me revela el secreto, ahora todo vuelve a mí poco a poco. Ahora la veo y me doy cuenta: todo ha sido un esfuerzo inútil. Porque aunque ella es diferente, aunque es nueva y no se parece en nada; aun así, yo sólo la puedo mirar a los ojos. Esa mirada, que no me mira, que no me busca. Y una última vez recuerdo los versos de Vallejo que me leías: palpo el botón de la dicha, está en sazón –y recuerdo tu voz diciendo- y muere un sentimiento antiguo degenerado en seso. Porque no puedo sino pensar que tú estás ahí. Tienes que estar ahí, en alguna parte. Me limito a esperar ese estruendo mudo que tantas veces conocí y que esta noche no llegará.
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