TODOS SOMOS VENEZUELA

Por Javier Ignacio Alarcón

 

El hecho burgués se absorbe

en un universo indistinto,

cuyo habitante único es

el Hombre Eterno, ni proletario

ni burgués.

R. Barthes

Mitologías

 

JovenesSomosVenezuelaPuede parecer absurdo señalar que una frase como “todos somos Venezuela”, que busca disolver las diferencias y abrazar a todos los habitantes de un país en una misma bandera, es excluyente. Esa es, sin embargo, la idea que pondré a prueba en este ensayo. Y es que los mecanismo que, en apariencia, incluyen (la eliminación de las diferencias, por ejemplo), son de hecho los que terminan excluyendo.

 

Las formas en que estos discursos reconciliadores se presentan son muchas. Tenemos los discursos nacionalistas: “todos somos Venezuela”, “todos somos vinotinto”. Se amplían en términos regionales: “todos somos latinoamericanos”. Y, más allá, apuntan a una universalización absoluta: “todos somos humanos”. Así, no importa lo que pensemos, sino cómo aportemos a la humanidad, como trabajemos para ella. No importa si somos de izquierda o si somos de derecha, si somos feministas, si somos gays o lesbianas o héteros o transexuales; nada de esto importa, porque al final todos somos humanos. Todos somos, tomando la expresión de Barthes, parte del Hombre Eterno.

 

¿Cómo ocurre esto, como la búsqueda por la inclusión absoluta termina excluyendo? Podemos apuntar dos mecanismos evidentes (no son los únicos, pero analizar al problema a profundidad nos tomaría demasiado tiempo). Primer mecanismo: porque al disolver la diferencia se está anulando, en cierto sentido, la identidad. Lo que yo “soy” no lo defino sólo en mi identificación con el otro, sino en mi diferenciación de él. Por lo tanto, al buscar eliminar las diferencias, termino eliminando lo que el individuo o la persona “es”: si no hay diferencia entre yo y el otro, todos somos lo mismo, no hay identidad, sólo generalidad, una generalidad muy pobre. En pocas palabras, en la idealización de la humanidad, los humanos quedan alienados, anulados y desaparecen en el absoluto.

 

Más allá, me atrevería a decir que la diferencia es mucho más rica que la igualdad. Las mujeres que considero bellas, por ejemplo, las considero tal, no tanto por que sean mujeres, sino porque son una mujer específica, una persona específica. Y lo mismo puedo decir de cualquier persona que considere bella.

 

El segundo mecanismo que quiero exponer pone de relieve el gran problema de estos discursos reconciliadores, y se enlaza con esta ultima idea. Toda afirmación implica una negación, todo “deber ser” señala a un “ser incorrecto”. Por lo tanto, si decimos que todos somos humanos, debemos preguntarnos: ¿qué significa ser humano? Pocas veces nos preocupamos por plantearnos esta cuestión: “lo humano” pertenece a ese lugar oscuro que  nadie sabe definir pero que, sin embargo, todos conocen. Es una cuestión de “sentido común”. El verdadero problema es que sí existen ideas de “lo humano” y de lo “venezolano”. Si no, ¿cómo el presidente puede afirmar con tanta seguridad quién es un apátrida y quién no? ¿Por qué, entonces, podemos decir con tanta seguridad que Hitler era una persona inhumana?

 

igualdadEl Hombre Eterno es un mito, es un constructo y ese constructo es excluyente: nos dice cómo debe ser el hombre y, por lo tanto, como no debe serlo. Al afirmar, niega. Por lo tanto, no sólo disuelve la diferencia, anulándola y, en el proceso, anulando la identidad; también excluye cualquier identidad o forma cultural que escape a su definición. Han sido muchos los grupos que han manifestado sentirse excluidos de esa “humanidad”: gays, lesbianas, transexuales, mujeres (a través de movimientos feministas), casi toda la comunidad que no es parte de occidente, entre muchos otros.

 

Y nos estamos limitando a analizar el problema de la “humanidad”. ¿Cuántos se sienten excluidos de la idea de venezolaneidad que se quiere construir en el país? Aquí el problema se ramifica, se complejiza y alcanza a cada persona. Ese ha sido uno de los grandes éxitos de la propaganda del oficialismo: construyó una idea de venezolaneidad que incluía a quienes habían estado, durante muchísimo tiempo, excluidos.

 

El universalismo, en todas sus formas, incluido el humanismo, el Hombre Eterno, se vuelve una forma de exclusión que, en este caso, anula a los individuos a través de disolución. Sin embargo, la diversidad se niega a aceptar cualquier tipo de igualación. Las voces de los marginados, de los “no-humanos” y, por qué no, de los “inhumanos” gritan desde el abismo silencioso en el que los han obligado a habitar.

 

          

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