ADAGIO, ALLEGRO, PRESTO
Por Gabriela Gómez Almeida
Dicen que una de las cosas más difíciles que existen es tratar de traducir en palabras lo que pasa dentro de uno cuando se escucha una gran pieza musical. Bach y su contrapunto, el clasicismo de Mozart y Beethoven, hasta il prete rosso de Antonio Vivaldi, para no irnos muy lejos.
Todo pasó sin quererlo, cerré los ojos y conocí el adagio.
Me encuentro en un lugar muy oscuro, mis pupilas tardan en acostumbrarse, no llevo calzado y mi cabello se mueve lentamente en el viento, como si danzara al ritmo mejor de lo mis pies podrían hacerlo, tal como se balancean las ramas de un grisáceo sauce llorón, de esos que aparecen en películas japonesas o en revistas de diseños interiores, siempre tan irreales.
De pronto siento una fuerza extraña que me arrastra hasta el fondo, no hago fuerza, es como ser absorbido por un agujero negro, de nuevo, no me resisto. Veo mis extremidades y mis cabellos desplazarse y moverse en el agua, nunca violentamente, no me importa si respiro o si no, es hermoso.
En Allegro estoy corriendo por una verde pradera, dando saltos, a veces más cortos, a veces más largos. No puedo parar de reír, el viento me cosquillea todo el cuerpo. Los rayos del sol son fuertes, pero no me queman, siento como acarician mi espalda, mis hombros y siento como mis pómulos se van enrojeciendo , llenándome de un calor placentero. Respiro y noto como miles de flores se abren a la par mientras esparcen su aroma por todo el lugar, veo miles de partículas en el aire; escucho aves levantando vuelo, galopar de ciervos. La mirada traviesa de un felino hambriento cuya pupila es del color del alba, de la miel y del mismísimo astro sol.
Luego cambia y estoy en el ojo de un remolino donde mi vestido ondea sin cesar, cobrando vida propia, como si mi cuerpo le estorbara y me azota. Presto. Sillones de tapizado capitoné, gallinas botando plumas y un niño llorando con desesperación, mi brazo se extiende para tomarlo, pero empiezo a dar vueltas y vueltas. Estoy cayendo en un agujero de forma invertida. Asciendo hacia el cielo, siento el jaloneo, de aquí para allá, de allá para acá. Pero, no quiero escapar, aunque estoy luchando contra él con todas mis fuerzas. Solo deseo adaptarme, que me acepte como suya y que así, finalmente, me deje contemplar el paisaje.
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