LA OMISIÓN
Por Ricardo Del Bufalo
No sé por qué Dios no la seleccionó como pecado capital. Es peor que la pereza. Debería ser hasta un delito, por ser una causa de la impunidad. En la omisión está implícita una expresión, una acción muy clara: ocultar. Mejor dicho, dejar oculto. Más aún: dejar oculta la maldad, la verdad, la otra cara de la moneda.
Que alguien sea chavista es comprensible. Sea porque le dieron una canaimita a su sobrino, porque —casi— todos los meses consigue gratuitamente el medicamento de su papá en el CDI o por creer en la sociedad socialista. Apoyar al gobierno porque “ayuda a los pobres” es completamente válido, aunque ingenuo, si se considera que esa “ayuda” consiste en regalar aspirinas que pretenden curar la jaqueca de la pobreza. El caso es que no está mal que alguien sea chavista. Lo imperdonable es que omitan los abusos del gobierno.
El cinismo se debe denunciar. Con todo. El gobierno ilegítimo responsabilizó a la oposición de once asesinatos ocurridos en la semana que sucedió a las elecciones. Movió toda la maquinaria comunicacional para divulgar una nefasta propaganda —¡hasta fueron a los velorios!— que intentaba argumentar cómo la violencia provenía de las «hordas fascistas de la derecha». Figuras del alto gobierno lamentaron esos asesinatos, solamente porque las víctimas eran chavistas. Pero ni siquiera cumplen con sus propios electores. Les dijeron que les darían justicia, que los asesinatos no iban a quedar impunes. Pero no han hecho nada. Saben que Henrique Capriles es el asesino y aun así no lo meten preso. ¿Y entonces?
No repudiar el descaro de reivindicar ocho asesinatos mientras eluden la responsabilidad de 200.000 es una omisión imperdonable. El silencio es complicidad. Cuando los chavistas callan ante el abuso, la dignidad queda hecha un cadáver. La omisión es un cementerio, una fosa común. Un hueco en el alma.
Parece ingenuo venir a criticar esto ahora, cuando ha sido así desde hace años. Decidí hablar del tema por una etiqueta que vi en Twitter la semana pasada: #FascistasSecuestranAWinstonYRoque. El hecho fue: unos cien opositores cacerolearon y gritaron consignas contra Winston Vallenilla y Roque Valero, quienes estaban comiendo en un restaurant en Anzoátegui. La versión de Roque fue que duraron cuatro horas sin poder salir del lugar porque unas “hordas fascistas nos tienen secuestrados”. Aunque luego dijo: “nosotros no nos queremos ir del restaurant, se van a tener que ir ellos”. Fue un secuestro raro.
El evento es reprochable. No lo apoyo ni lo defiendo. Yo no le cacerolearía a nadie en la cara. Lamento que Winston y Roque no pudieron salir del restaurant por temor a ser agredidos. Pienso que tienen derecho a comer donde quieran. Pero quisiera aclarar algo que la oposición malinterpretó: eso no fue una expresión de odio. La gente no caceroleó una identificación política, sino el cinismo de la chaveburguesía. La gente le gritó al que predica moral que no practica. “¿Qué haces comiendo en un restaurant burgués si tú eres socialista?”, es el argumento. Refutable, ojo. Vago, tonto. Perjudica la lucha de la oposición. Pero ese ruido es catarsis. Y significa algo.
En vez de cacerolear, prefiero parodiar esa contradicción entre lo que se dice y lo que se hace. El humor es más contundente y esclarecedor que el taca tacataca. Reírse de la incoherencia, para mí, es la salida. Pero hay que evaluar el ruido en su justa medida. En un país donde encadenan la libertad de información y donde la chaveburguesía acaba de comprar el último canal de oposición restante, solo quedan las redes sociales y las protestas para hacer resistencia.
La oposición se siente acorralada, oprimida —porque lo está. Siente que no tiene donde expresarse. Observa, sin poder hacer nada, cómo el gobierno ilegítimo la insulta, la inculpa, la tergiversa. Solo tiene Aló Ciudadano y Twitter para ejercer su derecho a réplica. Pero cuando la cadenas hacen más ruido que un trendingtopic, solo le queda la cacerola. Repito, no lo defiendo. Hace daño. Pero entiendo esas descargas de rabia. Ese cacerolazo fue grito contra grito. Que no ayuda, pero que es una manifestación de indignación.
Según Roque Valero, una mujer le escupió el rostro. Eso es, efectivamente, una agresión. Pero no proviene de la voluntad de una mujer llena de odio, sino llena de cansancio. El escupitajo sí hizo algo más que ruido, aunque la saliva no es elocuente. Dijo: “eres un enchufado, tienes apartamento aquí, comes en un restaurant caro, te aprovechas de los pobres para hacerte rico, falso”. No importa si eso es verdad o no, si eso es caceroleable o no; importa lo que la mujer que escupió cree, para interpretar el motivo de su agresión. No agreden al chavista por chavista, sino por oportunista. Sobre todo a Winston y Roque, que se unieron a la “revolución” hace cuatro meses, cuando Chávez ya estaba en manos cubanas.
Hay que denunciar ese tipo de actos. El chavismo ya lo hizo. Pero si de verdad repugnan el grito y la intimidación, ¿por qué los chavistas no dicen ni una palabra de la agresión “fascista” a estudiantes barquisimetanos? Si Roque y Winston desprecian los secuestros, ¿por qué no pidieron justicia para el que le hicieron recientemente a Laureano Márquez (que fue uno de los verdaderos)? Porque no importa. El hecho es propagandístico. El poder omite las noticias que le perjudican. Los heridos importan sólo en la medida que traigan beneficios políticos. Si el agredido no es chavista, entonces no es agredido.
La oposición recibe ataques desde el poder todos los días y los chavistas se hacen la vista gorda. La universidad pública no recibe el dinero que le corresponde. El CNE no aprobó la justa auditoría. Los diputados opositores no pueden hablar, no pueden cobrar su sueldo, les caen a golpes y encima los responsabilizan por su nariz fracturada. La lista podría seguir, pero no quiero envejecer escribiendo esto.
Se dice mucho que callar ante la injusticia es estar del lado del mal. Los chavistas pueden creer lo que quieran, pero los opositores no somos tan fascistas como para que nos pisoteen diariamente con todo el poder del Estado. La oposición no escupe sus ideas ni sus beneficios, sino sus abusos. Cuando ustedes cierran la boca ante esas agresiones, pierden nuestro respeto. Con mucha razón. El descaro no se respeta.
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