EL PERRO Y EL LOBO
Por Gabriela Amorín
Un lobo escuálido, con aspecto abatido, triste, famélico y cansado, rondaba por la frontera, entre el bosque y el poblado, hurgando los rincones buscando algo que comer. En su errante andar, tropieza su mirada con un perro que despierta su atención; detiene su búsqueda para aproximarse al can con recelo y con el poco juicio que le quedaba. Aquel Pastor de no se sabe dónde, bien nutrido, robusto y enérgico, correteaba de un lado a otro tras el portal enrejado de la casa, al tiempo que ladraba histéricamente. Despertó extrañamente la curiosidad del lobo miserable y se avecinó aún más al perro para poder interrogarle:
– Buenas tardes… como que la cosa está buena por aquí ¿no? – Comenta el lobo con cierto sabor a sarcasmo en su entonación.
El perro meneando el rabo se acerca a los barrotes y de buen ánimo responde:
– ¿Qué tal camarada? Todo muy bien. ¿Qué hace por aquí?
– Pues nada, lo mismo de siempre, buscando qué comer. ¿No tendrás alguito por ahí? – Dijo el lobo señalando el tazón de comida del perro que se encontraba repleto.
– ¡Claro! – Expresó el perro, al tiempo que tomaba unas cuantas costillas de carne y se las lanzaba al desdichado animal a través de los barrotes – Comida es lo que sobra aquí hermano –
Como si tuviera días sin comer, el lobo desgarraba los trozos de carne y los engullía con enorme desesperación mientras, a duras penas, seguía conversando con el perro:
– Que suerte chamo, porque de este lado la cosa está fea. Imagínate que tengo tres días casi sin comer. Dando vueltas por ahí, a penas un par de ratones es lo que se consigue. Hay que caminar mucho y ya ando como cansado. ¿A ti quien te alimenta?
El perro con enorme comprensión responde: – Ya veo. Estás muy flaco camarada. Deberías venirte para acá. Aquí vivo con aquel señor gordo de allá. El me da comida tres veces al día, me llena el plato completico de todo lo que a ellos les sobra o no les gusta. A veces mientras ellos comen me lanzan pedazos de carne por las ventanas. No tengo nada de que quejarme. A cambio de eso, le cuido la casa de los enemigos y los ladrones. Te puedo conseguir algo por ahí con algún amigo de mi amo, pero tienes que dejar el bosque –
El lobo con los ojos iluminados y muy interesado en la oferta le dice: – sería buenísimo hermano, el calor, la caminadera, la trabajadora, me tienen cansado. El bosque es muy grande y no hay tanta comida, hay que ingeniárselas – Mientras explicaba los infortunios que le tocaba vivir a diario, se percata de que el perro llevaba puesto un gran collar y debajo yacían las cicatrices de quién sabe cuantos años de atadura. – ¿Y por qué te ponen eso chamo? – pregunta el lobo señalando el cuellos del perro
– ¿Esto? … ¡ah nada! Eso lo tengo puesto desde cachorro – Responde el perro con normalidad- Al principio molestaba y dolía, pero ya me acostumbré. Cuando me pongo muy inquieto y molesto al jefe, me amarran con aquella cadena de allá. Mientras comen los dueños de la casa, también me amarran, creen que les voy a quitar la comida. Si vienen extraños, también me amarran porque creen que los voy a morder. Pero a veces me acarician, si no ladro, si estoy tranquilo, si aviso de algún problema o si atrapo a algún ladrón. Como ya te dije, me dan mis comida y lo que ellos no quieran comer, les sobre o se ponga malo. De noche me sueltan para cuidarlos. Yo les meneo el rabo, me quedo callado y como –
Sobresaltado por lo que estaba escuchando, el lobo pregunta: -¿Y nunca sales de la casa? –
– ¡No! – Con gran exaltación susurra el can viendo hacia los lados con angustia y temor: – Jamás he salido. No me dejan. El jefe dice que está prohibido –
– Te confieso que me encantaría toda esa comida, hermano, pero mi libertad no la cambio por nada. Dudo que cualquiera que por el bosque ande libremente, envidie tu suerte. Prefiero morir de hambre que tener que vivir tras esas rejas – El lobo se dio la vuelta y se adentró nuevamente en el bosque.
“Pues, amigo, la amada libertad que yo consigo no he de trocarla de manera alguna por tu abundante y próspera fortuna. Marcha, marcha a vivir encarcelado; no serás envidiado de quien pasea el campo libremente, aunque tú comas tan glotonamente pan, tajadas, y huesos; porque al cabo, no hay bocado en sazón para un esclavo”
Versión de la fábula “El Perro y el Lobo” de Felix María de Samaniego (1745-1801) poeta y escritor español.
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