SOMOS MAYORÍA
Por Andrés F. Guevara B.
@AndresFGuevaraB
En el interludio que medió entre la noche del 14 y el 15 de abril no fue el canto de los gallos el que devoró ansiosamente a los venezolanos. Se celebraban elecciones como consecuencia del fallecimiento de Hugo Chávez. Una nueva oportunidad para intentar saldar esa cuenta esquiva que el país tiene con la democracia.
Nunca he sentido especial predilección por Henrique Capriles ni por su proyecto político. Pero en esa elección, en esa campaña construida con la velocidad del rayo y el corazón a flor de piel, sostuve que Henrique ganaría las elecciones.
El Capriles que se erigió ante Venezuela tras la muerte de Chávez logró el cometido fundamental que debe tener todo político: la siembra de la esperanza. Henrique conectó con la fibra emocional de sus partidarios y logró incluso llevar a su lado una parte nada desdeñable del electorado oficialista. Más importante aún: Capriles prometió que defendería los votos de la oposición si esta resultaba vencedora en las elecciones.
Después de que el Consejo Nacional Electoral emitió su primer boletín reconociendo la estrecha victoria de Nicolás Maduro, la actitud de Capriles reforzó aún más mi convicción de que había llegado el momento de la verdad: no se reconocerían los resultados de la elección y debía respetarse la voluntad soberana. Finalmente la oposición sería mayoría y así lo transmitía el lenguaje de sus principales dirigentes políticos.
Pero algo pasó en el camino. El acorazado que surcaba una verdad presuntamente incuestionable se convirtió en un vago recuerdo. La protesta se canalizó a través de las mismas instituciones gubernamentales que desde hace años tienen conculcados los derechos ciudadanos y cuya legitimidad constantemente se cuestiona.
La oposición que supuestamente era mayoría dejó de actuar como tal para postrarse genuflexa a los designios de un gobierno al que curiosamente califica de ilegítimo. A nuestro entender, dicho proceder solo encuentra su explicación en dos razones: el engaño o la connivencia.
Con todo lo cuestionable que pudiera llegar a ser desde el punto de vista ético, la oposición bien pudiera haber engañado a sus partidarios en relación con los resultados de las elecciones. De este modo, Nicolás Maduro efectivamente ganó y la actitud posterior de la oposición fue un mero espejismo para no rendirse de forma tan deshonrosa ante sus seguidores.
Creemos, sin embargo, que este escenario pierde fuerza cuando se constata la cantidad de denuncias e irregularidades ocurridas durante las elecciones. Adicionalmente, ¿qué tan sólidas pudieran ser las bases de un proyecto que nace sobre la mentira? Cualquier organización política que se fundamente en semejantes pilares está condenada al fracaso de antemano.
La connivencia, sin embargo, es un enemigo peligroso. Ajenos a los ojos contralores de los ciudadanos, tras bastidores se pueden conjeturar pactos por el voraz apetito de poder. El rescate de la democracia puede esperar a cambio de una cuota parte del botín de la riqueza estatal alcanzada a través de la asunción de un cargo público.
Ciertamente, la negociación es inherente a la política. Pero negociar no es claudicar a nuestros principios. Ningún proceso de entendimiento con el gobierno puede implicar la rendición de los valores superiores que constituyen nuestra libertad.
En Venezuela, somos mayoría los que apostamos por la paz y el progreso por encima de la violencia y el enfrentamiento. Y esta mayoría trasciende a la mediocre cuadratura política con la cual se intenta encasillar al venezolano. Pero no basta con saber que se es mayoría. Es imperativo actuar como tal. De lo contrario, la vida ciudadana estará condicionada a los designios de una clase política en cuya hoja de vida destacan la creación de pobreza, la aniquilación de toda iniciativa de los venezolanos, la destrucción expedita del país. Somos mayoría.
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