ROMPER EL CERCO
Por Andrés F. Guevara B.
@AndresFGuevaraB
Si algo ha caracterizado a la era de la revolución bolivariana ha sido la pauperización del discurso y las ideas políticas. El gobierno ha sido exitoso en sus propósitos porque gobernando desde el revanchismo y la envidia, logró polarizar al país. El problema es que la oposición cayó en juego de las disyuntivas insondables y con ello perdió su vocación para la consecución del poder.
Si se analiza con detenimiento, la política comunicacional gubernamental se fundamenta en un sistema binario: pobres versus ricos, patriotas versus apátridas, escuálidos versus pueblo. «Categorías propagandísticas» que han determinado la acción política de los últimos 15 años en la historia de Venezuela.
Esta visión del poder basada en ver al otro como enemigo no soluciona los problemas del país. La inflación no se controla con insultos, los índices de homicidios no disminuyen con chácharas, el abastecimiento de bienes y servicios no se obtiene con descalificación.
No debe sorprendernos que el gobierno se refugie es sus ardides lingüísticos como forma de hacer política. El socialismo, y esto hay que repetirlo hasta la saciedad, es un sistema fracasado y allí donde se practique solo se producirá miseria, pobreza y esclavitud. Por consiguiente, cada acción, plan, regulación, iniciativa o proyecto que se lleve bajo estas ideas no funcionará. Peor aún, agravará la situación que presuntamente busca mejorar.
Durante la vida de Hugo Chávez el sistema binario funcionó a la perfección. Chávez tal vez haya sido el político más polarizante de nuestra historia moderna. Amado u odiado. Nunca medias tintas ni pretendidas visiones objetivas. Tras la muerte de Chávez, sin embargo, el sistema binario comienza a presentar fracturas. Los socialistas de todos los partidos (y ello incluye a buena parte de la oposición) no pueden hacer política desde y alrededor de la figura de un hombre sino desde la dura realidad político económica del país.
Con Chávez vivo el debate político se limitó a «Chávez eres culpable» versus «Mi comandante ordene». Y el fallecido presidente, consciente de ello, no escatimó esfuerzos en convertir su revolución en espectáculo (sicum dixit Colette Capriles) y transformar la arena política en una suerte de guerra de los sexos, cuyo árbitro era él. Siempre él.
En virtud de la potencial fractura del sistema binario, gobierno y oposición se hallan temerosos del porvenir. Cual pichón que vuela por primera vez fuera del nido, están comenzando a tomar decisiones políticas cuyos costos deben asumir por sí solos. La figura del gran hombre desapareció.
Pero los procesos políticos no cambian de un día otro y todavía quedan muchos resabios de la trampa lingüística. No es casual que el gobierno patriota exprima hasta la saciedad la memoria de Hugo Chávez, llegando hasta el paroxismo de adoptar su voz en el himno nacional, en una suerte de canta con nosotros. El mainstream de la oposición, sin embargo no se queda atrás. Con el calificativo «enchufado» no termina de despertar de la modorra de la fallida elección presidencial y limitándose a insultar y a descalificar a Nicolás Maduro por su desacertada administración que poco aporta al bienestar del país. Seguimos atados al presidencialismo y sus pesares.
Tal vez, en el fondo, ninguna de las partes quiera reconocer lo que a todas luces es evidente: el modelo estatista y populista que rige en Venezuela colapsó. Y no basta la buena voluntad, la inclusión, el diálogo o el cambio del color del partido gobernante para solucionar las grandes deficiencias que hoy aquejan a los venezolanos. Si no se transforman de raíz estas taras de nuestra cultura política, el país está condenado a la perdición.
La pregunta de fondo es si realmente nuestra clase política está dispuesta a abandonar el sistema que tantos beneficios y privilegios les ha dado, pero que a su vez ha causado innumerables miserias para los ciudadanos. ¿Se tendrá la voluntad de iniciar en Venezuela una tradición cultural en la que la libertad y el Estado de Derecho no sea algo ajeno para sus habitantes?
Lo más importante es que el abandono de la vieja política, de su cerco y su trampa, puede darse en el campo electoral y también en la vida diaria de nuestros ciudadanos. Esta última, a nuestro juicio, es más importante que las elecciones, porque las votaciones se dan de forma periódica, en tanto que la existencia es constante, en todo momento, y a menudo mucho más fructífera y trascendental que la batalla electoral, porque la libertad en el día a día no está sujeta a los designios de una mayoría circunstancial.
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