EDITORIAL #174: TARDE Y MAL
La primera victoria de El Asad sobre Estados Unidos, sin que se haya disparado el primer misil, ocurrió el sábado al medio día cuando el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, anunció su decisión de atacar Siria pero no sin antes someterla a consideración del Congreso de su país. Esto busca legitimar una decisión de una nueva acción militar que, como todas, es incierta. Pero, como contraparte, tiene el altísimo costo de comprarle tiempo al régimen de El Asad y hacer que el castigo por sus crímenes deba esperar.
A Obama se le hizo imposible superar el temor de convertirse en un émulo de George W. Bush, el presidente de Estados Unidos que tanto criticó por la guerra unilateral e ilegal de Irak. Sin embargo, tampoco tiene la seguridad de contar con los votos en un Congreso donde la oposición Republicana tiene el control de una de las cámaras, la Cámara de Representantes, y que, además, está de vacaciones hasta el 9 de este mes.
Es, sin duda, una maniobra arriesgada del presidente de Estados Unidos, que ante la negativa del Parlamento inglés de apoyar la moción de un ataque presentada por el Primer Ministro de ese país, James Cameron, busca ahora el apoyo político en su territorio. Algo que no será fácil, especialmente si uno toma en cuenta la última encuesta en la que solamente el 20 por ciento de los estadounidenses apoya una acción militar unilateral de su país.
Los argumentos para realizar una intervención militar contra Siria son más sólidos y contundentes que en ocasiones anteriores. Los videos y fotografías de personas –entre ellos muchos niños- muertas a manos del régimen de El Asad ya han circulado durante meses alrededor del mundo, mientras que en los últimos días salieron a la luz incluso evidencias de ataques con armas químicas. El pasado domingo, el secretario de Estado de los Estados Unidos, John Kerry, confirmó que el régimen sirio utilizó gas sarín en el ataque de Damasco, según revelan las últimas pruebas que se han realizado al extraer pelo y sangre de algunas de las víctimas.
El verdadero problema que Obama tiene hoy en sus manos no es la legitimidad de una intervención en Siria, sino el desenlace que ésta tendría. No queda claro el sentido, el objetivo ni las consecuencias de una operación de este tipo, ya que no se sabe si debe conducir al derrocamiento de El Asad, al final de esta guerra civil o simplemente debe ser un castigo que muestre la autoridad y fuerza de los Estados Unidos con el objetivo de disuadir a otros países de esa región de usar armas químicas en el futuro.
Decenas de miles de sirios que han muerto ya han sido olvidados, y muchos otros más despiertan hoy una vez más rodeados de destrucción y terror. Mientras tanto, muy lejos, casi al otro al lado del mundo y en lujosos salones, los líderes mundiales siguen haciendo consideraciones y cálculos políticos antes de tomar una decisión que permita terminar con esta masacre.
Como tantas otras veces en la historia, una vez más lo hacen tarde y mal.
Miguel Velarde
Editor en Jefe
@MiguelVelarde
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