Sumas y restas

Por Andrés F. Guevara B.

@AndresFGuevaraB

 

 

 

Del gobierno poco cabe esperar. Su proceder no ha hecho más que confirmar a través del tiempo que bajo el ropaje institucional del Estado lo que hay es una partida de delincuentes, cuyo registro de delitos y desmanes aumenta a diario, a la par de la sed de justicia por parte de los venezolanos.

 

La racionalidad nos obligaría a pensar, de este modo, que es en la oposición, en el sector que adversa al régimen socialista, donde se encuentra la esperanza de un país distinto. Después de todo, su discurso y acciones –al menos en apariencia– se centran en el retorno de la democracia, el respeto a los derechos humanos, la paz, la inclusión y la tolerancia.

 

Para enfrentar al régimen la oposición ha tomado el camino de la unidad. Se ha llegado al criterio prácticamente unánime de que solo permaneciendo unidos los opositores podrán enfrentar con éxito el socialismo bolivariano.

 

Hasta la fecha, sin embargo, la oposición ha fracasado en su objetivo fundamental: sustituir a quienes gobiernan Venezuela. Conclusión: hay algo que no se está haciendo bien. Y dada la compleja circunstancia que vive el país es imperativo abordar el tema de cómo cuestionar a la oposición sin caer en su destrucción.

 

Observamos con suma preocupación cómo el disenso se condena por quienes hoy dirigen –al menos nominalmente– la unidad opositora. ¿Es acaso la oposición un ejército de salvación que detenta una verdad revelada? ¿Constituye la acción política un proceder inalterable y estólido?

 

En los regimientos el disenso se castigaba con el fusilamiento. Pero la oposición no es una tropa o una legión. Está constituida por un grupo nada despreciable de ciudadanos unidos por la aspiración legítima de sustituir a los gobernantes de su país.

 

En este contexto, condenar a quien disiente de la constitución de mayorías abrumadoras y la aplicación de políticas públicas eficientes (¿cómo puede ser algo eficiente en socialismo?) como solución final para la dictadura es un gesto de exclusión innecesario. Sobre todo cuando muchos de estos críticos, incluso con grandes desavenencias, apoyaron y colaboraron con las numerosas acciones electorales encabezadas por dirigentes de la unidad en los últimos años.

 

Es imperativo enfatizar que no solo quienes lideran propuestas distintas a las soluciones electorales son perseguidos por el gobierno. La detención arbitraria de los alcaldes opositores Daniel Ceballos (Táchira) y Enzo Scarano (Carabobo), así como las reiteradas amenazas a otros alcaldes (tales son los casos de David Smolansky y Ramón Muchacho en Caracas) son ajenas a cualquier principio cercano del Estado de Derecho y, lo más preocupante, avasallan sin compasión alguna autoridades opositoras electas “pacífica, democrática y constitucionalmente”, siguiendo uno de los mantras preferidos de la unidad opositora.

 

Plantear que dichas acciones conforman una mera provocación del gobierno, una pantalla para desviar la atención de los problemas reales del país, es una excusa burda para no reconocer el fracaso de las acciones tomadas hasta ahora y evidencia un desconocimiento cuando menos preocupante sobre la naturaleza del régimen que enfrentamos. La realidad está allí para quien la quiera ver, trascendiendo el carnaval de mezquindades al que están sometidos los venezolanos.

 

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