Ni hale ni empuje. ¡Sonría!

Por Heymar Díaz

@heymar33

 

 

 

Recientemente me incorporé a un nuevo empleo. Una empresa en la que el grupo mayoritario está compuesto por jóvenes entre 22 y 32 años. He experimentado curiosidad, gratitud y expectativa con respecto al equipo con el que comparto mi día a día; usualmente se tiene expectativa sobre “la empresa”, sus beneficios y estabilidad. En esta ocasión, el equipo humano es lo primero que ha llamado mi atención. ¿Por qué?

 

El grupo está compuesto por todos los estratos sociales, hasta donde se alcanza a deducir por: vestimenta, dicción y expresión, alimentos para el almuerzo (esto hoy más que nunca dice mucho) y medio de transporte, entre otros tantos detalles.

 

Lo cierto del caso es que después de ser presentada a mis compañeros, una mañana pasó cerca de mi puesto uno de los muchachos y se detuvo a saludar. Él de pie y yo sentada, me pidió permiso para saludarme con un beso. Pensaba ¿en serio? Fue extraño de una buena manera.

 

En otro momento, alguien me convocó a una reunión en el comedor mientras nos tomábamos un café (hay salas de reuniones, no es porque no existan opciones). La reunión fue perfectamente formal en un ambiente calmado, flexible y relajante. De nuevo… ¿En serio?

 

Una señora pasó frente a mí y luego de cruzar saludos mutuos, se devolvió y me dijo: “gracias porque tu cortesía y sonrisa hablan por sí mismas y son contagiosas”. Allí comprendí muchas cosas y volví en el tiempo a lecciones aprendidas. Recordé cuando, para uno de mis primeros empleos, me brindaron un curso de atención telefónica. La primera y más importante lección fue “hablar sonriendo”. Usualmente olvidamos que nuestra principal curva es la sonrisa; que es gratuita, que abre puertas y amansa guapos.

 

Con tantas circunstancias adversas “afuera y adentro”, dejamos pasar desapercibidos detalles que hacen la diferencia en el más básico proceso humano: la comunicación. ¿Te ha sorprendido cuando, al ir a un restaurante recibes la atención con la calidad que esperas o incluso la sobrepasa? ¿Pensaste que el vigilante “tomó algo” porque fue muy efusivo al desearte buenas noches y que llegaras con bien  a tu destino? ¿Te reíste y pensaste que alguien estaba loco porque caminaba solo y sonreía?. Si dijiste ”sí” al menos en una oportunidad, te invito a que reconozcas que las tres cosas deberían ser la norma, y no la excepción. Bueno. Dos de tres. Reír solo todo el tiempo no es buen síntoma de salud mental.

 

La naturaleza humana está orientada a tender puentes, en lugar de levantar muros. Es comprensible que en tiempos recientes seamos desconfiados y nos cueste otorgar confianza plena. Pero tratándose de cortesía, educación y buenas costumbres, debemos hacer un trabajo continuo en nuestros hogares, a través del ejemplo: que nuestros hijos nos vean en intercambios sociales positivos, dando los buenos días y siendo agradecidos; mirando a los ojos a quienes nos hablan y estableciendo una comunicación sana y efectiva.

 

En las escuelas, universidades, lugares de trabajo, organismos públicos y  privados: hay malos días, pero como individuos estamos mucho más allá de nuestras circunstancias. Ver más allá, mirar a través de los detalles, nos permitirá ser recíprocos y a veces tropezarnos con nuestros milagros diarios.

 

Hace unos días caminaba en un centro comercial mirando vitrinas. Literalmente caminaba sin detenerme. De repente, algo llamó mi atención frente a una tienda que exhibía maniquíes con ropa femenina; había algo que “no encajaba”, que “no debía estar allí”. En medio de las figuras esbeltas sin rostros, ataviadas de manera ejecutiva, dos ojitos me siguieron. No detuve mi paso hasta que al pasar frente a la puerta, había un señor que se reía y sostenía una bebé en brazos mientras miraba en dirección a aquellos ojos. Giré y descubrí a una niña en uniforme escolar que se había parado junto a aquellas figuras grises y que sin mover ni un cabello, me observaba sonreída de reojo. Tenía una mirada cómplice que decía “por fin, me viste”.

 

Así pasamos los días. Sin ver lo que necesitamos ver para reencontrarnos y  valorarnos. Levantando muros en lugar de tender puentes y olvidando que las puertas, en lugar de “hale” o “empuje”, deberían decir: “¡Sonría!”

 

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