El punto débil de los venezolanos

Por Sinay Medouze

@smedouze

 

 

 

Cuando estás fuera del país tu mente automáticamente se renueva de cultura y tus sentidos se despiertan para aprender de todo lo que se expone ante ti, y poner en práctica todo lo que se supone que un turista debe hacer en determinados lugares: ver la Torre Eiffel, ir a las playas del mediterráneo, tomarte una cerveza en Alemania, escuchar vallenato en Andrés Carne de Res, tomarte un mate, en fin… Nada puede quedar inconcluso.

 

Cuando estamos en otro país como turistas todo es maravilloso porque probamos todo, vemos todo y vivimos todo al máximo, quizás aprovechando de hacer lo que no podemos en Venezuela; quizás para tener cosas que contar más allá de ir al Teatro Chacao. El punto es que al momento de volver a casa, lo hacemos con melancolía, ¡Queremos aprender más, queremos seguir siendo felices! Pero nos conformamos con desahogar lo vivido con una historia entre amigos.

 

El punto de quiebre está cuando te quedas a vivir en ese país que al principio visitabas como turista. Por supuesto que al instalarte en otro lugar te sientes tranquilo porque, bueno… Digamos que no querías contagiarte de ese “fuerte resfriado” que está padeciendo Venezuela. Así que comienzas a amar tu nueva casa, porque a diferencia de la anterior, te ofrece estar “saludable”, y tu país de origen, lamentablemente está muy lastimado como para ayudarte.

 

Te empapas de una cultura nueva, de nuevos amigos, de nuevas experiencias y así vas transformando este nuevo espacio en tu hogar, hasta que puedes integrar todo lo nuevo que tienes con aquellas cosas encantadoras que tuviste en tu casa anterior.

 

Las visitas a un café mientras admiras la Torre Eiffel se ven bien hasta que cumples seis meses sin comerte una arepa Reina Pepiada, bien resuelta, con jugo de parchita mientras ves El Ávila. Las visitas a la Playa de la Barceloneta en verano también tendrán un punto de quiebre, donde dirás a tu amigo español: “En Venezuela las playas son cálidas y hasta en las más feas te ves los pies. Me gustaría estar allá en este momento… Cuando todo esté bien deberías ir ¡Venezuela es lo máximo!”.

 

Y qué decir sobre tomarse unas birras en Alemania, doy tres meses para que empieces a extrañar ese calorcito caraqueño que te da para tomarte qué digo yo una birra ¡Una caja!

 

No dudo ni un poco que los países a donde emigran los venezolanos están mucho mejor que Venezuela en cuanto a política, economía y seguridad. Pero nosotros cargamos con una cruz que nos pesa en el alma cada vez que vamos a un supermercado donde no conseguimos harina para las arepas, donde no vemos una playa cálida que nos dé para pasar todo el día dentro del agua y donde ir a esas reuniones entre panas en un bar de mala muerte cambiaron por un restaurante-casi de lujo- caraqueño (afuera los chinos y las polleras no son como las nuestras).

 

Ser venezolanos definitivamente es nuestro punto débil. Es nuestra cruz que cargamos en la espalda con el mayor de los pesares o quizás con el mayor de los orgullos, porque no hay país que se parezca al nuestro, porque no hay gente como la nuestra y porque no hay desayunos como el nuestro.

 

El exterior está bien, pero ¿Y las arepas? ¿Y los abrazos? ¿Y la confianza? ¿Y mis playas, mis montañas, mi selva, mi clima…?

 

Casualmente todos los inmigrantes que abandonaron su país por las guerras, hoy se sienten más venezolanos que nunca. Nosotros no podemos sentirnos de ninguna otra nacionalidad más que la propia.

 

A veces, solo pido poder trasladar a mi Venezuela a cada rincón al que voy, queriendo dejar todo lo malo en tierras infértiles para que no vuelva a dar más raíces y solo quedarme con cada rincón maravilloso de mi país.

 

¿Qué opinan?

 

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