I capitulo (La detención)

Por Jorge Flores Riofrio

@floresriofrio

 

 

 

Luego que el calor de la manifestación cesó, la tristeza vino directo al pecho, como una centella que rompe el cielo, los aplausos no fueron sino ruido, puesto que las palmas que los producían, no tenían entre ellos, las palmas blancas de un amor que se volvía polvo. Es más fácil tumbar un gobierno, que sostener un corazón.

 

El humo se desplazaba en forma de bandera, con su color fantasmagórico entre los torsos descubiertos de los encapuchados, siempre desee mostrar mi cara, puesto que protestar aunque con piedras, era mi derecho legítimo, no tenia que esconderme para desafiar a ningún gobierno, preso o no, siempre sería libre.

 

Había un charco en donde la luz menguante del sol, se reflejaba como un espejo, mientras corríamos perseguidos por los perdigones. No puedo negar que sentí una especie de gozo, la adrenalina y el ideal, un ideal a veces tan difuso como el gas lacrimógeno que se pega en la piel, pero tan fuerte para iniciar revoluciones. Es una locura tener un ideal, sin embargo, que es la humanidad sin ideal, no es más que un animal salvaje y desesperanzado, sin ideal ya hubiésemos acabado con nuestra propia especie.

 

En una de las aceras de la avenida, frente a una casa en construcción, había un montón de arena mezclada con las municiones de los manifestantes, piedras como hechas a las manos. Allí nos refugiábamos, mientras la tanqueta arremetía con sus toneladas de metal disparando perdigones, y lanzando más bombas. Una lacrimógena cayó donde estábamos, uno de los muchachos la tomó, pero el muy tonto la agarro sin guante— ¡Ay!—exclamó. Lo tomé por el brazo y le vi la herida, la quemadura le produjo un feo hematoma— ¿eres estudiante de medicina?—me preguntó el herido—no, pero no hay que serlo para darse cuenta que ya no puedes lanzar piedras con esta mano, ni para saber que eres un imbécil.

 

Salimos en medio del humo a llevar al muchacho a un médico, la cara me ardía mucho y las lágrimas no me dejaban ver bien, tropecé con la isla de la avenida y caí, los demás continuaron sin voltear para atrás, me quedé un rato tendido, estaba cansado por haber corrido tras los guardias y luego perseguido por ellos, no sé cuantas piedras había lanzado, pero de las cientos que tiré ese día, creo que solo le di una sola en el casco a un verde. Mientras me levantaba, mire el sol en un momento poético, entre en una especie de lapsus, olvidé que estaba en medio de una manifestación, que estupidez, ya cuando entre en razón sentí que me dieron dos sablazos en las costillas, una fuerte patada en el estómago y un cachazo en el rostro—Hay que ver que este carajito si es gafo, no las puso pansa—fueron las únicas palabras que escuché, mientras me llevaban por los brazos detenido.

 

Por Jorge Flores Riofrio

@floresriofrio

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