Llegó Robert Serra…
Por Isabela Iturriza Soulés
Para cualquiera que tiene pautada una cita resulta un alivio saber que la persona citada llegó. Así se sabe que no perderás el tiempo dispuesto para el encuentro. Si eres productor de un programa de radio y su llegada implica que tienes asegurado el contenido de la siguiente hora, el alivio es infinitamente mayor. Sin embargo hay ocasiones en las que la llegada de la persona citada puede ponerte en una situación de alerta muy particular. En el caso de los voceros del gobierno, suelen llegar con comitiva de escoltas, sólo si están en campaña por algún cargo son agradables y aceptan ir a los programas de radio de emisoras que siempre descalifican con periodistas que siempre descalifican. El caso de Robert Serra fue una excepción.
Eran las 6:50 am y sonó el teléfono de la cabina de producción. Se escuchó claramente el anuncio: Llegó Robert Serra. Llegó a la hora pautada. Como periodista y productora puedo decir que siempre a los invitados se les debe atender con cordialidad y mucho profesionalismo. Es muy importante, más a esa hora de la mañana, ser delicado en el trato. Sin embargo, confieso que la llegada del diputado Serra me generaba sensaciones encontradas porque tenía muy viva su imagen de verbo violento en la Asamblea Nacional y aquellas fotos que circularon alguna vez suyas con colectivos y niños armados aunque se dijo en esa oportunidad que era un “acto cultural”.
Cuando salí a su encuentro me llamó la atención su baja estatura, jovialidad y el cuidado a su imagen personal, estaba impecable y llegó sin escolta, lo acompañaba un muchacho que debía trabajar con él. Me dio la mano con fuerza y le ofrecí café. Me dijo: Sí claro, ¿pero es socialista? Entendí su broma y le seguí el juego: no sé, ¿pero si es capitalista no lo quiere? Y me respondió, si vale, dame el café y se río. A partir de esa broma rompió el hielo y en cada bloque de cuñas mostraba su lado más humano. Reconoció él y reconocimos los que estábamos allí que frente a los micrófonos y las cámaras él interpretaba un papel, construía un personaje a la medida de los fines de la revolución y él estaba cómodo con eso, lo veía como su misión.
Durante la entrevista no pararon los insultos a él a través de las redes sociales y a los conductores de la entrevista por tener a Serra de invitado. Así está Venezuela: cuando podemos, insultamos. Muy pocos piensan dos veces, muy pocos le ponen freno al odio y al rencor. Estamos atrapados en un espiral de violencia que nos está descomponiendo como sociedad, nos hemos vuelto crueles y despiadados. Sí creo que 15 años de gobierno de anarquía, odio, resentimientos y delincuencia han generado el espiral al que me refiero pero también creo que la responsabilidad que tenemos particularmente en cuidar nuestra intimidad es intransferible.
Cuando conocí la noticia de la muerte de Robert Serra -lo supe muy temprano la madrugada del jueves 2 de octubre- me desperté de golpe. Las personas desarrollamos una empatía, supongo que natural, por aquellas personas con quienes tenemos contacto directo aunque no sean nuestros amigos, ni piensen como nosotros e incluso sepamos que no tienen una vida recta. Lo cierto es que poder decir que: lo conocí, crea un nexo distinto. Sí me dolió que lo asesinaran y pensé (recordando que nos comentó fuera del aire) que nunca pudo conocer países del primer mundo porque su sueño era Cuba. Sí, así de corta fue su vida, así de corta su perspectiva de la realidad…
Se han visto en las redes sociales toda la variedad imaginable de comentarios ofensivos en torno a la muerte de Robert Serra. No voy a comentar las declaraciones de voceros del gobierno porque no es esa la motivación de este escrito. Lo que sí considero necesario decir es que si Robert Serra era una terrible persona como afirman lo propio era que fuese enjuiciado y puesto preso en procesos transparentes que lo condenen en el marco de la justicia y no del odio. Eso pasaría en un país que no vio ni verá Robert Serra. Si estaba haciendo actos de santería, nos corresponde revisar el estado moral de nuestra sociedad y lo que estamos haciendo para contener su franco deterioro. Su muerte, sea cual sea la situación que la provocó me recuerda que en una sociedad tan destruida todos pueden pasar de victimarios a víctimas y viceversa en un chispazo. El asesinato de Robert Serra me recuerda que nadie va a saber de verdad lo que le pasó porque aunque lo digan vamos a dudar, cada quien elegirá creer la historia que más le guste. Me recuerda que como él mueren muchos delincuentes o inocentes venezolanos sin que aparezca la justicia por ningún lado. En un “sistema de delincuencia” cualquiera pueda ser la próxima víctima.
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