Editorial #233: «País de informales»
Nuestra economía y nuestro país deben salir del círculo vicioso y encaminarse en el sendero de un progreso sostenido y sostenible
La culpa de la escasez es de los buhoneros. Al menos, eso es lo que el gobierno afirma. Hace pocos días, en cadena de radio y televisión, el presidente dijo que “se acabó la venta de alimentos de primera necesidad en la calle; se tiene que acabar” y la semana pasada fue publicada en Gaceta Oficial la larga lista de productos que los comerciantes informales tienen prohibido vender.
La economía informal es un mundo complejo y el tema no es exclusivo de Venezuela. América Latina tiene aproximadamente 130 millones de personas en economía informal, según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para el año 2013. Una de las causas para que este número sea tan elevado es la poca capacidad de absorción que tiene el mercado de toda la oferta de trabajo que existe en la región. Esto solamente empeora cuando el modelo económico de un país no incentiva la creación de nuevas empresas y asfixia a las que existen. El cierre de éstas incrementa el número de personas desempleadas que necesitan buscar una manera de ganarse la vida.
El caso venezolano tiene características singulares. En el país, según los más recientes estudios, el 53% de la población trabajadora se desenvuelve en el sector informal. Este tipo de trabajo es un medio de subsistencia que no demanda gran inversión de capital ni intelectual, sin embargo, debido a la crisis económica que el país atraviesa, cada vez se pueden observar más profesionales y técnicos que mantienen a sus familias trabajando en este sector. La explicación no solo se encuentra en la falta de oferta de empleo formal, sino también en los bajísimos salarios que éste ofrece.
En el último año, cuando la escasez de los bienes de consumo básico y medicamentos se elevó a niveles mundialmente preocupantes, entre 40 y 60%, los trabajadores informales -mejor conocidos como “buhoneros”- tomaron un rol fundamental en esta historia. Los alimentos e incluso algunos medicamentos que desaparecieron de mercados, supermercados y farmacias podían encontrarse en sus puestos de calle. Claro, a un precio tres, cuatro o más veces mayor, en un país que terminará el año con la inflación más alta del mundo.
Cada control genera un nuevo control y este caso no es la excepción. Lo que hoy ocurre en Venezuela es la consecuencia inevitable de un modelo que, en vez de buscar crear incentivos para la producción y la inversión, busca apropiarse de todos los medios posibles a través de la fuerza o de su destrucción. El resultado es que cada vez existen menos empresas mientras el sector productivo y el sector privado están en ruinas. Es decir, menos empleo formal y más hambre.
La economía informal es un tema que debe encararse de manera seria, así como lo están haciendo los demás países de la región. La meta es lograr que la mayoría de quienes hoy trabajan en ese sector pasen al mercado formal, porque eso no solamente los beneficiará a ellos al obtener la protección jurídica de la que hoy carecen, sino también al país, ya que esto permitirá que también sus empleadores –muchos de ellos también informales en la actualidad- empiecen a generar tributos para la nación.
Sin embargo, nada de esto es posible si las únicas medidas que se toman son correcciones a controles, es decir: más controles. Nuestra economía y nuestro país deben salir de ese círculo vicioso y encaminarse en el sendero de un progreso sostenido y sostenible con un mercado libre.
La alternativa es el despeñadero por el que hoy caemos y nos ha convertido en algo que es una realidad tan dura como innegable: un país de informales.
Miguel Velarde
Editor en Jefe
@MiguelVelarde
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