¿Qué más nos falta por vivir?

Por Fabiana Crisci

@FabiCrisci17

 

 

 

Para nadie es un secreto la inestabilidad política, económica y social que vive Venezuela. Nuestro país tiene uno de los niveles más altos de inflación en el mundo y además presenta preocupantes índices de escasez. No es necesario ser un analista político o economista para palpar la realidad, basta con ir a un supermercado o a una farmacia para darse cuenta.

 

Si bien la situación en la que se encuentra el país afecta a todos y cada uno por igual, hay casos puntuales que afectan más a unos que a otros. Es el caso de los panaderos con la harina, o de las madres con los pañales, o el enfermo de cáncer que no encuentra medicamentos, o en mi caso: no consigo las medicinas que necesita mi papá para el corazón.

 

Desde febrero, luego de que mi papá sufriera un infarto, todos los meses es la misma historia con el tema de los medicamentos. Buscar las medicinas que necesita mi papá se han resumido en cuatro etapas: Buscarlas y que nos digan que no hay; seguirlas buscando, conseguirlas y que sólo nos puedan vender una caja; intentar que el “amigo farmacéutico” nos venda algunas cajas más; y la última, – ya casi a modo de resignación- buscarlas en el exterior.

 

Según la Federación Farmacéutica Venezolana “el desabastecimiento en Caracas ronda el 60%”; y según Infobae en el interior del país la escasez alcanza el 70%. La falta de medicamentos es total a nivel nacional, sin embargo, si tienes un poco de suerte puedes conseguirlos fuera de Caracas. En mi caso tenemos familia en Trujillo, y con algunos “truquitos” se logran mandar los medicamentos a través de las agencias de envíos.

 

Hace unas semanas viajé a Argentina, por supuesto solicitando Cadivi, y en mi muy corta lista de compras estaban las medicinas de mi papá. Le entregué a la señorita que atendía en Farmacia un papel que tenía los medicamentos que buscaba y me dijo que los tenía todos con excepción de uno. De inmediato le dije que por favor me diera dos cajas de cada uno y la que tuviera más comprimidos. Muy amable pero con cara sorprendida me los entregó para pagarlos.

 

Cuando pasé a la caja de inmediato el cajero me reconoció el acento y me dijo – ¿Usted es venezolana? – Está difícil allá la situación, ¿no?- Aquí vienen muchos venezolanos buscando desodorantes y medicinas-.  En ese momento no sabía si reírme o avergonzarme. Le dije: Sí, soy de Venezuela, mientras buscaba mi tarjeta para pagar e irme.

 

La situación que enfrenta Venezuela no es exclusiva para un sector o para una clase social específica. El país vive una crisis en la que se ven afectados todos y cada uno de sus habitantes, pues, independientemente del poder adquisitivo, los productos que se necesitan están desaparecidos. El tema de la comida es sin duda preocupante, pero la escasez de medicinas indudablemente es alarmante, ¿será que los gobernantes no se enferman?

 

Generalmente no se suelen sacar conclusiones de una situación sino hasta que las consecuencias negativas repercuten sobre uno mismo, o como dice el dicho venezolano: nadie escarmienta en cabeza ajena. Pero pareciera que aquí no es así, pues a pesar de que el nivel de aceptación de Maduro ha disminuido los últimos meses, los venezolanos siguen aceptando hacer interminables colas o andar de farmacia en farmacia. Para los venezolanos no es suficiente que los problemas los toquen directamente.

 

¿Qué hace falta para que los venezolanos terminen de despertar? ¿Qué más nos falta por vivir?

 

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