¡Es el momento!

Por Gabriel Reyes

@greyesg

 

 

 

La Libertad es un constructo que ha sido definido a lo largo de la historia por muchos filósofos, sociólogos, psicólogos, juristas, politólogos y otros especialistas sin llegar a una forma definitiva de expresar en términos concretos su alcance pero sí su importancia.

 

Ser libre para el hombre tiene un arraigo prehistórico en el ejercicio mismo de su voluntad sin coerción. Espacio que con el tiempo debió ser limitado para garantizar la repartición de los espacios de los demás individuos primero y la práctica del arte de compartir más tarde.

 

Decir que en Venezuela fuimos libres hasta 1.492 es una falacia en sí misma, porque eso no era Venezuela y cuando nació la República ya existían fuerzas endógenas y exógenas que comprometían nuestra vida diaria. Sin embargo, tras la idea de la Independencia se libró una lucha ejemplar que nos evitó la continuidad de un dominio extranjero como era el español.

 

Pero la excesiva libertad se convirtió en libertinaje y varias generaciones entre montoneras y caudillos regaron su sangre por el territorio tratando de ordenar nuestro incipiente sistema político a nivel regional y nacional.

 

El siglo anterior nos dejó dos dictaduras militares, una personalista y pretoriana como lo fue la de Juan Vicente Gómez, y otra progresista y militarista como la de Marcos Pérez Jiménez, ambas matizadas con la barbarie propia del terrorismo como forma de intimidación de quien pretendió ejercer su libertad, o al menos añorarla a viva voz.

 

El arribo de la democracia y la consolidación de la misma en formas de participación ciudadana plurales y que con respeto y armonía compartían y se repartían el poder, entendido este como la capacidad de cambio del entorno para propósitos colectivos, dibujaron escenarios y paisajes de desarrollo en una Venezuela que entró al año 1.998 como la promesa del continente. 

 

Aspectos que no vienen al análisis de esta reflexión dejaron en el tintero la culminación de una obra que apuntaba a conducirnos al desarrollo integral, como un país próspero y que prometía diversificar su economía para soportar la consolidación del progreso en libertad.

 

Se teje la tela que enredó la historia. El discurso revanchista de quien no sólo quería más, sino que el otro tuviera menos, cuando no nada. Del discurso de los merecidos hijos de la Patria despojados de su cuota parte de la renta petrolera, de quienes se llenaron la boca acusando a la clase dirigente de corrupta pero nunca juzgaron y menos condenaron a ninguno de los que prometieron freír sus cabezas en aceite en la histriónica campaña electoral que antecedió a este hecatombe histórica que hoy pareciera explotar como un globo sin rumbo pero herido sin remedio.

 

Dieciséis años después Venezuela es más pobre, ya no tiene partidos políticos que promueven la diversidad de ideas en un debate constructivo, los jerarcas militares, obesos de ego y riquezas oprobiosas son ahora animales políticos que ejercen cargos civiles con impudicia erigiéndose como nuevos caudillos de sus comarcas.

 

Hoy el venezolano no tiene dinero, su moneda no vale nada, su vida vale menos presa del hampa y la impunidad que la rodea, la salud es precaria sin asistencia, instalaciones ni medicinas, los campos no producen, las fábricas cierran todos los días, las escuelas producen desertores y el suelo venezolano, mayor reserva de crudo del mundo, cada vez produce menos y debe más en tratos y acuerdos inconsultos, grises, turbios, que han fortalecido las arcas de la cleptocracia más despiadada que se recuerde en nuestra historia, donde apenas comienza a destaparse la cloaca de dimensiones siderales de colocaciones escandalosas en paraísos fiscales, antros donde la corrupción y sus protagonistas fueron bienvenidos y gracias a acciones valientes y contundentes de naciones libres y soberanas comienzan a ser reveladas al mundo.

 

Hoy peleamos con los gringos, peleamos con los españoles, con los colombianos y los chilenos, pero no con los guyaneses que se hacen de nuestro territorio y su riqueza ante la mirada indiferente de milicos de moral putrefacta que prefieren pensar que eso no es con ellos.

 

Y todavía vivimos, algunos todavía somos capaces de sonreír, de pensar en algún futuro mejor, pero la crisis se convierte en agonía cuando los Derechos Humanos son pisoteados sin misericordia, cuando disentir se convierte en condena y pensar representa un riesgo en sí mismo. Cuando las elecciones son abiertamente manipuladas desde el registro de electores, los circuitos, el método, la custodia de los votos, su conteo, escrutinio y resultados, pero hay que votar.

 

Venezolanos tras las rejas por pensar diferente, con juicios sumarios o aliñados, mientras que asesinos, convictos y confesos, de inocentes, gozan de la protección del régimen en limbos existenciales donde supuestamente se buscan pero nunca se encuentran.

 

Esta es Venezuela. La que no queremos seguir viviendo. La que pareciera que se lleva en un lento suspiro nuestras ilusiones de progreso y libertad, la que un día fue ejemplo de sacrificio por el rescate de su esencia y que hoy persigue una bolsa de harina o un paquete de papel sanitario con desespero colectivo.

 

Es el momento de la reflexión constructiva y participativa, de desmontar paradigmas ambiguos de indiferencia y comodidad. Ya la zona de confort no existe ni para los «raspacupos» anquilosados en la inmundicia gobiernera que nos desangraron y hoy reclaman el ejercicio de su delito cual oficio o profesión.

 

Es el momento de analizar lo que sucede, de compartir con el vecino, con el compañero de trabajo, con el familiar, con el que hace la cola contigo para perseguir los bienes escasos, con el confundido que fue manipulado en una aventura de mil etiquetas patrioteras y revolucionarias y que hoy despierta más pobre y amenazado por la hostilidad de la barbarie delictiva. 

 

Es el momento de organizarnos para plantear soluciones concretas a problemas que han querido vender como muy abstractos pero que en esencia se resuelven con el compromiso de todos. En Venezuela cabemos todos, sin odios y sin impunidad.

 

Comencemos a despertar y a dimensionar la tarea que nos corresponde, limpiando el estiércol que a su paso han dejado politiqueros de oficio de un lado y del otro, y utilicemos las herramientas de la ley y la razón para devolverle a esta tierra de gracia su derecho a disfrutar de la bendición que el Creador le regaló.

 

Amanecerá y veremos…

 

(Visited 77 times, 1 visits today)

Guayoyo en Letras