Marketing de la Mentira

Por Jorge Olavarría H.

@voxclama

 

 

 

Su Majestad la reina fue informada de la situación. No hay trigo para hacer pan y la gente está alborotada. Hay hambre. Ya han linchado a varios panaderos y quemado sus negocios. Si no les venden pan, que coman brioches, contestó la reina. Los intelectuales disponibles regaron como pólvora estos desafortunados comentarios y se produjo una ola expansiva de indignación que encendió la ciudad de Paris. Y la revolución explotó.

 

Si la monarquía hubiese tenido la maquinaria publicitaria de la que gozaron regímenes como el soviético en todo el bloque del este, y el nazi el Alemania, no hubiese habido revolución. Los encuestadores, publicistas y académicos en las nóminas de sus majestad, hubieran podido neutralizar la opinión pública y culpar la “crisis” al bloqueo naval británico, explicar la fallas de las cosechas como un plan golpista de los terratenientes, una conspiración macabra de comerciantes enemigos de la patria. Hubieran podido explicar la merma del tesoro no por excesos, o cuentas ocultas de la aristocracia en bancos de Andorra. Y pocos criticarían las “ayudas” humanistas y solidarias que recibieron, por ejemplo, los ácratas americanos en guerra contra el imperialismo británico que, sea dicho de paso, sin la ayuda francesa, el alzamiento republicano no hubiese logrado establecer la primera república en el continente americano. Los británicos hubiesen aplastado la revuelta colonial y el rey George hubiese mantenido su paraíso de ultramar.

 

Hoy más que ayer, el poder que tienen los “propagandistas” con los ilimitados recursos que proporcionan las redes sociales y las nuevas tecnologías de la información, es mucho mayor que cualquier momento del pasado. Es incalculable. El Daesh (que muchos llaman ISIL) entiende y sabe utilizar este poder y están preparados para justificar sus atrocidades medievales trocadas en legítimas causas en defensa de sus convicciones antiimperialistas y religiosas. A menudo nos llegan videos donde los verdugos con rostros cubiertos explican en árabe y en inglés, con diáfana persuasión, las razones de su causa antes o después de haber degollado a un ser humano o a un grupo de hombres absolutamente culpables de apostasías religiosas. Dios es grande, gritan, y debe ser cierto porque ni Dios ni nadie hacen nada y la barbarie continúa.

 

No necesitan mentir siquiera. Son capaces de distorsionar la realidad a niveles en los que la mentira se hace innecesaria, pretérita. No es necesario vivir en democracia representativa (que siempre es y solo puede ser eso, por lo que elegimos representantes), cuando vivimos en una democracia “participativa y protagónica”. Nueva democracia revolucionaria. Como la Roma republicana que detestaba su pasado monárquico pero necesitaba una figura centralizadora, e impusieron un Imperator ahorrándose la crítica de los republicanos antimonárquicos. Un poco con Napoleón, paladín de la revolución y la República, vuelto Emperador.

 

AQUÍ… (Dejado a un lado la gigantesca maquinaria de publicidad y culto a la personalidad –, los robos, expropiaciones, adquisiciones inmundas de canales y estaciones, el monopolio de granito de medios, la gerencia de medios sociales y de tecnologías) dejando todo eso a un lado, (porque se requerirían volúmenes) mencionemos solo de uno de todos los nefastos personajes que se han prestado a hacer tildar la opinión pública venezolana. Hablemos del peor, probablemente, o del mejor, si así lo quieren ver, por su sagacidad y sigilo. Hablemos de Luis Vicente León. Omisión. Distorsión. Desviación. Confusión. Apologías. Revisionismo. Aturdimiento. Sobresaturación. Negación. Justificación. Imputaciones falsas… Es un especialista en la falacia.  Y la falacia no tiene que ser demasiado falaz. Basta con que suene formal, siguiendo parámetros de Gallup, algo creíble aplicando unas cuantas gotas de persistencia a lo Goebbels, una pizca de manipulación del subconsciente de Bernays y Cheskin, y no importa si se nota un poco el guiso como con Walter Duranty o McCarthy y presto. Tienes una cocción capaz de hacer lo que tan bien hace este régimen. Culpar a inocentes, involucrar incautos. Capaz no de hacerte pensar sino de pensar por ti. O peor aún, hacerte creer que estamos sufriendo una crisis provocada por otros cuando lo que estamos viviendo en cocinándonos en el estiércol de una revolución de la hipocresía que le ha sido sumamente beneficiosa a los jerarcas vitalicios y por supuesto, a sus gratificados profesionales de la propaganda, la apología y el marketing de la mentira.  

 

 

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