¿Quién es El Ávila?
Por Glenda Morales
@glenda_morales
Si le hiciéramos esta pregunta a un extranjero, tendríamos que enunciarla cambiando el pronombre a “qué”; puede que responda que se trata del pulmón vegetal de una ciudad capital, que es un cerro conocido de una urbe, o que simplemente en una gran montaña. Pero si interrogamos a un venezolano, específicamente a un caraqueño y que preferiblemente sea un asiduo a subirlo, habrá que preguntarle por “quién”, y seguramente alguna de estas ideas se agruparan en su mente para modelar su respuesta.
Desde abajo en Altamira se impone delineado por una pluma de clorofila en un lienzo azul pastel, como si fuese la punta de un obelisco gigante que se repite incesante desde Vargas hasta Miranda. Así de omnipresente, poderoso y guapo se te viene encima en un efecto visual. Te abduce. En la entrada del parque los acordes de un violín o un sensual saxo, comienzan a cortejarte en el inicio de una velada que se avecina perfecta. Una banda sonora triunfal a cargo de un solo miembro según sea el caso, apostado bajo el crudo cemento de la cota mil que conforma una acústica envidiable por cualquier templo europeo, y donde absolutamente todos sus ruidos son íntimos y deseables.
Los convocados recorremos ese pasillo verde de mosaicos flotando entre mieles y naranjas rumbo al cielo. Después de las entrañables cabañas donde el agua de coco te baña, te aproximas a la falda donde comenzará tu ascenso. La fuerza se acumula en todo el cuerpo y desplaza los problemas de la mente dejándola en blanco solo para registrar el triunfo cuando llegues al final. Todo tú en un mismo lugar dispuesto a ganar: alma cuerpo y mente conjugados.
Se inicia el recorrido a través de una anatomía familiar, donde los pies calzan en cada desnivel del terreno como si fueran de la horma exacta, decodificando la irregularidad del suelo a través de sombras pintadas por el sol cuando se tamiza entre los árboles. Es el trayecto de un espacio fértil y promiscuo que se deja alcanzar por todos en una especie de noviazgo formal semanal.
Una relación perfecta donde las distancias se estrechan cada semana sin dar lugar al aburrimiento. Una rutina sin tedio. Una comunión colectiva donde todos logramos llegar. Unos antes, otros después, y algunos a la vez. Donde cada nuevo camino es forjado con nuestros pies gestando pasadizos como si fueran hijos o señuelos hacia el placer inmediato, para subir más rápido. Un espacio plagado de espíritus poderosos o de cuerpos esbeltos que se mimetizan con la majestad del monte como si formaran parte de una misma entidad. Como piezas de un puzzle o de un lego, cada uno de nosotros, fractalmente, le da forma a ese Vitrubio abismal.
A medida que el terreno se inclina, la tensión se incrementa. Se percibe la respiración más agitada mientras el flujo de la sangre se agita y el pulso late desde los pies hasta el universo. El sudor viene haciendo su tarea y su momento más fresco es cuando la brisa golpea en la humedad de tu franela y la adhiere fría por segundos a tu piel caliente. Esto sucede hasta la cima, infinitamente.
Un poco después de la mitad del recorrido; donde se observa desde lo alto una línea gráfica de la orilla tímida de la ciudad rozando los pies de la montaña sin profanarla; justo allí, hay un punto de no retorno donde desfalleces, los músculos se contraen y el vértigo te posee un poco al intentar caminar. Tu cuerpo y tu mente se han quedado unos metros más abajo, pero tu voluntad se hace cargo hasta las próximas seis vueltas que faltan. Entramos en una dimensión donde el tiempo se paraliza, donde somos solamente un organismo aplicando al máximo su función vital, sin instrucciones sin prejuicios sin paradigmas, donde la única misión es superar al ego o viceversa. Te olvidas del camino y ya no hay comunión, queda es demostrarle al cerro que puedes ganarle.
Pero luego cuando llegamos al puesto de guardabosques, lo hacemos con la convicción de que solo somos la hoja de un eucalipto batida por la brisa a su merced antes de caer al suelo, abandonados a una gloria solitaria. El cuerpo se calma y la conciencia se recupera. Vuelves a ser trilogía, pero jamás el mismo; y así ocurrirá el próximo domingo cual feligreses transformados por el sermón.
A estas alturas amigo lector, el senderista ha sucumbido por lo menos al ochenta por ciento de las fases de un nirvana o de un orgasmo.
Entonces, si nos preguntan sobre este cerro o esta montaña cuya libertad de género amplía su generosidad, tendríamos que responder que: El Ávila o es Dios, o es tu amante. Asunto que entre paganos y cristianos resulta siendo lo mismo, así que da igual: Alcáncenlo.
Si van a subir recuerden:
- Si no está en movimiento procure apartarse del camino principal, porque distorsiona la ruta del compañero que le sigue.
- No deje desperdicios en el camino.
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