Populismo
Por Alfredo Yánez Mondragón
@incisos
El tema electoral, en la coyuntura que vive Venezuela, reviste un sadismo político. El absolutismo se ha vuelto una práctica que desconoce los argumentos y niega los conceptos complementarios.
Por años, numerosos analistas que no se arropan con el populismo de las olas mediáticas, han advertido que el voto es el símbolo de la democracia, pero que no es el único elemento a considerar; rechazan de plano la tesis según la cual, en este momento histórico solo el voto será capaz de vencer el secuestro institucional.
Dentro de dos semanas la Mesa de la Unidad Democrática celebrará elecciones primarias para elegir a un porcentaje de sus candidatos para la Asamblea Nacional.
Un seguimiento a la distancia del proceso, permite advertir que los candidatos actuales, que aspiran el apoyo de los sectores de oposición para luego iniciar una propuesta más incluyente, que convenza a los indecisos y hasta a algún oficialista descontento, repiten la fórmula de la campaña besa viejitas. Es como si antes de iniciar su campaña se hubiesen aprendido “La Cotorra” de Perucho Conde.
Leer a candidatos a diputado señalar que desde la Asamblea Nacional van a meter en cintura a Maduro, es defraudarse de una clase política que no ha aprendido nada, ni de sus aciertos, ni mucho menos de sus errores.
Cuando la clase política olvida la Política para solo enrolarse en una arista –circunstancial y devenida en ruinas- como la electoralista, la fuerza de los hechos la sobrepasa, y crea fenómenos tan nocivos como aquellos que nos han traído hasta aquí.
La sociedad venezolana, inoculada de mentiras y falsedad por truhanes del populismo, ha ido aprendiendo a fuerza de los golpes que propicia el fracaso del modelo. Qué pena que quienes pretenden ofrecerse como alternativa, promuevan exactamente lo mismo que critican, pero sin la más mínima posibilidad de dar cumplimiento a sus promesas.
En 2010 se propuso al país un plan de 100 soluciones para la gente. Habría que revisar el estilo de aquella campaña, las ofertas que se hicieron y lo logrado. Con ese resultado en las manos, establecer una estrategia, no para engañar con frases bonitas, sino para llamar las cosas por su nombre y desafiar a los electores, a los ciudadanos.
Ganar las elecciones, para promover un cambio, no significa sacar más votos. Ganar debe significar iniciar –Si, iniciar- una propuesta de transformación que releve, desde el discurso hasta la ejecución, las prácticas populistas que tanto daño han hecho, hacen y seguirán haciendo, mientras la política electoralista insistan en “cargar muchachitos de tripa vacía”.
A los venezolanos les gusta votar. Pero también les gusta que se les cumpla.
Aun sin fecha para las próximas elecciones, queda tiempo suficiente para trazar una estrategia de contraste verdadero, de desafío, de invitación al esfuerzo, una campaña de impacto que convoque. Hasta ahora se ve más de lo mismo, una carrera se sacos, incestuosa en lo político, divorciada de la realidad real.
Votar todo los días, si hace falta, pero no votar para botar el tiempo y las ilusiones; sino votar para ganar sociedad, para ganar ciudadanos empoderados desde un discurso Político que no supravalore las necesidades de la gente, sino que las reivindique y desafíe para el crecimiento de todos.
La frase del cierre es muy vieja, pero tremendamente vigente. Si seguimos haciendo las cosas del mismo modo, no habrá manera de obtener resultados distintos.
¡Y ojo!, no se trata del resultado en la sumatoria de las papeletas! Sino del resultado que depende de ese discurso populista absurdo y sus alcances en la sociedad.
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