Caen las estatuas de Guzmán

Por Jimeno Hernández

@jjmhd

 

 

 

 

Los ojos del caudillo ausente observan los callejones de Caracas con mirada arisca, como un símbolo de advertencia para aquel que se atreva a lanzar la primera piedra en contra de su afamada revolución. Dos gigantescas estatuas adornan la capital de la República y rinden homenaje a la vanidad y delirios de grandeza del dictador. Una ecuestre de más de dos toneladas de bronce ubicada en el boulevard entre el Capitolio y la Universidad. La otra, pedestre de mayor masa y estatura, se impone sobre el valle desde la cúspide del cerro “El Calvario”. Los caraqueños han bautizado estos abominables monumentos como “El Saludante” y “El Manganzón”.

 

Juan Pablo Rojas Paul, un civil carente de mando y destrezas castrenses, ha sido elegido por Guzmán Blanco para ocupar la Presidencia durante el bienio 1888-1890, mientras él se retira sin preocupaciones a su lujosa morada en la ciudad de la luz. Confía ciegamente en la fidelidad del escogido de turno pues Joaquín Crespo, el único militar que representa amenaza a su liderazgo político, le ha devuelto la Presidencia sin contratiempos en un acto de lealtad que el “Ilustre Americano” ha galardonado con el título de “Héroe del Deber Cumplido”.  

 

Al abogado caraqueño le toca manejar un país dividido. Por un lado se encuentran los partidarios de Guzmán Blanco que le reclaman mantener intacta su influencia y, por el otro, aquellos que ofrecen su apoyo en oposición al régimen del “autócrata ilustrado”. Es el 26 de octubre 1889 cuando la reacción popular inclina la balanza y se reorientan así los destinos del Partido Liberal y la vida política del país.

 

A eso de las diez de la mañana se congrega, frente a la Universidad, un grupo de estudiantes que manifiesta públicamente su descontento con el régimen guzmancista. Los ánimos de la ciudad de los techos rojos se desbordan y no tarda la protesta en convertirse en una divina comedia cuando a un borrachín se le ocurre gritar: -Abajo la tiranía, tumbemos las estatuas de Guzmán-

 

La multitud ruge entre gritos y aplausos hasta que, después de un instante, empieza a corear: -¡Viva la Republica! ¡Viva la Libertad! ¡Viva Rojas Paul!

 

Ni el gobernador del distrito o el General Giuseppe Monagas se atreven a dar la orden de fuego contra la muchedumbre. Una soga enlaza la estatua ecuestre por el cuello de la bestia y son muchos los que le echan mano al cabestro para templarlo, entonces caballo y jinete se bambolean y, después de un par de minutos, caen por tierra estruendosamente.

 

El ruido del desplome de la imagen del cabecilla y su corcel seduce la atención de los caraqueños y los hace abandonar sus quehaceres cotidianos para unirse la turba. Todos aspiran ser testigos de los sucesos de la jornada y aún queda en pie la estatua del Calvario, entonces hacia allá se enfila la masa sin represión alguna de las fuerzas públicas.

 

Más de dos mil almas escalan el cerro para amarrar por el pescuezo al Manganzón y también lo echan por tierra. La emoción de la multitud la guía entonces hacia la Plaza de San Jacinto y allí cae una tercera estatua, la de Antonio Leocadio Guzmán, fundador del Partido y padre de Antonio Guzmán Blanco.

 

La prensa no demora en plasmar su opinión de los sucesos y esa misma tarde se publican las siguientes palabras:

-¡La justicia nacional se ha cumplido!- Escribe Rómulo Guardia en “La Libertad.” -¡Gloria al gobierno de Juan Pablo Rojas Paul que ha sabido respetar el sentimiento público!-

 

Miguel Eduardo Pardo escribe en “La Guillotina”: -Hoy el pueblo soberano  reunido en la Plaza San Francisco se dispuso a tumbar el vergonzoso muñeco que se erguía como una blasfemia ante el Capitolio. No hubo que los detuviera; ni los consejos de los ancianos; ni la presencia de la Guardia Municipal; ni el temor de muchos que allí suplicaban a los valientes jóvenes que se detuvieran. Enseguida corrieron al Calvario y se desahogaron pisoteando al “coloso pigmeo” que estuvo impasible levantado por tantos años sobre las colinas más bellas de Caracas.-

 

En “El Despertar” de Luis Correa Flinter se lee: -Trascendental acontecimiento: Las estatuas de Guzmán, que simbolizaban la tiranía y la abyección de un pueblo, han caído de manera satisfactoria para la República, para la altiva juventud de Caracas y el Gobierno que nos rige. La conducta de la autoridad y esta arrojada acción de los jóvenes universitarios merecen aplauso franco y espontáneo de toda la nación. Lo acontecido hoy en Caracas es prueba patente que nunca se luchó en vano por la libertad de los pueblos.-

 

Las estatuas de Guzmán Blanco son destruidas, arrastradas por las calles y divididas en pedazos. Ha llegado la hora de la Rehabilitación Nacional. 

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