Deslinde definitivo o replanteamiento de la Unidad

Por Alfredo Yánez Mondragón

@incisos

 

 

 

Como en toda sociedad en la que la política se baraja entre nombres y aspiraciones al poder, la nuestra (o lo que queda de ella) insiste en pelearse por los huevos, (que están todos en una sola canasta) porque dicen que allí se encuentran los pollos que se tienen contabilizados.

 

La premisa de la Unidad se defiende bajo chantaje; y los propulsores del deslinde no lo concretan por temor a que el chantaje se materialice y una vez más, después de tanto nadar, se naufrague en la orilla; con todo y los pollos contados antes de que nacieran.

 

Quienes asumen el costo del chantaje político emocional; no reparan en las consecuencias del daño que se hace a una sociedad que mira con estupor como entre unos y otros de los protagonistas de la Unidad se ponen zancadillas, se irrespetan, se insultan y a un tiempo, se untan crema para los golpes, se consuelan mutuamente y se disculpan con comunicados eufemísticos, propios de quien habla para atrás y para delante.

 

El coitus interruptus permanente respecto a las acciones políticas que se adelantan ( o se atrasan, según sea el caso) ratifica el divorcio existente entre la clase dirigente referencial y la gente que aspira a que esas referencias se conviertan en liderazgo compartido y unido; que no quiere decir, liderazgo único, unívoco, unánime.

 

El país partido en dos polos es irreal; no existe, no tiene sentido; no es de verdad.

 

Los referentes políticos lo saben, lo sufren.

 

Si de verdad son referentes, que quieren llegar a posicionarse y a convertirse en líderes del país; deben asumir la responsabilidad histórica de plantear con voz clara y alta que ha llegado la hora del deslinde entre las visiones; que no son sutilezas de formas, sino planteamientos de fondo.

 

Un deslinde que oxigene y que permita a la sociedad diferenciar ciertamente quién es quien, cómo es, qué quiere, qué propone, cómo actúa; en otras palabras; formalizar lo que de facto ya existe.

 

Esa es una opción, propia de una sociedad civilizada, en la que los partidos políticos son deliberantes, donde la política tiene sentido de principios y valores; y donde la gente, el ciudadano merece respeto.

 

Pero hay otra opción; quizá un poco más sensata (habría que analizarlo bien) en la que esos referentes, marginados de los medios, silenciosos en algunos temas, fuertes en la convocatoria cuando se sustenta sobre argumentos incontestables, pueden ratificar su pretensión de llegar a ser líderes; y esa es la del replanteamiento de la Unidad.

 

Si los referentes políticos del país; esos que quieren hacer política y no negocio; esos que aspiran a mejorar la calidad de vida del venezolano y no robarse lo poco o mucho que queda; esos que no piensan solo en las próximas elecciones para contar con los ingresos extraordinarios por la “logística”; quisieran ponerse de acuerdo para enfrentar juntos la crisis institucional más grande que ha sufrido el país; habría una posibilidad de construir una plataforma de Unidad.

 

Para ese cometido, lo primero que hay que hacer es (parafraseando a Amador Bendayán, cuando se forjaba la idea de la Casa del Artista) despojarse de vanidades para entender que necesitamos caber todos.

 

La Unidad del país no es, ni puede ser solo, la unidad de los partidos políticos; y la voz de la Unidad no es, ni puede ser solo la voz de un “líder”; entre otras cosas, porque la crisis es multidimensional, porque estamos hablando de la estructura del país, de la sociedad, de nuestro modelo como nación.

 

Al día de hoy, no hemos superado el trauma de ser una sociedad seguidora del último hombre a caballo; y eso no nos permite comprender que requerimos Unidad empresarial, unidad académica, unidad universitaria, unidad gremial, unidad política, unidad en materia económica, unidad militar, unidad ciudadana.

 

Mucho menos nos permite entender (sobre todo a quienes se empeñan en transcender como líderes) que esas dimensiones de la unidad, necesarias todas, no pueden estar en las manos de los mismos actores. El país no puede pasar de unas manos a otras; que en definitiva se pagan y se dan el vuelto.

 

En ese sentido es imperativo que se replantee la urgencia de la unidad en términos de amplitud; y no solo de amplitud partidista; porque los partidos son importantes, necesarios, vigorosos, voluntaristas; pero no son los únicos actores de la sociedad. La nuestra, por estar en crisis profunda; tiene inmensas posibilidades de resurgir, de rehacerse, siempre y cuando todos los actores son convocados, escuchados, incorporados.

 

Si los referentes políticos que tenemos; a expensas de la responsabilidad histórica que les ha tocado encarar, se plantean asumir el reto de replantearse HOY, no mañana ni pasado, la estrategia de Unidad; que implique amplitud, consulta, acción, imposición de agenda; desterrando los prejuicios (esos mismos que se destierran cuando cualquier oficialista salta la talanquera) entonces, podría comenzar a hablarse, pero sobre todo a sentirse, a percibirse, el fenómeno de la Unidad Nacional.

 

Al día de hoy, encuestas en mano; hay una oportunidad impresionante de darle un cambio a las coyunturas de poder. De parte de quienes tienen responsabilidad está, que eso que hoy dicen las encuestas, pueda traducirse mejor en una posibilidad de transformación de las estructuras de la sociedad.

 

Estoy seguro de que ambas opciones; el deslinde definitivo entre quienes creen tener posturas irreconciliables; o el replanteamiento de la Unidad; con una visión sensata, desarraigada de ambiciones individualistas y con hondo sentido de estrategia ciudadana, de liderazgo compartido y colectivo, pueden funcionar, para encaminar sin pasos en falso, un tránsito hacia un país que todavía nos queda muy lejos.

 

Por ahora, la política en Venezuela se escribe con Ch de Chantaje; y de mantenerse esa gramática peculiar; ni que se convoquen 30 marchas al mes; ni que se ganen todas las curules de la Asamblea; podremos iniciar la transformación por la que unos y otros, y otros más, hemos trabajado a lo largo de los años.

 

¡Fuerte abrazo; y que Dios reparta suerte!

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