La Funesta Democracia

Por L.J.Tang

 

 

  "La Muerte de Socrates" de Jacques-Louis David (1787)

 «La Muerte de Socrates» de Jacques-Louis David (1787)

 

La Democracia nos falló. 

 

Y no. No es que nosotros no supimos manejarla, es que el sistema en sí mismo es incapaz e innatural desde sus raíces.

 

¿Qué podía esperarse de un modelo político que permite a las burdas masas, ignorantes en su mayoría, elegir el destino de un país?

 

Chávez sin duda fue un producto de la sociedad venezolana, cumpliendo ese precepto del Caudillo que se manifiesta como el arquetipo del conglomerado sentimiento popular; un hombre que reunió dentro de si todo el resentimiento y el revanchismo que adecos y copeyanos habían hecho surgir de las entrañas del pueblo. Esto es innegable, pero no sirve como excusa para el hecho de que llego al poder gracias al voto popular, con una profunda diferencia respecto a sus languidecidos contrincantes.

 

Lo mismo es aplicable al resto de nuestros finados presidentes de la llamada 4ta Republica, ese desastre que frente a la debacle actual se presenta como una suerte de Edad de Oro en donde todo era ambrosia e incienso. Ellos llegaron al poder porque supieron seducir a una masa en su mayoría incapaz de concebir la realidad política de la nación y cuya mayor preocupación había sido, y continua siendo, la manutención recibida por parte del Estado.

 

Esto es un problema de forma y fondo, de ser y esencia. Las sociedades no cambian a menos que los hombres cambien; bien Platón lo sabía cuándo habló de la necesidad de que el hombre se armonizara y encontrara en si las cuatro virtudes cardinales, que le  permitirían realmente transformar la política del mundo sensible y ser efectivamente buenos ciudadanos. Y no estamos pidiendo que todos abandonemos la caverna, sino que no se puede permitir que los prisioneros sean los que decidan el destino absoluto de todos, serian entonces ciegos guiando a ciegos como nuestra tragedia actual.

 

Tenemos por lo tanto un problema de esencia del hombre y un problema de la forma en que el modelo político potencia esa carencia primaria, ergo el venezolano común es ignorante y poco desarrollado intelectualmente desde su raíz y el sistema democrático valida ese defecto dándole poder de decisión, y por lo tanto condenando a la nación al fracaso.

 

Los venezolanos más avispados lo han aprovechado y se han convertido en nuestros líderes, por eso de que en tierra de ciegos el tuerto es rey.

 

Venezuela nunca podrá ser una nación de excelencia mientras permitamos que las masas mentalmente estériles ejerzan el privilegio del voto. Sí, privilegio no derecho. El mayor peligro es dejar que los incapaces determinen el futuro de todos, sea que estos incapaces dirijan el Gobierno, o que sean los que pongan a estos últimos en el Poder.

 

Algunos podrán pensar que escribir esto es un suicidio político, tanto por lo políticamente incorrecto que es gritar lo obvio, esto es, que las mayorías son idiotas y no están capacitadas para elegir a los dirigentes, como porque esto significaría desaprovechar la estupidez tan lucrativa.  Sin embargo dado que no tengo ambiciones de político, y mi único interés es el verdadero bien común y la búsqueda por la superación y excelencia del hombre, no tengo reparo alguno en decirlo.

 

Me he opuesto,  y me seguiré oponiendo vehementemente, al voto Universal. Considero que es un crimen al espíritu y la mente humana, y debería ser un deber cívico de aquellos compatriotas pensantes el inclinarse a su completa erradicación limitando el voto a un menor número de ciudadanos que, a través de ciertas características particulares, puedan tomar la decisión de colocar en el poder a los más capaces  sin que valga simplemente la verborrea y las promesas vacías.

 

Para aquellos que defienden la democracia y saquen a colación a Estados Unidos de América, ese país que se ha convertido en el auto-denominado adalid de las libertades, harían bien en leer acerca de su sistema político. El ciudadano estadounidense común no elige directamente a su candidato, sino a un  elector que a su vez dará su voto en el Colegio de Electores, compuesto por senadores, congresistas y delegados, probablemente un sistema más capaz que el nuestro pero que no necesariamente previene que de vez en cuando la estupidez del norteamericano común se filtre en los resultados.

 

En fe a ese fallido sistema democrático hemos sacrificado las nociones más elementales, dejamos que los ignorantes decidiesen que sería de nosotros, permitimos que con tal de ser llamados igualitarios, liberales y abiertos nuestros inferiores tuviesen un peso tal que terminaron guiándonos a todos a la vorágine de insensatez que padecemos actualmente.  Falló el sistema y fallamos nosotros por creer en él.

 

¿Qué hacer? ¿Acaso este es un sacrílego llamado a destronar a la democracia y suplantarla por aquellos monstruos que se cree que abundan fuera de todo lo que sea considerado democrático y libre?

 

Tenemos dos opciones:

O continuamos con el mismo sistema que nos ha llevado a este desastre, manteniendo ese auto-engaño que nos hace sentir buenos ciudadanos y que nos compele a aceptar que todos somos iguales y que todos tenemos la misma capacidad intelectual, moral y espiritual para elegir a quienes regirán nuestros destinos; o podemos despertar de ese sueño hermoso y letal y entender que no todos somos iguales, que hay hombres más inteligentes y capaces que otros y que es un riesgo demasiado alto el permitir que cualquiera tenga un voto que decida el Destino de Venezuela.

 

Si somos lucidos y tomamos la segunda opción comenzaremos el largo camino de replantearnos el modelo político que deseamos seguir, uno que le de peso en la sociedad a quienes lo merecen.

 

Creo que la respuesta está en la Aristocracia (entendida como el gobierno de los mejores, los más capaces), en un sistema que no solo mantenga a los mejores, y solo a los mejores, en el Poder, sino que igualmente proponga que las bases que sostengan a ese gobierno sean capaces de discernir y no simplemente se dejen seducir. Platón la llamó Sofocracia, el gobierno de los sabios, podemos simplemente llamarla una República Aristocrática. Los nombres en este momento no tienen importancia, lo relevante es plasmar la idea, comenzar a gestarla y entender de una vez por todas que de continuar permitiendo que todos, sin importar su condición y preparación, tengan el mismo peso político y puedan decidir a donde vamos, estaremos indefectiblemente condenados a la miseria y al fracaso. 

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