Negociando con el diablo

Por Jorge Olavarría H.

@voxclama

 

 

 

Alto al Fuego. Hay nuevas opciones. Nuevas perspectivas y estrategias que funcionan. Ninguna ha sido implementada en Venezuela.

 

En Venezuela, la “inseguridad ciudadana” es una de las muestras más patentes de las idiotices conceptuales de Chávez. Idioteces que se han pagado con incontables miles de vidas, el precio más alto que puede ofrecer sociedad alguna para mantener a sus jerarcas en el altar del poder.

 

Docenas de personajes castrados han desfilado por el Ministerio de Interior y Justicia implementado políticas de seguridad fallidas (todas), contraproducentes (la mayoría) y hasta ridículas, (muchas).  La lista de los Ministros de Interior y Justicia estos 16 años de irracionalidad es extensa. Por lo general los asignados al ministerio encargado de la seguridad interna de la nación, no duraban más de dos años. Algunos Ministros eran corronchos serviciales que le daban un aire de civilidad al militar golpista en el poder. Otros personajes manaron del golpismo originario. Hubo uno sospechoso de narcotráfico, un estafador confeso y un necio patológico. Hoy tenemos un papanatas del cual se ríen con mayor deleite en el exterior que en Venezuela. Es el cuarto Ministro en el cargo desde que inició el heredero y sus patentes limitaciones son consuelo que no es un psicópata dispuesto a justificar la tortura o legalizar el linchamiento de manifestantes (por ahora).

 

El listado de los profesionales encargados de organismos de seguridad también es extenso. Pero esto profesionales llegaron a la cabeza (suponemos) por meritocracia, y abrumados han tenido que servir bajo el mando de personajes más interesados en agendas tenebrosas, en montar organismos para la represión que organismos al servicio de la seguridad ciudadana.

 

En este largo desfile de Ministros de Interior y Justicia, no todo ha sido incapacidad. Se han logrado cambios de incontables normativas y leyes muchas de cuales tenían un sentido lógico. Por ejemplo, el porte de armas. Temprano, el otorgamiento de porte de armas que por lógica heredada lo tenía el Ministerio de Interior y Justicia (civilista por naturaleza), pasó al Ministerio de la Defensa. Desde entonces, son las Fuerzas Armadas quienes deciden qué civil se merece tal autorización.

 

También se ha logrado desmantelar organismos de seguridad ampliamente instituidos (como la PM, PTJ, DISIP) que ciertamente necesitaban ajustes, pero en vez fueron politizados, (por no decir—indoctrinados) y eventualmente suplantados por organismos que paulatinamente dejaron de ser auditables y hoy están más allá de todo ajuste posible. También se han implementado todo tipo y nivel de insensateces. Cabe recordar que—a su llegada al poder, la violencia y la delincuencia ya estaban desbordadas y muchos votantes pusieron a un lado sus sospechas referente al militar golpista (vuelto demagogo democrático) porque en nuestro ADN histórico, un militar en el poder teoriza autoridad, orden y seguridad.  Pero este militar era fuera de serie. Incomparable. En vez de arremeter frontalmente contra la delincuencia (que era impopular para un populista), el demagogo decidió invitar a las élites delictivas a unirse a sus filas.  Al tiempo, bajo el precepto colectivista marxista, regresaron las milicias, concepto que costó más de un siglo cancelar y reemplazar por un ejército profesional,  apolítico, sin otra lealtad que la defensa de la ley.

 

Las bandas delictivas aceptaron los acuerdos; se anexaron, hicieron suyo el léxico rencoroso y revolucionario, y se metamorfosearon en colectivos armados, guerrilleros urbanos, vigilantes de la calle al servicio de la revolución (pacífica pero armada) bajo el tutelaje directo del Comandante supremo. Para ellos el convenio era ganar-ganar. Esto no es nada nuevo y hay infinidad de eventos semejantes en la historia en los que los poderosos proponen una amnistía sea a un grupo faccioso, rezagado de alguna guerra o abiertamente forajido.

 

Y tampoco es nada nuevo que cuando el liderazgo negocia con el demonio, las consecuencias las termina pagando la sociedad. Es la sociedad la que le permite al gobernante abrirle las puertas, y dejar entrar al caballo de Troya. Hitler se benefició de este tipo de tolerancia de la parte de Von Hindenburg. Chávez y los insurrectos del 4F se aprovecharon de la misma indulgencia.

 

No hace falta insistir. Todo venezolano sabe que las políticas de seguridad ciudadana han sido tan desastrosas que no es excesivamente cínico especular que lo que quiere y siempre proyectó el régimen es precisamente sembrar el terror y el caos para cosechar el desaliento y la alienación. Como bono, los niveles de criminalidad son en gran parte causales del éxodo masivo de venezolanos. Una diáspora que no tiene parangón histórico y que si acaso debe ser vista por el régimen como una desbandada de burgueses indeseables, como cuando Boves tomó Caracas en 1814.

 

El modelo inverso, es decir—los beneficios de metodologías innovadoras pero sensatas en el campo de la inseguridad lo aglutinan proyectos, por ejemplo, como “Alto al Fuego” o “Cura la Violencia” del Doctor Slutkin (implementado en docenas de países).

 

Es decir, procedimientos que enfocan la delincuencia y la violencia como algo que puede ser resuelto, curado, si es tratado como una enfermedad contagiosa.

 

Explico: luego de más de diez años luchando contra la propagación de muerte en África, el Dr. Gary Slutkin regresó a su hogar a tomarse un descanso para poder recomenzar. Su habilidad era científica, académica y consistía, más que la lucha frontal contra las enfermedades, en cerrarle las vías de abastecimiento a epidemias mortales. Se inició en Somalia, en un campo con un millón de refugiados con apenas cuarenta médicos. Trataban de detener la propagación de la tuberculosis cuando fueron abrumados por la llegada de una epidemia de cólera. Por falta de personal especializado, tuvieron que entrenar voluntarios, lo cual fue una revelación. Y una dicha. Luego de tres años en Somalia, la OMS reclutó al Dr.Slutkin y lo enviaron a Uganda tratando de contener la propagación del SIDA. De allí pasó a Ruanda, Burundi, Congo, Tanzania, Malawi y otros países. Luego de diez años, se merecía unas vacaciones. Estaba emocionalmente agotado de tanto luchar contra la muerte epidémica la cual define como “…muerte con un conmoción diferente. Llena de pánico.”  

 

Regresó a su ciudad natal donde sus servicios en el campo de la epidemiología no eran requeridos. O eso parecía. Su estadía en África había sido tan prolongada y tan intensa que de regreso tuvo que readaptarse a conceptos como hogares con aire acondicionado, agua que llegaba a varias partes de la casa y tantas cosas que a diario damos por dado. Habiendo vivido en sociedades con tantos problemas, asumía que, en comparación, su país de origen estaba “libre de problemas”. Las quejas usuales de la gente ciertamente eran diferentes. Le llamó la atención un problema rutinario para el cual la profesión médica estaba ajustada para manejar las consecuencias pero imponte para afectar las causas, los orígenes. Era un problema contra el cual se dedicaban incontables recursos y que, aun así, parecía indetenible, incontrolable. Algo que se estaba volviendo epidémico. Se trataba de la violencia urbana. Pandillas, sicarios, narcotráfico, muchachos portando armas. 

 

El problema y la manera en la que la gente (y en particular las autoridades) lo abordaban, le recordaba sus estudios de epidemias del pasado, en tiempos en los que se aplicaban metodologías equivocadas. La plaga bubónica, la fiebre tifoidea o la lepra, eran epidemias vistas como castigos divinos provocados por la perversidad humana. Siglos más tarde, con el aquietamiento de la mente mística gracias a las racionalidades científicas o analíticas, las epidemias pasaron a ser vistas como consecuencias o subproductos de multiplicidad de factores—comenzando por la pobreza e ignorancia.

 

Pero el trabajo del epidemiólogo se centraba en análisis de la data concerniente a las enfermedades y no en denunciar las degradaciones sociales y económicas con ramificaciones colosales. Si vas a intentar detener un virus, lo primero que debes hacer es un mapa que te ayude a entender la ruta de la propagación de los contagios. Y el mapa de la propagación de la violencia y la criminalidad tenía muchas similitudes con los de las enfermedades epidémicas. Ambas tienen un vector, un punto de origen, una acentuación y una cima. Recorren una ruta y llegan a otra área creando nuevos racimos de infecciones. Ambos se comportan como un proceso contagioso.

 

En breve, alguien contagia a otro, y a otro, y otro, y así, sucesivamente. Exponencialmente. Sea de odio o sea de cólera. En algunos casos el contagio tiene un período de incubación largo (que les permite tiempo para desplazarse e propagarse con mayor eficiencia y mortandad). En otros casos, el contagio produce sintomatología casi inmediata.

 

Con las epidemias hay tres pasos para contenerlas. La primera es interrumpir la transmisión. Para esto se requiere detectar y encontrar los casos originarios. Hay que neutralizar, aislar, evitar que los infectados tengan contacto con los demás. Sigue prevenir contagios futuros. Es decir, alguien que ha sido infectado pero todavía no es un peligro para los demás. Y tercero, es vital cambiar normas o comportamientos grupales. Eso implica, por ejemplo, implementar  normas de higiene y prevención, tratamiento de las fuentes de agua y preparación de la comida.

 

Se define a la violencia y las epidemias como ciclos. Ciclos que se retroalimentan. Pero aún así cada enfermedad requiere una estrategia diferente, una táctica que debe repensarse y adaptarse al hábitat, a la sociedad a la que afecta aprovechándose  las medios disponibles para detener o interrumpir el ciclo de contagio. 

 

El hecho es que si la teoría es que la violencia (y la criminalidad) se comportan como una enfermedad, el tratamiento debe ser analizado como una dinámica epidemiológica. Esta perspectiva ha dado resultados sorprendentes. Tratamiento validado. Se requieren estrategias, metodologías, voluntarios y visiones diferentes hasta el punto de permitirle a la ciencia reemplazar la moralidad clásica que clama por justicia, o por venganza. Es trasplantar metodología probada contra enfermedades al cuerpo sufriente de la sociedad.

 

La delincuencia en Venezuela, entonces, no es un castigo “merecido” contra la sociedad. Tampoco es una impugnación a las injusticias sociales. Es sencillamente una epidemia que puede ser controlada, inhibida. Quería terminar recordando el daño (epidémico) que ha hecho el verbo resentido y vengativo de Chávez pero por alguna razón me vino a la mente la respuesta que diera Gandhi cuando le preguntaron —¿Por qué, siendo un humanista, se niega a firmar la petición en contra de la guerra? “Yo no estoy en contra de guerra, o en contra de nada.”—respondió el Mahatma, “Yo estoy a favor de la paz y la armonía.”

 

Esta respuesta suena insustancial. No lo es.

 

Recomiendo ver:

www.ted.com/speakers/gary_slutkin

www.cureviolence.org

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