Ricardo, no el Tercero

Por Jorge Olavarría

@voxclama

 

 

 

Ahora muerdes a quien te dio la mano y exhalas todos esos flujos venenosos que por años se acumularon en tu mezquino corazón y colorearon tu mediocre existencia.

Pregunté ¿si era el chamo de la UCV…el equivalente verbal de la bajada de Tazón? El mismo. Y—en efecto, ese sería el suplente elegido por María Corina, la entonces candidata a Diputado por Miranda. Y ¿alguien entiende lo que dice este chamo? No, nadie. Y aunque, obviamente, a nadie le importa, ¿por qué habla con tanta celeridad? Podía ser un efecto de algún síndrome metabólico aunque con ese sobrepeso, es poco probable. Al final, nos conocimos y entendí que sus palabras no contenían ni profundidad, ni inteligencia, ni instinto. Ni nada. El tipo era transpiración sin ejercicio. Ni gracioso era. Lo divertido era la gente que lo miraba con los ojos pelados tratando de entenderlo. Supuración.

 

Hablar rápido escupiendo monosílabas incomprensibles solo le daba un aire de urgencia. Algo que puede que aprendiera de pequeño. ¿Qué dijo el niño? Nadie lo sabe pero debe ser muy, muy, muy importante. Vital. O quizá aprendió esa aptitud trayendo a un paciente a un hospital. Nadie entendió lo que dijo pero lo atendieron inmediatamente. Le sacaron la uña encajada mientras el herido de bala se moría. In pacem.

 

Yo deduje, temprano, que un tipo capaz de hablar mucho tiempo (y muy rápido) y no decir nada, explayarse sobre temas que ni conoce, sería un candidato óptimo para una suplencia en el Parlamento. Por eso se llama así. Parlamentan. Pero no entendía la lógica de darle el codiciado puesto de diputado suplente a un tipo medio guabinoso, escurridizo, que apenas necesita afeitarse cada tres días. Es una alianza partidista, me dijeron, cosa de los políticos. Ya va, ¿acaso tu suplente no debería ser alguien de tu entera confianza? Partido o no partido.

 

Un Diputado suplente ¿no es como el embajador del principal? Es decir, un embajador no tiene ni acciones no opiniones propias. Cuando vota en una delegación, su mano es la extensión del Canciller que es la extensión del Presidente que es la extensión de lo que sea que es que se le extiende. Tariq Azis, por ejemplo, quien acaba de morir (en junio) deprimido y enfermo en una sucia celda, siempre fue un caballero a carta cabal, un embajador, par excellence; culto, prudente, paciente y siempre educado. Desgraciadamente, le tocó ser embajador de Iraq en tiempos de Saddam y luego de la invasión fue detenido y condenado a muerte pero innombrables países protestaron, incluyendo al Vaticano, testigos todos de su altura y decencia. La herencia, solemnemente, de la larga tradición diplomática se origina con que un embajador, aunque represente al país y a un gobierno, es ante todo la prolongación de la voluntad del soberano—del Presidente, Primer Ministro, Dictador o lo que sea que esté a la cabeza de la nación. Pero con los diputados suplentes, esta lógica fue trocada como tantas otras cosas en la larga lista de heredades lógicas que en vez de mejoradas o actualizadas han sido permutadas por insensateces.

 

Aclaro… hoy por hoy, en el Parlamento unicameral (adecuado en el 99), en vez de insistir en que cada legislador electo sea guiado por su conciencia y no por directrices partidistas (cosa que no hemos visto), decidieron que el Diputado suplente ahora quedaba emancipado de su superior a quien sustituiría si faltaba pero que ya no lo personificaba. El suplente elevado, ahora solo representaba a su conciencia. Suena virtuoso pero era/es una emboscada chaburra más (de tantas). Figurando que el cargo electivo ahora eran dos cargos electivos, aunque haya sido María Corina quien fue electa porque cosechó los votos (y si acaso su familia votó por él). De esta manera se le daba al régimen otro tablero para jugar el juego en el que se han destacado una docena de años (de bonanza) y con lo que en parte han arruinado al país comprando (corrompiendo) a medio mundo. Cuando no podían amedrentar, sobornar o chantajear al Diputado electo, siempre quedaba el suplente quien, ojo, no podía ser removido por su superior, aunque se sospechara o se supiera de su perfidia. Para un Diputado electo el peligro de que faltar a una sesión de la Asamblea unicameral pudiera darle tu voz y tu VOTO a un antagonista, a alguien contrario a lo que crees, sientes o piensas, era/es un peso terrible.

 

Pero al final, aun con este nuevo y lúgubre panorama despejado, le adopción de Brutus Suplentus no era decisión sino de la candidata María Corina Machado.

 

Las advertencias dadas –queda aclarar—eran avisos injustos por intuitivos. Al joven no lo conocía lo suficiente como para hacerme una opinión, un juicio, y me estaba basando en un legado, lo que llamo el “instinto de Carlos” que pocas veces me ha fallado pero, admito, es un enfoque injusto, impertinente, o por lo menos prepotente. Aunque, en defensa propia, también admito, que es un instinto ambidiestro. Puede verle la cola escondida al escorpión o la aureola encubierta al ángel. Y tampoco es un instinto enteramente aferrado a la mente mágica. Hace sus indagaciones. Eso hice.  

 

“Ricardo, puedo preguntarte porqué llevas el reloj en la mano derecha?”    

 

Me miró como si le hubiera preguntado si le gustaba el porno. Defensivo, me dio la respuesta más superficial posible. Yo esperaba la clásica number one: … “para que no me lo arranquen cuando voy manejando.” Pero esa respuesta hubiera delatado uno, que maneja y dos, que su carro no tiene ni aire ni vidrios ahumados. Miré nuevamente el reloj y me di cuenta que, sin ser un experto, no necesitaba aire ni vidrios ahumados. El reloj era un poco como él. Amarillo, chillón y enorme, probablemente retrasado, pura imitación y brillo. Made in China. Y entonces se me prendió un bombillo cerebral. Sonreí. Era demasiado tentador para dejarlo pasar. “Sabes que, tradicionalmente, solo dos grupos de personas llevaban el reloj en la mano izquierda”, le dije infectado por el virus de la tremendura.

 

“Si.. cuáles?”—creo que preguntó.

 

“En los años setenta era uno de los códigos secretos entre los gay, similar a llevar una pañoleta roja que significaba una preferencia en el bolsillo posterior izquierdo y otra en el derecho.” Sonreí al verle la cara de pasmo. No sabía si seguirme la corriente o confesarse. Y proseguí, “Y los otros que usan el reloj en la mano derecha son los fundamentalistas islámicos. Siempre. Busca alguna foto de Bin Laden en internet, o de al-Zawahiri o de algún Ayatola y si llevan reloj, lo llevan en la mano derecha, como tú. Con ellos no es por comodidad o por inatención. Es porque el Corán les indica que la zurda es la mano impura, con la que te limpias el rabo. Pero como con todo lo Musulmán, eso no es ni original ni nuevo. Viene de otra parte. Por ejemplo, cuando Cristo sermoneó a sus seguidores exhortándoles tolerancia al poner la otra mejilla, significaba ser cacheteado con la zurda, la mano impura. Poner la otra mejilla es tolerar el peor de los insultos y no responder.” Respondió algo inteligible mientras se cambiaba en reloj de muñeca. Cosa curiosa el reloj, pensé, sobretodo porque su generación, según las estadísticas, ya casi no lo usa. Lo consideran un aparato demasiado incómodo, grande, complicado y además uni-funcional (sumado a que algunos son caros y aquí es preferible no adentrase en las selvas de concreto oliendo a sangre fresca).

 

“Pero, ¿sabes lo que te delata?”—dije buscando más data, y volvió a pelar los ojos. “Tu nombre te delata. ¿Sabes de dónde proviene tu nombre?”—le pregunté. No tenía ni idea. Es curioso, especialmente hoy en día, que tan pocas personas se tomen la molestia de averiguar el origen, la etimología de sus propios nombres.

 

“Ricardo es un nombre Germánico, dos palabras, ric «poder» y ard o hard, valiente. Ergo, significa “valiente poder”. Nombre introducido en Inglaterra por los Normandos. Mi personaje favorito con tu nombre es Ricardo III a quien Shakespeare presenta como uno de los personajes más viles de la historia, además lo deforma, lo concibe jorobado, un intrigante terrible, traicionero, manipulador, desalmado, cuando la realidad era otra. Fue víctima de la propaganda porque Ricardo fue el último rey de la casa de York. Guerra de las Rosas. Desde que murió defendiendo su trono, mi reino a cambio de un caballo, los Tudor han sido la familia reinante.”

 

El tipo me miraba como si le estuviese hablando en urdu. Lo igual no es trampa. Y así midiendo sus respuestas dictaminé que era un personaje de escasa esencia y mucha boca. Un Ricardo, Ricardo. Y. En ese entonces, le cargué esta dura opinión al “instinto de Carlos” –concepto que se origina en Carlos, mi tío, en cuya avioneta murió Renny Otolina y se basa en la probaba clarividencia que tenía mi tío leyendo a las personas. Es un instinto que Malcolm Gladwell describe espléndidamente en su libro “Blink”. Cuando Carlos decía, “este personaje, este amigo tuyo que te debe tanto, te va a traicionar…” ineludiblemente sucedía. O cuando decía, “a este tipo le puedes confiar hasta tu casa..” también resultaba cierto. Más que un instinto es una capacidad para olfatear las feromonas de la integridad silente por encima del perfume de la lealtad chillada. La integridad como categoría del intelecto y no la lealtad, que es una naturaleza básica, primitiva, hasta tribal. A niveles psicosociológicos la integridad, vista bajo esta perspectiva, es una relación— Alfa/Alfa cuando la lealtad es una relación Alfa/Beta o Alfa/Omega. Y es sabido que los Beta y los Omega cambian sus lealtades apenas les parece provechoso. No tienen verdaderos valores.

 

Pero en ese entonces, no tenía ninguna evidencia adicional al “instinto de Carlos” y si recordábamos el CV del futuro suplente, era entonces un personaje sumamente loable. Dirigente estudiantil, encabezó protestas, rechazó el desfalco legalizado de RCTV y públicamente llamó “dictador” al déspota vitalicio. Además, activó a los estudiantes a rechazar la reforma a la Constitución prêt-à-porter y fue embajador juvenil y todo lo demás. Pero ser un líder estudiantil infiere privilegios y protecciones que terminada la universidad, y ya hemos conocido personajes que se han embriagado con la adulación, pronto descubren que en la realpolitik es demasiado costoso aferrarse a estupideces como principios y valores.

 

Y, como es sabido, no me equivoqué. Tanto así que el proceso de degeneración (o inserción) de Ricardo se merece un análisis profundo (quizá) porque revela lo peor que hay en el ADN de tantos personajes públicos de esta nación que como que se cansaron de avergonzarse luchando por libertades, democracia, elecciones limpias, jueces honestos, y todo tipo de causas perdidas y se juntaron (o rejuntaron) a la locura populista, corruptora, colectivista, autocrática, todopoderosa, populachera, vitalicia y probadamente capaz de agradecerle a sus falanges escalonadas con grandes recompensas sea en poder o especies.

 

Dicho eso, admito que no critico el saltimbanqui de talanqueras. Revisar prioridades, si se tiene entereza, es una buena cosa. Pero si eres un hipócrita mercenario arribista, el juego cambia. Pero quizá cabría marcar la diferencia y recordar, casi con disentería mental, a otros célebres no tanto saltarines sino traidores que originalmente se postularon como paladines de la justicia, la democracia y la decencia y terminaron de gobernadores, directores, o en cualquier puesto suculento cortesía de la Realpolitik. Andorra.

 

La antipatía contra este suplente no se origina porque decepcionara /disgustara/ asqueara con la dirigencia de oposición, la bendita MUD y su candidato vitalicio, (porque, ¿quién no?) sino por lo carente de decencia común que terminó siendo. Tampoco resiento que pasara a conspirar en contra de la única porción de la oposición con el coraje para denunciar, decir las cosas y visión para actuar democráticamente, con ideas y proyectos. Le recrimino la hipocresía y el desperdicio. Pronto se volvió un llorón reclamando derechos que ni se merecía (porque no estaba capacitado ni moral ni intelectualmente), a voluntariamente hacerse tonto útil, luego colaboracionista del despotismo reinante, luego discípulo, zombi regordete, a perro faldero de la dictadura que con tanta aparente vehemencia había denunciado en sus años imberbes.

 

Ricardo, al final, es un triste desperdicio. Siendo el suplente de quien era, desperdició muchas oportunidades doradas para mostrar algún tipo de entereza. El tipo de oportunidades que en instantes llega al torrente sanguíneo de la opinión pública y produce sea ídolos o villanos. Por ahora.

 

Y sucedió que para cuando los lobos rojos se cernían sobre María Corina, (técnicamente su superior a quien le debía si no lealtad al menos algún nivel de agradecimiento), el comportamiento del suplente reveló su pequeño talante en todo su rechoncho esplendor. De pobre tipo, reducido y nauseabundo. De arribista sin escrúpulos. Si siquiera hubiese tenido no digo un gesto de valor sino de cortesía, de deferencia o de caballerosidad hacia la Diputada a la que la asamblea tumultuaria pretendía linchar políticamente, su imagen hubiera, quizá, sobrevivido aunque luego inevitablemente pasara a ocupar, saquear y disfrutar de los privilegios de la casa expropiada. Es que nada más por cortesía a los electores que le dieron su confianza a la Diputada y a él (la representante electa más votada en elecciones parlamentarias anteriores). Nada más que por ellos, un poquito de caballerosidad, un gesto, hubiese bastado.

 

Y así, se ejecutó la obscenidad jacobina, la ilegalidad descarada, la lapidación, la cayapa ordenada, que ni siquiera se aproximó a la normativa procedimental, reinventada o vigente. El pitufo rojo cada día más regordete encabezó el inelegante procedimiento sumario dejando sentado otro referente de “aquí se hace lo que me da gana” que no pasó de ser un vulgar acto arbitrario, mal uso y abuso del poder, digno de un capo narcotraficante. A la Diputada no se le respetó ni el sacrosanto derecho de la defensa. Y –acto seguido—el venal TSJ avaló la arbitrariedad ratificando una vez más que quienes tienen el más elevado deber de velar por los procedimientos, por el respeto de la ley, no la respetan. Se acabó el Estado de Derecho.  

 

Cierto que hay infinidad de parangones de emboscadas y abusos de poder de algún mandamás militarista y de Asambleas tumultuarias sumisas. Aquí y allá, hoy y ayer. Pero no hay, en memoria, alguna metáfora que se pueda extrapolar de la pérfida ingratitud de este judas suplente. Este tipo no es un chavista disimulado, es un parásito profesional, un despreciable mercenario. Otro esputo de Boves desprovisto de justificativos para unirse a las filas de los resentidos destructores del país. Es como que si un líder juvenil en la resistencia se hartara de las malas tácticas de sus superiores y cansado de estar en el monte, entrara a ciudad y se anexara al partido de gobierno, al ejército de ocupación. Nazi. Uniforme y todo. Pero esa comparación también queda corta.

 

El hecho es que a la hora cero, no le importó si con su perfidia apoyaba a unos delincuentes que habiendo monopolizado el poder para saquear los recursos de la nación hoy, con el país desolado, más que nunca necesitan aliados y apoyos políticos y populares de donde sea para no tener que exagerar los instrumentos clásicos que sostienen a las dictaduras.

 

Además, y aunque estos tiempos son proclives a la ficción y el perfil que perdura es uno primitivo, oportunista, resentido, que intoxica, corrompe todo, aún así, el regreso a la sobriedad será amargo. Triste que quien se iniciara en la política como líder universitario marchando y denunciado las botas que pisotean nuestras libertades, pasó a ser un lame botas. 

 

Alianza para el Cambio se llama su partido. Cambio de género, será, está muy en boga, para no tener que dar mensajes arcanos con su reloj chillón y pirata en la mano derecha. 

 

Sus últimas declaraciones sonaron algo como esto..

“..estánpropiciandoclimainestabilidadviolenciacuyaterribledolosaconsecuencianoquisieranconocerqueagudizalaperversadivisiónentrelosvenezolanos.”

 

Pero, de nuevo, casi nadie lo entendió.  

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