Los usurpadores
Por Pedro Urruchurtu
@Urruchurtu
La cotidianidad y la rutina a veces nos hacen perder de vista cosas esenciales que le dan sentido al funcionamiento normal de la política. Algunos sostienen que los países con mayor grado de estabilidad, en todos los sentidos, lo son gracias a una clara institucionalidad y a la debida separación de atributos, funciones, órganos y todo aquello que los hace funcionar. Lamentablemente, en Venezuela desde hace mucho perdimos de vista esa institucionalidad. Ya en el período democrático se comenzaban a evidenciar estos síntomas, que sólo se consolidarían en pleno con la llegada al poder de Hugo Chávez.
Lo anterior, sirve para entender que hay dos dimensiones de la política. Una, inherente al Estado y su funcionamiento, que en términos generales, busca obtener para sí el monopolio de la violencia física y legítima (en palabras de Max Weber) y que dentro de sí posee instituciones que le dan orden y existencia a esa comunidad. Otra dimensión, concerniente al gobierno, como parte esencial del Estado, se encarga de dar conducción política a ese Estado pero nunca está por encima de él. Allí comienza nuestro primer problema…
En Venezuela, desde hace tiempo, esa línea divisoria entre una cosa dimensión y otra ha desaparecido. El panorama es peor aún: el gobierno usurpó al Estado, cooptando todos sus espacios, invadiéndolos y, los que no pudo invadir, destruyéndolos. Es así como comienza el desmantelamiento sistemático e intencional de las instituciones duraderas y fuertes que deben ser los pilares de todo Estado. Es así como el gobierno comenzó a penetrar cada espacio, cada lugar, cada decisión, no sólo partidizándola sino excluyendo a todos los que no pertenecen a esa visión.
El Estado no debe tener ideología, no debe tener partido. El gobierno puede ser hoy de un color y mañana de otro, pero el Estado debe siempre estar allí, sin venderse al interés de un color o de otro, pues el Estado tiene fines permanentes, mientras que el gobierno, temporales. Así, cuando el Estado es secuestrado por un grupo o por el gobierno, deja de ser Estado.
Esta reflexión previa la hago en torno a los grandes temas de Estado que hoy están agobiando a Venezuela y que no están siendo atendidos porque precisamente el gobierno usurpó al Estado, haciendo de esos temas una diatriba política politiquera y no en función de lo que debería ser. Abordar los temas que plantean la existencia y la integridad del territorio del Estado, como si fuera un asunto de un partido, no sólo secuestra el tema en función del interés de un solo grupo, sino que hace que el tema pierda el foco y, por tanto, nos haga profundamente débiles.
Aquí me refiero, indudablemente, a nuestras disputas territoriales, sobre todo con Guyana, la más polémica hoy. No entraré en los detalles técnicos y de Derecho Internacional que están alrededor de la disputa, que están abiertamente explicados por expertos que han dedicado años a su estudio. Me referiré al abordaje político de la situación.
Analicemos por un momento lo que está ocurriendo: Guyana tiene años entregando concesiones a petroleras para que exploren sus áreas marinas y submarinas pero también las áreas marinas y submarinas que disputa con Venezuela, todo esto con el consentimiento del gobierno venezolano y con el discurso trillado de la “hermandad entre pueblos”. De este modo, los Estados no tienen amigos y mucho menos la disputa territorial puede abordarse en términos de hermandad. El problema es que la visión del gobierno trastocó el asunto de Estado, entrampando la situación en un chantaje que se traduce hoy en “como yo soy tu hermano, no me puedes hacer nada”. El gobierno guyanés acaba de cambiar y en ellos hoy existe una conciencia de Estado, lo que significa que reavivarán el asunto en función de lo que es y no de lo que el gobierno venezolano quiere que sea. Grave problema para nosotros.
¿Cómo se traduce esto? Muy fácil: Maduro no quiere ni puede hacer nada. No quiere porque sabe que eso significaría entrar en contradicciones que sólo ayudarían a su debilitamiento (como si somos hermanos, ahora me atacas). No puede, porque ya su discurso de hermandad no es útil, es extemporáneo. ¿Cuál es la mayor muestra? El diferimiento en tres oportunidades de su comparecencia a la Asamblea Nacional (AN) para “fijar una posición”, dejar plantado al presidente guyanés en Barbados, de cara a la Cumbre de la Comunidad del Caribe (CARICOM), y un sinfín de declaraciones propagandísticas que en la acción sólo se traducen en la inacción frente al territorio.
Si esto se tratara como un verdadero asunto de Estado, estaríamos viendo a un gobierno enfrentando la disputa como corresponde, de cara a todo el país, sin acusar a nadie salvo a quien debe acusarse por explorar la zona en disputa. Por el contrario, prefieren culpar a una sola empresa transnacional, norteamericana por cierto, (Exxon Mobil), porque es lo único a lo que pueden aferrar su discurso vencido y equivocado el cual el gobierno guyanés hoy no está dispuesto a soportar.
Todo esto claramente tiene fines electorales, pero va más allá. Es su forma de abordar el asunto. Algunos creen que esto puede unificar al país en torno al conflicto y así ganar popularidad, al estilo de lo que ocurrió con Argentina con la disputa de las Islas Malvinas. Pudiera ser así, pero no con un país que se debate entre conseguir comida y huirle al hampa; no con un país que sólo piensa en sobrevivir. Al contrario, puede resultar en un arma contraria, pues no sólo no puede resolver los problemas de un país sino que tampoco es capaz de defenderlo hacia el exterior, entregándolo, regalándolo. Su fin no es Venezuela, su fin es el poder y ante eso, no les importa dar lo que sea, al costo que sea.
Pero el asunto de la usurpación del gobierno por parte del Estado, es mucho peor todavía. Esa usurpación del gobierno, además, está condicionada por gobiernos y voluntades extranjeras, en este caso por cubanos, que se han dado a la tarea de impedir una posición firme de Venezuela porque eso significaría debilidad para ellos. Sí, los mismos que hoy negocian con los Estados Unidos, le dicen a Venezuela que mantengan la postura antiimperialista frente a Guyana. La historia nos dice por qué esa postura de Cuba frente a Guyana.
Lo mismo ocurre con nuestra disputa con Colombia. Una nota de protesta que sólo se contesta con una nota de prensa, es la más clara evidencia de que la Cancillería venezolana, como representante del Estado, se convirtió en la cara del gobierno. La inacción nos cubre por todos lados, mientras eso se traduce en intentar mantener el poder por el poder, dejando de lado y desmantelando todo a su paso.
Maduro no hará nada. Eso está claro. No hacer nada es lo único que le puede permitir mantener, cree él, la situación. Mientras eso ocurre, los Estados del CARICOM, los gobiernos vecinos y demás actores, además de reconfigurar sus relaciones, van adquiriendo conciencia de Estado para abordar esto y van decididos a avanzar. Nosotros, por el contrario, optamos por la politiquería y la inacción. No es casual que en mayores momentos de debilidad política en nuestra historia, es cuando más hemos perdido territorio. Estamos en puertas de que eso ocurra.
Hay que entender que cualquier reconquista de la libertad y de la democracia en Venezuela, pasa por sacar a los usurpadores del poder, y también pasa por entender que el gobierno es para una cosa y el Estado para otra. Si no comprendemos esa dimensión, estaremos condenados a un mal que no descansa: el de los usurpadores.
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