La distorsión

Por Alfredo Yánez Mondragón

@incisos

 

 

 

Quieren vender el sofá. Y no se trata solo de los interesados desde el punto de vista del coyuntural poder político; sino también desde la perspectiva de la asociación bancaria. Hablan de distorsión, respecto a las publicaciones que dan cuenta de una paridad que no existe, sencillamente porque de tanto que quisieron controlar, son incapaces de tomar el control.

 

La principal distorsión es que siendo –como dicen que son- devotos admiradores de Bolívar, no hayan aprendido ni asumido que “un ser sin estudios es un ser incompleto”, y en ese sentido, por relación directa, queda claro que en el país no hay moral, ni mucho menos luces.

 

Entonces habrá que enumerar, sin jerarquía, pero si con realidad, que la distorsión no se ejecuta por medio de cuatro tipos de cambio, irreales todos; sino por el valor que se le da a las situaciones que se presentan. Así las cosas, en una país que suma alrededor de 25 mil muertes violentas por año, queda claro que lo único que no vale nada es la vida.

 

Hay distorsión en la escuela, en la que se aplica un método de adjudicación universitaria para quienes no están preparados para asumir el estudio y la investigación; y en el mismo parangón, se obliga al gremio docente a aplicar pruebas de revisión una, tres, cinco, diez, quince, veinte veces, hasta que el hastío venza y se premie y estimule la falta de disciplina, dedicación, esfuerzo y ganas de superarse.

 

La distorsión, viene entonces, como resultado propio de la mediocridad que se impulsa desde la vaguedad del poder; en la que los yerros económicos se refrendan con súplicas al Altísimo.

 

Hay distorsión respecto al concepto de aparato productivo y reimpulso de la sociedad. Mientras desde el poder hablan de diálogo con los empresarios; y éstos en ingenuidad vacilante, invitan a su asamblea anual; la respuesta es una declaración de guerra punzante; que no sufre de bajas ni en el gobierno ni en las empresas; sino en la gente que hace colas interminables por lo que llegue; o paga al 500% el precio de la incompetencia, la cohabitación, el incesto y la promiscuidad hecha política económica.

 

La distorsión social es evidente. Mientras los pueblos leales se hunden en lo literal por la crecida de los ríos y en lo figurado por el abandono de un liderazgo que nunca existió; se tocan congas, se regalan teléfonos y se ofrece sin parar, para luego no cumplir, porque lo único que vale es la imagen de cartón piedra y tirro, que decora una cápsula de embustes; que nadie publica, pero que todos conocen y padecen.

 

La distorsión mayor está en un país que enfrenta con resignación indignante la humillación de saberse envuelto entre las opciones malas y peores; preso de chantajes emocionales, que en nada reivindican el sentido republicano de la separación de poderes; que solo saben de ofertas populistas, cargadas de mentiras; o en el peor de los casos, de verdades a medias, que no son capaces –ni ahora, ni después- de satisfacer las necesidades de la gente.

 

Si quieren, lo llaman distorsión; o si quieren, venden el sofá; pero está claro que ni lo uno ni lo otro servirá para que el país asuma el desafío que tiene por delante.

 

Por lo pronto, allí están los precios del dólar; y también el altísimo costo de una sociedad (formada por múltiples asociaciones) que prefiere llamar distorsión, a sus yerros, a su incapacidad, a sus miedos; y a sus deseos de que otros resuelvan un problema colectivo que solo es posible de superar cuando cada uno asuma su propia responsabilidad, sin distorsión.

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