La breve presidencia del incapaz
Por Jimeno Hernández
@jjmhd
El 5 de marzo del año 1858, el Comandante Militar de Carabobo, General Julián Castro, se alza en armas contra el gobierno del Presidente José Tadeo Monagas. La rebelión la han iniciado Andrés Avelino Pinto y los hermanos Mateo y Pedro Vallenilla, quienes logran sublevar, la tarde del 4 en Las Adjuntas, al batallón de zapadores que trabaja en la obra de la carretera vía Occidente.
Castro se convierte en cabecilla de la conjura y marcha junto a los suyos hasta La Victoria. Al mismo tiempo, el General León Febres Cordero toma Puerto Cabello con sus tropas. El primero continúa su marcha rumbo a Caracas mientras el segundo organiza una expedición naval. La madrugada del 13 amanecen los soldados de Castro a pocos kilómetros de las puertas de Santiago de León y los barcos de Febres Cordero anclados frente a las costas de La Guaira.
Las tropas del gobierno se encuentran acantonadas en la Capital y tan solo les resta recibir la orden del Ejecutivo para que estalle la guerra y comience un baño de sangre. Entonces, la madrugada del 15, presentan sus renuncias el Presidente Monagas y el Vicepresidente Oriach para evitar la carnicería. Termina así una larga década de dominación nepotista bautizada por los historiadores como “El Monagato”.
Al mediodía del 19, el General Julián Castro, sin ganar batalla o derramar una gota de sangre, hace su entrada triunfal en Caracas y es recibido como todo un Libertador. El pueblo se rinde a sus pies, le lanza flores y en la Catedral los fieles cantan un “Te Deum” en su honor. Se cree vencedor sin haber vencido a nadie en combate y se piensa único dueño de la nueva situación en Venezuela. Ese mismo día, asume la Presidencia de la República y procede a juramentar su Gabinete, los Gobernadores Provinciales y Comandantes de armas.
Un bravo oficial coriano, el Coronel Emilio Navarro Miquelena, es testigo y cronista de los acontecimientos posteriores a la renuncia del Presidente José Tadeo Monagas y consigna, entre las páginas de sus memorias, el recuerdo de los turbulentos días del fugaz gobierno del General Julián Castro. He aquí el testimonio de un hombre que vivió, en carne propia, lo acontecido durante aquellos tiempos de la Venezuela salvaje y olvidada.
Habla Navarro Miquelena:
Ocupémonos del Gobierno que surgió a consecuencia de la caída de los hermanos Monagas del Poder Supremo de la República, y de la traición del General Julián Castro. Este hombre sumamente ignorante, con solo los hábitos del militarismo vulgar, sin instrucción ni conocimientos de ninguna especie y sin práctica política, no podía menos que servir de pantalla a los perniciosos intereses del partido político que había escalado al poder y cuya ambición no era otra que poner en juego el horrible sistema de las persecuciones, de las venganzas personales y las intrigas.
El infame General Castro, instrumento muy bien calculado por su vasta ignorancia, no podía hacer otra cosa en el interregno de su poder que el tristísimo papel de llevar a práctica la doctrina originada en su nefasto círculo.
Semejante simulacro en el Poder Supremo de la Nación, dio rienda suelta a todas las aspiraciones de los suyos, desencadenando en ellos todo tipo de ambiciones. El insensato de Julián Castro quiso dar organización a su desgobierno, y para conseguir su propósito, dispuso enviar a varios mandarines de su ralea hacia las provincias de la República para difundir en estas la práctica política impuesta por su siniestro ministerio.
Los esbirros del nuevo Presidente se entregaron como una jauría de chacales impulsivos a cometer las atrocidades que les sugería su cólera, y en los terribles días de su mandato, se concibió la idea de reducir a prisión una inmensa cantidad de notabilidades conocidas por sus opiniones políticas en distintas ciudades del país.
En distintos pueblos se repitieron iguales y más altos excesos, imitando, en estos vergonzosos hechos de degradación, los fatales tiempos de Boves, Morales, Antoñanzas y Morillo. Muchos fueron los personajes que, a causa de sus ideologías, fueron amarrados de las muñecas con mecates a la cola de burros y arrastrados por vastas distancias hasta distintas prisiones del país durante aquellos días de anarquía.
El odio inspirado por las medidas ejecutadas por aquellos malos hombres que gozaban del poder, para vergüenza y oprobio de sus hijos, precipitaron como era muy natural que sucediese, la revolución de la Federación que muy pronto dio al traste con aquel simulacro de Gobierno.
Castro pronto tendrá que renunciar.
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