White God: un film de muchos géneros

Por Sabrina Tortora

@SabrinaTF85

 

 

 

Hay películas que hay que ver solo porque son diferentes. Pero si además, plantean un tema moral y su propuesta cinematográfica es particularmente creativa, entonces nos encontramos con una grata sorpresa. Es el caso de White God, una cinta para nada predecible que rompe con el discurso al que estamos acostumbrados en las películas sobre animales.

 

Pues sí, aunque Lili, una adolescente de 13 años, y  su padre son los protagonistas de la historia, también lo es Hagen, su hermoso perro al que, sin ningún reparo, deberían entregarle un premio Óscar por su espectacular actuación (1). La trama transcurre en la Hungría actual, bajo la premisa de una ley que impone el pago de un impuesto por la tenencia de perros que no sean de raza. Por supuesto que Hagen no lo es, y Lili deberá enfrentar el hecho de que su progenitor lo abandone en medio de la calle para no pagar por él. A partir de allí se dedicará a buscarlo; y por su parte, su fiel amigo la tendrá más difícil aún al deambular solo con los peligros que esto implica.

 

De repente, con mucha simpleza, el largometraje, que en un comienzo no llama tanto la atención, cobra un ritmo vertiginoso, y vemos a Lili metiéndose en problemas, y en paralelo a Hagen descubriendo la maldad humana. Por momentos estamos en presencia de un film de acción –con música movida y todo-, y en otros contemplamos cómo la historia más bien se inclina hacia el  género de terror.

 

Pero lo mejor está por llegar, puesto que si creíamos estar siguiendo un drama en el que una adolescente debe separarse de su amigo peludo, estamos equivocados. Todo da un giro de 180º y de repente el perro (sí, el perro) toma las riendas de la acción de lo que resta de la narración para componer su destino.

 

No contaré lo que sigue para no ser spoiler, pero les aseguro que si llegan a este punto estarán por ver una película con planteamientos absurdos, que además nos enamora y hace que queramos creer en todo lo nos muestra.

 

Como muchas críticas han acertadamente afirmado, White God se convierte en un The Birds canino, en el que su protagonista es un Espartaco de cuatro patas, y hasta le hace frente a escenas de acción dignas de James Bond. Por su originalidad, la cinta fue premiada el año pasado en Cannes como Mejor película (“Un Certain Regard”). También fue nominada a mejor película extranjera en los Óscar de ese año, aunque no ganó. De todas formas, su director, el húngaro Kornél Mundruczó, bien puede darse por satisfecho, pues para su sorpresa le entregaron también en Cannes el galardón “Palm Dog” (fuera de bromas, el premio existe) a los casi 300 perros que participaron en el largometraje. Un reconocimiento totalmente merecido si se toma en cuenta lo complicado que debió ser el rodaje con tantos animales en escena, con los que de hecho se rompió el récord de número de perros presentes en una película.

 

Con respecto al tema, White God indudablemente habla de nuestra relación con el mundo animal. Pero lo maravilloso del asunto es que termina hablándonos de nuestra relación con nosotros mismos como especie: “Siempre empleo perros para simbolizar las minorías (…) Quise contar esta historia como una metáfora sobre el miedo de los europeos al lidiar con las minorías”, declaró su realizador. Este argumento es de una vigencia indiscutible, sobretodo en un año con tantas migraciones como lo es el vigente.

 

Los invito a ver este extraño largometraje, en el que el drama, el suspenso, el thriller, el terror y el surrealismo del bueno confluyen para ofrecer una historia muy creativa que refresca la pantalla grande. Y si al final no les gusta, por lo menos podrán contar que vieron una cinta un poco rara…

 

(1)    El rol en realidad fue interpretado por dos labradores, Luke y Bodie.

 

Leyendas:

WHITE DOG 2: Zsófia Psotta (Lili) y Bodie (Hagen)

Créditos: Magnolia Pictures

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