La casa es la casa y el mercado es otra cosa

Por Werner Corrales Leal

@WernerCorrales

 

 

 

Reflexiones dedicadas a los jóvenes que se forman para actuar en política

Hace tres meses escribí estas notas pensando especialmente en mis alumnos, jóvenes egresados delDiplomado en  Liderazgo Social y Político de la Universidad Metropolitana. Tenía en mis planes compartirlas con ellos el 12 de noviembre pasado, con motivo de la graduación de la segunda cohorte, pero ellos conocen cuáles turbaciones me impidieron hacerlo cuando los acompañé ese día. Aquí las rescato y se las dedico con mucho afecto.

 

En los días que escribí las notas había venido a mi mente el dilema que viven muchos jóvenes, de quedarse en Venezuela o dejarla, a raíz de haber leído dos textos de venezolanos a quienes respeto mucho. “La Casa Grande» de Leonardo Padrón discutía en forma muy bella las razones que él tiene para quedarse,  y el artículo de Gustavo Coronel “La casa grande de Leonardo le queda pequeña” afirmaba que Venezuela le resulta estrecha a compatriotas que asumen al globo terráqueo como su espacio, y negaba además que todos los venezolanos enfrentasen la disyuntiva de dejar o no a Venezuela, ya que muy pocos tienen recursos para ubicarse en otro país, hablan inglés o se arriesgan a emigrar. Los dos artículos miran a Venezuela como conjunto, pero ven de manera muy distinta las relaciones entre el individuo y su sociedad.

 

Sé bien que todos Ustedes asumen el pensamiento universal como fuente y el mundo como su espacio, pero a la vez se plantean contribuir a reconstruir la sociedad venezolana. Muchas veces hemos discutido cómo esas ideas son necesariamente complementarias en un liderazgo venezolano del Siglo XXI, obligado a iniciar muy pronto cambios que generen progreso y libertad para todos. No los veo a Ustedes, pues, en la disyuntiva de quedarse o dejar a Venezuela, porque  sólo implicados directamente en la transformación social y política de nuestro país podrían Ustedes vivir la vida que sé muy bien que valoran.   

 

No es mi propósito confrontar los artículos de Padrón y Coronel, ni tampoco cuestionar a los jóvenes que se van o enaltecer frente a ellos la conducta de quienes se quedan. Simplemente intento explicar las razones por las cuales los dos artículos juzgan de manera tan distinta las disyuntivas y las decisiones de irse o quedarse, para tejer alrededor de ellas las reflexiones de mi mensaje que se relacionan con la visión de país y las concepciones del desarrollo humano.   

 

El conjunto de valoraciones y creencias de cada individuo, es decir su imaginario, desde el cual juzga lo que ve y decide lo que prefiere con relación a su país, está asociado a su experiencia de vida. Es común que los imaginarios del cultor del espíritu y del individuo comprometido con la solidaridad y el desarrollo humano los lleven a valorar en su sociedad lo que ellos sienten que une y regocija en común a sus miembros; por ejemplo la belleza, la justicia, la libertad de todos y la pluralidad de visiones políticas y acercamientos culturales. En cambio el conjunto de creencias y valoraciones del tecnócrata suele asociarse a la solución modernizadora de su país que él considera racionalmente irrebatible, expresión del conjunto de ideas que él valora y que piensa que toda mente racional debería valorar, que son la libertad de cada quien y el  progreso material de él y de su entorno cercano, que en sus creencias se transformaría automáticamente en el avance de toda la sociedad.

 

El imaginario del tecnócrata es coherente con la lógica de la competitividad que sus valores refuerzan, que lo convencen de que su esfuerzo y racionalidad han sido o serán premiados con beneficios materiales porque en el mundo predominan criterios meritocráticos que retribuyen el esfuerzo y la eficacia con el reconocimiento y el logro material. En las creencias y visiones del escritor y del individuo motivado por la transformación de la sociedad, la vida suele estar llena de más cosas, lo que pasa por su mente ha pasado también por su corazón, o como el gato de Schrödinger, cada sujeto que él juzga puede estar vivo y estar muerto a la vez.

 

¿Qué quiero comunicar a Ustedes en este momento en que ha concluido una etapa mutuamente enriquecedora de nuestra relación académica y política?… ¿Qué quisiera  estimular en jóvenes venezolanos que quieren comprometerse con la libertad y el desarrollo de nuestro país? Me he decidido, como ya les dije, por intentar un mensaje que valoriza las ideas del Desarrollo Humano y de una Visión Compartida de País.

 

En primer lugar los excito a Ustedes a considerar las opciones de quedarse en Venezuela y seguir formándose, o de irse a otra parte del mundo en busca de lo mismo pensando en volver. Ambas opciones apoyarían a la reconstrucción del país en sintonía con el desarrollo humano, tarea que implica contribuir -con el más alto conocimiento, los valores y la acción honesta- a su reedificación político-institucional, cultural, social y económica.  

 

Y en segundo término les hago un llamado, queridos muchachos, a que eviten los errores que llevaron a las clases medias y las dirigencias de las dos décadas finales del Siglo XX a olvidar que una nación sólo sobrevive y progresa si tiene un proyecto común, no simplemente un programa de gobierno sino una Visión Compartida en que cada quien puede desarrollar capacidades para vivir la vida que tiene razones para valorar. Ello implica a la vez que todos contribuyamos a la expansión de la libertad real de cada quien, y que los miembros de las élites no pretendan «modernizar» a los demás a partir de una supuesta superioridad cultural, sino construir con ellos los objetivos. En fin, ir buscando entre todos aquello que nos une y que será mejor para todos.

 

Volviendo al hilo con el que comenzamos esta reflexión, la figura empleada por Leonardo Padrón en “La Casa Grande”, concluyo compartiendo con Ustedes mi creencia de que ella, como foco de las preocupaciones y el quehacer de los venezolanos, es más comparable al regazo de la madre en que todos podemos realizarnos y sentirnos seguros, que al mercado global donde todos nos planteemos vivir para competir. La casa es la casa y el mercado es otra cosa.

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