El desgaste del gobierno se traduce en el sufrimiento de la gente
Editorial #296: Lo ético de lo urgente
Vivimos días históricos, no precisamente por buenas razones. Jamás el país había atravesado una crisis como la actual. Tenemos la inflación más alta del mundo –pronosticada en 720% para este año-, niveles de escasez de países en guerra –alrededor de 80% en medicinas y alimentos-, pérdida acelerada del poder adquisitivo –el salario mínimo en término reales es de 10 dólares al mes- y, según el más reciente informe del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello, un nivel de pobreza de 76%.
Pero la crisis no es solo económica. Por donde se mire hay destrucción, como en el tema de la seguridad: Venezuela tiene un índice de 90 homicidios por cada 100.000 habitantes, con niveles de impunidad de 92%. Los servicios básicos están al borde del colapso, los racionamientos de agua y luz son cada vez mayores y no existen planes serios para solucionar las fallas.
¿Habremos tocado fondo? Pues no. El problema es que las crisis no tienen límite. Siempre podemos estar peor. Por eso, ahora que estamos en plena transición, es imperante hacer algunas reflexiones.
Quienes creen que el acelerado proceso de cambio que hoy vivimos es consecuencia del resultado de las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre, se equivocan. Comenzó antes y, en realidad, el resultado de esa contienda electoral solamente fue un reflejo de ello.
Es por eso que la Asamblea Nacional, hoy con mayoría opositora, está en una encrucijada. Son conscientes de que no hay mucho en materia económica que desde ahí puedan hacer. Sin embargo, parece que no se dan cuenta que en lo político pueden ser el eje principal de transformación.
No habrá un cambio económico sin que antes exista un cambio político. Quienes, motivados por sus intereses individuales, son de la idea de que “hay que dejar que el gobierno se desgaste”, seguramente no se han enterado que hay niños muriendo por falta de medicamentos ni tampoco han escuchado a las madres que, entre llantos, cuentan que en su casa deben sortearse la comida, porque no alcanza para todos. El desgaste del gobierno se traduce en el sufrimiento de la gente. Posponer la solución política es alargar el sufrimiento de los venezolanos.
En Venezuela hemos tomado muchas veces los caminos equivocados. Posiblemente porque no nos damos cuenta de que el diagnóstico es más importante que el tratamiento. Y no fuimos buenos reconociendo al monstruo al que nos enfrentamos.
Hemos llegado a un punto al que jamás debimos haber llegado. Pero aquí estamos y no podemos seguir esperando. La dirigencia política tiene la responsabilidad de definir la ruta por la que ese cambio político se va a dar a la mayor brevedad posible; y la ciudadanía tiene la obligación moral de acompañarla. Son vidas humanas las que están en juego. No es poco.
Estamos en uno de esos momentos en la vida en los que lo único ético es lo urgente.
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