El abrazo de la serpiente: sincretismo latinoamericano
El abrazo de la serpiente es una película que hay que ver porque nos habla de un Amazonas que pudiera resultar desconocido para la mayoría del mundo, incluyendo a los mismos latinoamericanos. El propósito de su director, el colombiano Ciro Guerra, es mostrarnos la selva de su país a lo largo del siglo XX desde el punto de vista del indígena y de su encuentro con el hombre blanco. Un choque cultural que por un lado es sinónimo de su matanza, pero por otro -a través de la ciencia y el arte- hace que trasciendan sus conocimientos.
Karamakate es un indio que tras el exterminio de su tribu vive por su cuenta, como un “chullachaqui”, un cuerpo sin alma ni recuerdos que se limita a estar. Con la llegada de un científico que busca una planta para poder soñar, ambos inician juntos un viaje por la selva, que para nuestro protagonista en realidad es un viaje por su pasado, y gracias al cual recobrará su memoria.
La cinta es bastante lenta, y además narra en paralelo tanto el presente de la historia como el pasado de Karamakate. Según su realizador, el tiempo concebido desde el punto de vista indígena no es lineal, sino que contempla varias realidades paralelas, y de ahí la forma en la que la trama es contada. Además se suma que en ella se hablan lenguas indígenas, así como español, alemán, portugués y latín, entre otros idiomas, lo cual hace que todo lo que veamos esté siempre perfectamente en contexto.
La tesis es bastante clara: retratar el horror de un genocidio a pesar del cual no todo está perdido. Si bien lo cruento de la situación debió haber sido exactamente así, capaz la obra corre el peligro de caer en el mito del “buen salvaje”. La exaltación de la conexión entre los nativos y la naturaleza a través de planos contemplativos; la idea del hombre blanco como un asesino la mayor parte de las veces; y la pérdida de una cultura ancestral envuelta en un cierto halo mágico, contribuyen con ello.
Por otro lado, es innegable que El abrazo de la serpiente es una película artística, en muchas ocasiones muy bien lograda, que nos sumerge en el punto de vista de los indígenas de la zona, su forma de pensar, sus costumbres, su organización social, su mundo onírico y hasta su concepción del mundo. Una manera de ver las cosas totalmente ajena a la nuestra y con la que en ocasiones podemos sentir empatía. Y esto vale mucho.
Sin embargo, el aporte de la película no se detiene aquí. Los dos personajes extranjeros que conocen a Karamakate, un europeo y un estadounidense, nos hacen ver otra situación. Ellos, a pesar de su precaria manera de viajar a través de esos vírgenes parajes, logran obstinadamente estudiar las culturas locales y darlas a conocer al mundo. Una extraordinaria labor que también es apoyada por la mayoría de los indígenas con los que se topan. De allí el propósito del cineasta de llevar a cabo una producción como esta con un equipo latinoamericano (Colombia, Venezuela y Argentina), para romper un poco con lo que justamente se narra en el largometraje: cómo sobre todo el viejo mundo nos ha explicado, tras su estudio, nuestra propia cultura.
Ciro Guerra nos muestra todo esto, en medio del caos que ha conllevado para muchas tribus adaptarse por la fuerza al estilo de vida occidental, y del peligro inherente de vivir en ese momento y en ese lugar. Un retrato que nos permite conocer mejor nuestro pasado, y por ende entender nuestro presente. A fin de cuentas solo ha pasado un siglo después de todo aquello, y lamentablemente no podemos afirmar que hoy en día las culturas indígenas del Amazonas están realmente preservadas y protegidas.
Así que vale la pena dedicarnos a ver esta película que nos confronta con esta realidad que tenemos cerca y a la vez muy lejos. Su relevancia ha sido reconocida con una nominación en los premios Óscar de este año a “Mejor película de habla no inglesa”, y su paso por los festivales de San Sebastián y Cannes.
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