La agonía de Castro
El escritor caraqueño Rufino Blanco Fombona era una de las plumas más talentosas e iluminadas de la Venezuela de su tiempo. El hombre fue historiador, poeta, periodista, político y editor. Entre su vasta obra se pueden encontrar estudios, ensayos, monografías, biografías, compilaciones, diarios, memorias y testimonios.
Nacido en 1874 durante el gobierno del General Antonio Guzmán Blanco y fallecido en la ciudad de Buenos Aires en 1944 durante el gobierno del General Medina Angarita, Don Rufino Blanco Fombona vivió y fue testigo de un largo período de revoluciones y dictaduras que parecía estar llegando a su final para el año de su muerte, todo gracias a las reformas políticas ejecutadas por los Generales Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita.
En su obra titulada “Camino de imperfección” (diario de mi vida 1906-1913), publicada por la Editorial América en la ciudad de Madrid en el año 1933, se pueden leer interesantes entradas que esbozan un retrato histórico de la situación política que se vivía en Venezuela después de “La Aclamación” del General Cipriano Castro y los días de su repentina enfermedad a mediados de 1906. He aquí algunos de sus apuntes:
Caracas, 5 de Julio de 1906
Castro se ha dejado convencer que debe seguir haciendo nuestra felicidad. Hoy ha entrado a la ciudad de Caracas. Fiestas magnificas de recepción. En Europa no pueden darse cuenta de lo que hoy se gasta en flores e iluminación en Caracas y de lo que se gastará en bailes, porque ninguna ciudad europea, tan pequeña como Caracas, derrocharía tales sumas en igualdad de circunstancias. Esta noche baile en la Casa Amarilla; mañana baile en el Palacio Municipal; pasado mañana otro baile. Como Castro es bailómano, la Restauración hace una política bailable. Bailamos al son que nos tocan.
Caracas, 2 de diciembre de 1906.
El General Castro desde el día siguiente de su entrada a Caracas ha caído enfermo. Unos aseguran que es sífilis, otros que es tuberculosis ganglionar. Lo cierto es que el hombre no sana. Viajes a Antímano, viajes a Macuto, nada lo mejora. Su probable muerte sería, en las presentes circunstancias, una catástrofe para Venezuela, no porque Castro sea bueno, malo o providencial, sino porque en Venezuela el peor gobierno es preferible a la mejor de las revoluciones. Odian tanto a Cipriano Castro, aunque le temen y a la turba de montaraces que lo acompañan, que la mera circunstancia de ser andino, va a ser, probablemente, luego de muerto el Presidente, un crimen, un título a la cárcel, al revés de lo que es hoy, un título a la estimación pública y al poder.
Caracas, 19 de diciembre de 1906.
La situación política es muy escabrosa, pero propicia a la audacia: Castro enfermo de muerte, el Vicepresidente Juan Vicente Gómez, un bárbaro, velando el momento en que el enfermo cierre los ojos para adueñarse del Poder Público, y diferentes círculos, unos por enemigos del Vicepresidente, y otros por mera ambición que nada justifica, como perros de presa en torno de un hueso que todavía no ha echado el amo al suelo. Esto sin contar los revolucionarios en el exilio que gruñen desde Europa, Nueva York y las Antillas.
Caracas, 24 de diciembre de 1906.
Este Castro ni se acaba de morir ni se acaba de poner bueno. No parecen cosas suyas pues es hombre de resoluciones extremas. Entretanto la inquietud y la ansiedad llenan todos los espíritus. La vida política se reciente. No se reúne el Gabinete, no se toman providencias, no se resuelve nada. Un país no puede atar su suerte a un hombre, ni meterse bajo las sábanas porque el Presidente de la República esté enfermo.
La Guaira, 16 de marzo de 1907.
Acaba de pasar en tren expreso para Caracas el General Cipriano Castro, enfermo desde hace ocho meses y que buscaba salud en el balneario de Macuto. En países como el nuestro donde por costumbre inveterada y retardataria el Primer Mandatario tiene un poder más vasto, del ya enorme, que señalan las instituciones, a veces depende de la salud del Presidente la salud de la Patria. ¡Que absurdo!
Castro va macilento, flaco, rojo el cerco de los ojos, caídos los parpados, haciendo visible esfuerzo por mantenerse firme en el asiento a la contemplación de las curiosas multitudes que se apiñan en los andenes y a lo largo de la vía para verlo. Y en ese vagón de ferrocarril, junto con ese hombre extenuado y en demacración va también, canijo y maltrecho, el destino de Venezuela.
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