No lo sé, ahí vamos viendo
En estos días intenté sentarme a llorar por todas las cosas que me duelen, allí estaban, dentro de mí, no podía organizarlas pero las sentía claramente, arrugué la cara, comencé a sollozar pero me detuve porque ni una sola lágrima salió de mí. Ha sido difícil vivir los últimos tiempos. Desde un bohemio y antiguo edificio de Chacao me asomo al balcón a las siete de la mañana y veo a la gente que transita la esquina a esa hora, gente que fuma, que compra el café y el periódico en el kiosco, jóvenes uniformados camino a clases con sus mochilas, padres y madres en traje que llevan de la mano a sus hijos que van al colegio, personas que recién abrieron sus negocios para empezar otra jornada y tanto más; desde la azotea se ven de cerquita las ventanas de los otros edificios, con sus tendederos y su ropa tendida y hacia arriba el cielo inmenso que algunos de estos últimos días estuvo maravillosamente nublado, lo veo todo y pienso en qué estarán comiendo mis padres, mis hermanos, si el dinero les estará alcanzando este mes, si tendrán algo de frutas en la nevera porque me preocupa que no estén alimentándose bien, ¿alguna vez pensé yo en escribir algo tan dramático?
No quiero sonar amarillista, nada me gusta menos que ser visceral en la escritura, un montón de sentimientos exagerados tirados entre las letras no es de mi agrado y menos cuando se exponen ante un público, pienso que debo ser sensata, verdadera, honesta. No es que no tenga con qué vestirme o en dónde vivir, ni que no tenga para pagar la renta del teléfono, por ejemplo, sin embargo, asuntos como qué comer, cómo ir al médico, dónde encontrar medicinas, cómo seguir estudiando, a qué hora llegará el agua, cómo extiendo el dinero de la quincena, cómo lidiar conmigo misma, se ramifican dentro de mi realidad y cuando me siento a llorar me doy cuenta de que soy de cemento, en mí algo se ha apagado y me he puesto a preguntarme si soy la única o si hay más personas que, como yo, se ha percatado de todo ese concreto que en algún momento se solidificó en ellas.
Para este artículo tenía pensado ir al jardín del Museo de Bellas Artes, inspirarme allí y luego sentarme a relatar algo al respecto, recuerdo cuando en una de las salas de ese museo vi la exposición del fotógrafo Raymond Depardon, fue maravilloso lo que sentí, era la época en la que iba a conciertos, obras y museos, para luego meterme en algún café y leer un libro, a veces en las noches observaba la fauna nocturna y me hacía feliz ver a todos sin juzgar a nadie, era más joven y sentimentalista, era feliz aun cuando estaba triste y yo sentía que estaba viviendo.
Ahora navego en un océano turbulento, entre el trabajo, la universidad y las situaciones personales no me queda mucho tiempo, leer me cuesta tres veces más, la concentración se pasea al lado mío de vez en cuando pero con frecuencia se me desaparece, ni hablar de la inspiración, hace rato que no la veo, así como hace rato que no veo el azúcar en mi casa o hace rato que no voy al Teresa Carreño, y mientras que hace unos años el mundo subterráneo del metro me parecía de lo más interesante, hoy me desespero en la entrada de la estación al ver a la gente entrar y salir. La modernidad suele hacer eso, ella tiende a insertarte dentro de un sistema que no es el mejor pero es el que está más fácil al alcance, uno se endurece cuando solo trabaja y trabaja porque vivir es muchas otras cosas además de trabajar, en parte es eso, pero en parte es también esta crisis, este caos, esta Venezuela que me tocó vivir y en la cual, me he podido dar cuenta, resistir es una forma de lucha tremenda, lo hacemos a diario, lo hacen mis padres y mis hermanos, lo hace la gente que veo desde la ventana y la azotea, cada uno a su manera, con sus instrumentos, y tal vez no se percatan de ello.
Desde mi vida siento que el corazón se me va cauterizando, mientras todo se va poniendo más difícil yo voy tejiendo en mi imaginación el día en que comencemos a renacer de las cenizas, ese día lloverá y veré las gotas resbalando desde las hojas de algún árbol, por lo menos en mi mente es así. ¿Cómo vivir estos momentos?, cuando ya no quiero hacer más colas por arroz, cuando estudiar me da fastidio porque la situación universitaria es deprimente y no sé si me graduaré el próximo año o si tendré ganas de ir a clases mañana, cuando mi semana se satura de cosas por hacer y termino el día dándome cuenta de que me he tomado el café solo por tomármelo, cuando ya voy extrañando a los que tienen planes de irse del país, cuando ya no disfruto la noche porque le tengo miedo a las calles que alguna vez disfruté, cuando mi casa está sucia porque el agua solo llega los jueves y esos días no hay nadie en casa para limpiar.
¿Cómo me siento?, no lo sé; ¿Cómo le hago para seguir aguantando?, no lo sé; ¿Cómo lo hacemos?, tal vez son dos cigarros en vez de uno aunque la caja esté bien cara, o tal vez es perderse de lleno en el trabajo del presente con la imagen de lo que queremos ver en el futuro, tal vez es levantarse hoy y quejarse pero mañana levantarse y no hacerlo, tal vez es intentar sonreírle a los niños en el metro de nuevo y luego continuar haciendo peripecias y sacrificios pensando en el mañana, o levantarse de la silla para ir a la Galería de Arte Nacional y ver de nuevo a Miranda en la Carraca, tal vez sea orar tirada en piso con los ojos cerrados, salir a correr el sábado al Parque del Este, llamar a alguien, salir con alguien aunque no se tenga dinero, descubrir que el ocumo chino es sabroso también como acompañante, enamorarse aún en estos tiempos. No lo sé, la araña que vive en el rincón del techo de mi cuarto tampoco lo sabe.
Esta reflexión no es para quejarme, si a Dios le ha placido que nazca aquí, que viva esto, no es menos vida aunque por un largo tiempo cargue con esta Bárbara de cemento. ¿Cómo vivir estos momentos?, no lo sé, ahí vamos viendo, yo solo espero que estemos aprendiendo.
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