La caída
A las ocho de la noche del lunes 4 de enero de 1892 el Presidente de la República, Doctor Raimundo Andueza Palacio, atiende a un evento orquestado en su honor en las lujosas instalaciones de un refinado club social caraqueño.
Más de ciento cincuenta invitados se han reunido en un inmenso salón para brindar con champaña “Chamberín Lafitte” por la salud del Magistrado y engullir un banquete conformado por exóticos platillos como sopa de tortuga, pargo a la montpensier, ensalada italiana, bandejas de distintos quesos, bombones, copas de vino blanco de burdeos “Haut Sauternes” y Jerez andaluz.
Los comensales escuchan como el Presidente habla de sus perspectivas para el año que recién inicia y finaliza su arenga garantizando a todos los presentes que no aspira continuar en el poder más allá de lo permitido por la ley. Son pocos los que creen en sus palabras pues, según se rumorea en callejones y plazas a lo largo y ancho del territorio, el guanareño impulsa una reforma constitucional para mantenerse en el poder.
Es una mañana de los primeros días de febrero que en la Casa Amarilla se presenta un emisario del General Joaquín Crespo, su nombre es Manuel Modesto Gallegos y lleva consigo un mensaje dirigido al Presidente Andueza que dice: “Si usted no entrega el poder el 20 de febrero al Presidente de la Corte Federal, yo le hago la guerra porque sería una usurpación y conmigo está el país”.
Son muchos los que, por estos días, se acercan al Presidente de la República para advertirle que, de no abandonar sus pretensiones continuistas, se podría generar una conspiración para derrocarlo. Pero Don Raimundo hace caso omiso a los consejos de personajes de alta talla como el banquero Manuel Antonio Matos y el escritor Francisco González Guinán, así como también a la amenaza bélica del temible “Tigre de Santa Inés”.
La crisis política estalla el 20 de febrero, día pautado por la Constitución para el inicio de las sesiones anuales del Congreso Nacional y la entrega formal del Poder Ejecutivo. El número de parlamentarios no es suficiente para declararse instaladas las cámaras legislativas y Andueza Palacio no entrega su investidura al Doctor Carlos Urrutia, Presidente de la Corte Federal. Entonces Crespo, que es hombre conocido por cumplir su palabra, aunque se encuentra a cientos de kilómetros en su hato “El Totumo” en tierras de Guárico, hace circular en Caracas su proclama esa misma noche y se alza en armas contra el continuismo.
Los diputados y senadores del interior tardan casi un mes en comenzar a llegar a Caracas tan solo para encontrar que el Ministro de Obras Públicas ha emitido un comunicado para clausurar temporalmente la sede del Congreso Nacional. En el documento se alega que el mal estado de los techos de las salas de sesiones representan un riesgo a la integridad de los parlamentarios.
Andueza Palacio no permite que se instale el Congreso Nacional ni desea entregar la Magistratura. Estas acciones constituyen un Golpe de Estado ya que le dan la espalda al imperio de las instituciones del gobierno constitucional y el principio de alternabilidad en el ejercicio de los poderes públicos. Lo que está sucediendo en Venezuela amerita rebelión y el derrocamiento inmediato del usurpador, así lo piensa y dice la gran mayoría de los venezolanos.
A mitad de marzo, los senadores y diputados que apoyan el legalismo denuncian públicamente que sus colegas “anduecistas” son los responsables que el Congreso Nacional todavía no se haya instalado y hacen un llamado a los hijos de la Patria para levantarse contra aquellos que aspiran entronizar la autocracia en el país, centralizar el poder y restringir la libertad. La respuesta del gobierno a este comunicado es emitir una orden de arresto contra todos aquellos que han osado firmarlo. Todo parece indicar que no habrá solución pacifica a la crisis política en Venezuela.
En las inmensas llanuras comienzan a brotar hordas guerrilleras que se van uniendo a las fuerzas de la “Revolución Legalista” cuando ven pasar al General Joaquín Crespo en su camino hacia la capital. Mientras tanto, generales, diputados y senadores de la oposición, que hacían vida en Caracas esperando la instalación de las cámaras, ensillan sus bestias y cabalgan a la ciudad de Valencia para encontrarse con el caudillo llanero.
En Venezuela vuelve a estallar la guerra y Raimundo Andueza Palacio no es más que un cadáver político. Su tiempo en la Presidencia está a punto de llegar a su final.
Esta historia aún no ha terminado.
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