Los últimos minutos de “Gabrielito” el asesino de Jorge Enrique González
Por la vara que mides serás medido
Versículo bíblico
Un joven de corta edad que vestía únicamente los ropajes de su piel de color azúcar morena la cual acompañaba con un bóxer negro a rayas rojas algo desgastado dormía tranquilamente dentro de una vivienda humilde de las “aguas impetuosas”, en la ciudad de Caucagua; en Miranda.
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Mientras que afuera y bajo un potente sol matutino se desplazaba unidades del Comando Operativo Nacional Antisecuestros de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) que iban destinado a matar. Aquellos elementos de la ley eran movidos por un sentimiento de venganza; iban por el asesino de su mayor en jefe Jorge Enrique González Arreaz y su esposa.
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Un mal augurio despertó a Gabrielito. –Algo está pasando- pensó el joven que por inercia se armó con su pistola Glock 9mm sin perder mucho tiempo. El joven desconocía que iban a por él. Aunque lo presentía desde lo más profundo de su corazón corrompido, no todo los días asesinas a un reconocido militar y lo vives para contarlo.
No bebió agua, no comió pan, no leyó nada; montó una guardia desde su trinchera. Sólo se alistó para otro asalto. Le quitó el seguro a su fiel amiga, que en cualquier momento pondría a ladrar. Nada ni nadie lo iban a detener. Gabrielito se creía imparable e inmortal.
Pero una sombra obscura se ceñía sobre él. Ya sus minutos estaban contados. Su vida estaba a punto de caducar. Lo más seguro era que lo que sentía Gabriel lo habían sentidos sus múltiples victimas, y es que él se había dado unas largas pasantías por el bajo mundo del secuestro, del homicidio y de los robos en diferentes puntos entre Caracas y Miranda; Gabrielito era todo un criminal; una lacra.
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Los militares se movían estratégicamente por las veredas de aquel humilde barrio de clase baja y ultra baja, donde es normal despertarse con hambre por no comer la noche anterior. Ellos iban guiados al lugar en donde se encontraba Gabrielito. Sus botas al chocar al piso emulaban el rugir de los tambores; marcaban el sonido de la marcha de la muerte.
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Aquel joven en vez de dar gracias a dios por un día más de vida, daba gracias por tener dos peines repletos de municiones. Se movía angustiado por su habitación. Miraba por las ventanas y no encontraba razón de su angustia –Cuando la muerte se acerca el corazón te lo advierte, es el sexto sentido-
El corazón le latía velozmente. Las ansias por accionar su arma lo devoraban al igual que la ansiedad devora a los adictos a la cocaína por una raya.
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Los elementos de la ley, equipados con furia y armas largas cruzaban con el dedo en el gatillo por las calles; eran imparables. Los vecinos se refugiaban, miraban temerosamente la intervención al barrio Marizapa, algunos se escondían deba bajo de las camas, otros se protegían con los escudos penetrables de concreto que eran las paredes de sus hogares.
A unos pocos metros de distancia de los “buenos” se “enconchaba” el presunto asesino.
100 metros avanzaban los militares
90 metros; aceleraban sus pasos
Los tambores de la muerte vibraban otra vez
80 metros; cada vez más cerca de Gabriel
50 metros
20 metros
10 metros
5 metros
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Gabrielito vislumbro los primeros demonios de verde que tanto odiaba y tanto mal le habían hecho a él y a los suyos. Detestaba la ley y posiblemente la ley lo detestaba a él. Sin pensarlo dos veces comenzó a accionar su arma contra ellos.
-Pla-pla-pla – Los sonidos de su rápida arma terminó de despertar al barrio, tal gallo cantor, el joven brindaban un desayuno de puro plomo a los turistas de la GNB. Sin piedad, sin humanidad, Gabrielito volvía a disparar a matar –primero muertos ellos que yo-
-Pla-Pla-Pla-
-Pla-pla-pla-
Los casquillos percutidos caían lentamente rendidos a sus pies y rebotaban por el suelo de bajareque. No lo temblaba el pulso a Gabriel; quien no aprendió a leer, aprendió a matar.
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-Encontramos al objetivo- afirmaron Los guardias, quienes no retrocedieron más, avanzaron más y alistaron sus fusiles rusos. Y por más que por ira que por defensa dispararon a matar. — Pra- pra- pra – comenzaron a corear sus armas al son de la música de la muerte. Al mejor estilo del antiguo oeste comenzó un duelo de disparos donde el más vivo sobreviviría.
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Las balas comenzaron a silbar muy cerca de Gabrielito, la lacra. Cada cierto tiempo tenía que agacharse para que no le dieran los certeros disparos. Subía el arma y disparaba sin ver en varias ocasiones. Tenía miedo; nunca había sentido tanto miedo.
Se encomendó a dios, besó el crucifijo de plata que colgaba de su cuello y se puso de pie, listo para matar otra vez y paso. Muy lamentable para él pero paso. Un primer proyectil chocó contra la parte inferior de su desnudo abdomen. Unas incontrolables ganas de vomitar mezclado con un olor a metal y una sensación similar al calor se apoderaron de él.
Se llevó la palma de la mano izquierda al sitio de la herida y se la intentó tapar, sus dedos oscuros se mezclaron con el rojo escarlata de la sangre. Con la mano derecha disparo los segundos que le quedaban a todas las dirección posible.
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Desde el norte, sur, esto, oeste llegaban los guardias. Rodearon la casa. Se movían al compas de la perfección para no ser impactado por los proyectiles de Gabrielito, pero no todo es tan perfecto. Un proyectil alcanzó en el hombro a Frankil Vásquez Villegas un sargento mayor del Grupo Anti extorsión y Secuestro de la GNB. Algunos compañeros lo socorrieron antes de que pasara lo peor y lo retiraron de la zona.
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Gabrielito no alcanzó a ver que hirió a un demonio de verde porque habían alcanzado por otros tantos proyectiles; uno en el hombro, otro cerca del corazón; heridas letales. Gabrielito se desangró en el piso hasta morir; así terminó la vida de un joven venezolano de 24 años de edad entregado en cuerpo y alma al mundo delictivo.
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Los uniformados entraron en la vivienda de manera abrupta y encontraron tendido en el suelo con las piernas cruzadas a Gabriel Argenes Sánchez, alias Gabrielito. Al lado de su cadaver hallaron el celular de María Eugenia Romero de González esposa del funcionario asesinado, junto a dos peines largos y una glock 9 mm.
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A primeras horas del 5 de abril del 2016 funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana en conjunto con agentes del grupo GAES allanaron las viviendas del barrio Marichapa en busca de Gabriel Romero alias “Gabrielito” y su banda, quienes fueron identificados como los presuntos autores intelectuales la muerte mayorJorge Enrique González Arreaz, de 53 años de edad, hecho ocurrido el reciente sábado.