Sin máscaras ni piedras (III)

sin mascaras ni piedras

Augusto Monterroso nos cuenta, con la única frase del cuento más breve de la literatura universal, que “al despertar, el dinosaurio seguía allí.” Millones de venezolanos descubrieron esta agobiante realidad a las 4 de la madrugada del lunes 16 de agosto de 2004. Durante horas habían hecho colas interminables a las puertas de los colegios electorales para expresar cívicamente su rechazo a Hugo Chávez, ahora Francisco Carrasquero anunciaba a tambor batiente la derrota del SÍ y nadie se lo podían creer.

Al caer la tarde del domingo, Henry Ramos Allup, Felipe Mujica y César Pérez Vivas, sonrientes y felices como tres niños el día de Navidad, mostraron ante las cámaras de la televisión su confianza ciega en el triunfo opositor haciendo con los dedos la señal de la victoria. Más de media Venezuela se fue esa noche a la cama con la certidumbre de que Chávez había mordido el sucio polvo de un fracaso electoral irremediable. Al despuntar el alba, Ramos Allup, el ceño fruncido por su grave error de cálculo, mientras Enrique Mendoza daba media vuelta y desaparecía, le pedía a los venezolanos un poco de tiempo para encontrar una explicación razonable de lo ocurrido.

Ramos Allup nunca despejó esa incógnita y muy pronto la perplejidad, el abatimiento y la indignación se adueñaron del ánimo de la Venezuela opositora. Sobre todo, porque poco después del mediodía, Jimmy Carter y César Gaviria certificaron la verdad de unas cifras oficiales que le daban al NO la victoria por un margen inconcebible de 20 puntos.

Sin embargo, la incómoda pregunta que se veían obligados a hacerse ahora los venezolanos no era tanto para conocer el por qué de ese desconcertante resultado, sino para entender cómo y por qué la dirigencia política de la oposición, a pesar de tantas y tan aparatosas violaciones a la Constitución, esgrimiendo el argumento de que con trampas o sin trampas el referéndum estaba blindado, aceptó las ilegalidades que una a una habían ido desmantelando la posibilidad de celebrar esa consulta electoral en condiciones de equidad y transparencia. Y por qué, en lugar de enfrentar la realidad de un fraude progresivo que dejó a la sociedad civil en una situación de abandono, minusvalía y vulnerabilidad insuperables, decidieron acudir mansamente al matadero de unas urnas trucadas. Pasando por alto, desde la designación de un CNE al margen de las normas constitucionales, hasta la nacionalización vertiginosa de casi dos millones de extranjeros, la sospechosa contratación de Smarmatic, la incorporación de máquinas captahuellas vinculadas electrónicamente a las de votación, las migraciones ilegales de electores y los ostensibles abusos de poder, como el invento de las llamadas planillas planas, la necesidad de repetir el acto de las firmas y la grosera conversión del referéndum en plebiscito.

El gran error de la Coordinadora Democrática fue no admitir siquiera la naturaleza totalitaria del chavismo. Como tampoco lo hacen ahora. Creer que Chávez era tan demócrata como los gobernantes del antiguo régimen y que bastaba la experiencia de los viejos partidos para acorralarlo a punta de votos y sacarlo pacíficamente de Miraflores. Sostener contra viento y marea que gracias a la presunta destreza política de los jefes de la oposición Chávez no podría escapar a la calamidad electoral por venir. Y no entender que sus aparentes retrocesos no respondían a súbitos desfallecimientos, y apenas eran meros simulacros y cebos para conducir a sus adversarios a nuevas y mortales emboscadas.

Como señalaba The New York Times en un editorial publicado dos días después, a la oposición le faltó “eficacia y realismo” para encarar el desafío que le presentaba Chávez. Uno tiene estos días difíciles la impresión de que la MUD, al garantizarle al régimen su propósito de salir de Nicolás Maduro “sin máscaras ni piedras”, es decir, portándose bien a pesar de su llamado a la “rebelión constitucional” para por fin desconocer oficialmente el mandato popular del 6D, sencillamente repite aquel indignante despropósito de la Coordinadora. De nuevo sin ninguna eficacia y, por supuesto, sin realismo.

Serie de este artículo:

Sin máscaras ni piedras (I)

Sin máscaras ni piedras (II)

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