Resurrección

Hace un par de días me tropecé en YouTube con un video aficionado de 6 minutos y tantos de duración, titulado “Caracas 1972.” Silente y con pobre calidad, las imágenes nos muestran, sin embargo, una Caracas que ya no existe, limpia, ordenada y feliz, que contrasta ostensiblemente con la realidad que vivimos en esta miserable Caracas de 2018. Visión que, naturalmente, nos obliga a pensar en el milagro de la resurrección. Al tercer día, o cuanto antes sea.

Lamentablemente, nada termina hasta que se acaba. Quizá por esta simple razón siempre recuerdo por estas fechas la conocida observación de Yogi Berra, el legendario receptor de los Yankees de New York: el juego no termina hasta que se saca el último out, pues más allá de su significado religioso, la Semana Santa nos transmite una enseñanza parecida. La resurrección de Jesucristo no hubiera sido posible sin su pasión y muerte. Es decir, que su sacrificio no habría tenido sentido ni habría terminado si no se hubiera producido el milagro de superar la muerte, el más insalvable de todos los obstáculos. Vaya, que el milagro de la resurrección es posible, pero sólo si estamos resueltos a hacer el mayor de los sacrificios.

Esta reflexión nada tiene que ver con sentarse a esperar que se produzca el milagro. Eso hacían los alquimistas de la Edad Media, inútil experiencia que repiten en la Venezuela actual los promotores de la conversión igualmente imposible de ciertos secretos ingredientes en diálogo fructífero con el régimen y deslumbrante celebración de elecciones libres y transparentes. Un oro desde todo punto de vista imposible en el marco de una dictadura. Y pienso en esto, porque mientras el mundo cristiano entraba en su habitual alto en el camino para reflexionar sobre el significado de la resurrección de Jesucristo, nuestros mercaderes de la esperanza han vuelto a agitar las banderas del diálogo y las elecciones como si esa combinación de mentiras no fueran los más acabados mecanismos del engaño del régimen y de la capitulación de un sector complaciente de la oposición. Y como si estos profetas del mal intencionado credo electoralista pensaran que los venezolanos, a pesar de sufrir lo que sufren desde hace años, todavía creyeran a pies juntillas en los pajaritos preñados de la salida pacífica y electoral de la crisis que los oprime y desespera.

No, este juego de perversidades no producirá el milagro. Sencillamente no habrá salvación mientras no se acabe primero con esa prédica a favor de una dulce y contemplativa espera de algún milagro salvador. En la realidad venezolana actual no basta siquiera plantearse el dilema de acudir dócilmente a esta o a cualquier otra convocatoria “electoral” de la dictadura porque somos mayoría o a rebelarnos contra esas urnas trucadas mediante la abstención como recurso pasivo. La resurrección de Venezuela como urgente y legítimo deseo de millones y millones de venezolanos no será posible sin alimentar una auténtica pasión ciudadana y conducirla hasta sus límites más agobiantes. Como hizo Jesucristo para dar testimonio de su verdad. No abandonando Palestina para recorrer las regiones vecinas con la finalidad de explicarle al mundo las conocidas desventuras de su pueblo a manos del imperio romano y de la hipocresía y perjurios de los escribas y sacerdotes fariseos, sino enfrentándolos cara a cara, a sabiendas del altísimo precio que tendría que pagar para validar, más allá de cualquier duda, la promesa de darle a su pueblo la oportunidad de vivir una vida nueva.

Sólo así habrá resurrección democrática en Venezuela. Como estuvo a punto de suceder a partir del 16 de julio del año pasado. Validación aquel día de la pasión y muerte de meses de resistencia en las calles de toda Venezuela, mandato indiscutible de una proeza popular que por muy ocultos motivos fue rápidamente desactivada por los falsos y autoritarios profetas de la oposición para volver a sentarse a la mesa de otro fraudulento diálogo y salir corriendo a inscribir a sus candidatos para las trucadas elecciones regionales convocadas al margen de la ley. Persistente traición de nuevo en marcha estos días para impedir que se haga realidad el ya ineludible milagro de nuestra resurrección como nación libre y democrática. A no ser que a tiempo alguien expulse a los mercaderes del templo.

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