Entrevista en la Rotunda
La crisis ha erosionado física y mentalmente al Presidente de la República, así lo evidencian inmensas ojeras, las arrugas que le surcan el rostro y su pulso tembloroso. La cosa no es para menos pues al Dr. Juan Pablo Rojas Paúl le ha tocado manejar los hilos del poder durante la agitada época de la fractura y desmorone del Partido Liberal.
El General Joaquín Crespo se encuentra en Trinidad, a pocas millas de las costas orientales, y su cercanía representa una amenaza que causa preocupación e insomnio al Magistrado. Guzmán Blanco ha empacado sus corotos y se ha marchado a Paris, dejándolo a la buena de Dios frente a las pretensiones políticas del “Tigre de Santa Inés”.
Don Juan Pablo sabe que su gobierno es tan débil como su fama pues no posee leyenda guerrera, carece de carisma y se ha mostrado incapaz de mover masas o intereses económicos. Al hombre se le atribuyen infinidad de defectos pero el ser tonto no se encuentra en la lista, tiene ojos y oídos por todas partes y sabe que son muchos los civiles y generales que se han aventurado a navegar el Mar Caribe, en temporada de tormentas, para pagarle sus respetos al guariqueño.
Centenares de cartas le informan, con nombre y apellido, sobre quienes se acercan a la residencia isleña de Crespo. Las misivas describen, con lujo de detalle, como todos son bienvenidos en su morada, lo agasajan con obsequios, solicitan su consejo y lo felicitan por el éxito en su nueva empresa de goletas de cabotaje entre Venezuela y las Antillas.
Cuentan sus espías que Crespo recibe a quienes lo visitan y este agradece el gesto develando sus planes para derrocar el gobierno. A todos les comenta que con las ganancias de la naviera ha comprado un moderno arsenal fabricado en Europa dotado de fusiles, carabinas automáticas, piezas de artillería pesada y más de un millón de tiros. La conjura del llanero no es secreto para nadie y los comprometidos no saben ocultar plan ni fecha. Entonces, a mediados del mes de noviembre de 1888, empieza a circular en Caracas el rumor que estas navidades Don Joaquín y Doña Jacinta se comen las hallacas en la Casa Amarilla.
La mañana del 2 de diciembre, a eso de las nueve, un miembro de la tripulación del buque de guerra “Libertador” divisa en el horizonte la vela de una goleta que repentinamente altera su rumbo, se trata del “Ana Jacinta”, embarcación con la que Crespo planea invadir Venezuela. El General Francisco de Paula Páez, máxima autoridad a bordo del “Libertador”, ordena poner el buque a toda maquina y darle cacería a la goleta forajida.
Después de una hora de persecución, uno de los disparos del “Libertador” rompe el botalón del “Ana Jacinta” dejándola a la deriva entre el vaivén de las olas. Entonces alguien sale a cubierta meneando una servilleta blanca en gesto de rendición. Es así que se procede al abordaje y los tripulantes de la embarcación rebelde son detenidos y el cargamento de armas incautado.
La Madrugada del 3 llegan a La Guaira los prisioneros Joaquín Crespo, Juan Francisco Castillo, José Antonio Velutini y más de un centenar de alzados. Al desembarcar son inmediatamente trasladados a “La Rotunda”.
Rojas Paúl ha dado la orden al alcaide de la cárcel que desocupe su oficina y habitación contigua para habilitar estos espacios al General Crespo. El Gobernador del Distrito Federal, General Ignacio Andrade, es el encargado de vigilar todos los detalles del recibimiento al caudillo apresado. En estas recámaras le instala un lujoso mobiliario dotado una mesa para jugar dominó y baraja, una inmensa cama, sillones y poltronas, todos de la tienda más fina de Caracas.
Esa misma noche, entre la oscuridad de “La Rotunda” se desliza en silencio espectral un personaje alto, esquelético y de largas ancas como el silbón. Los dos centinelas, estupefactos ante su repentina aparición, le abren las puertas de la celda sin pronunciar palabra, se trata del Presidente de la República que ha venido a entrevistarse con el cautivo.
El encuentro se produce a puerta cerrada y sin presencia de terceros. Durante tres largas horas reina el silencio afuera de los aposentos de Crespo y un firme golpe en la puerta indica que la conversación ha concluido. El presidente vuelve a cruzar el umbral del calabozo y, sin dar las buenas noches, se aleja por el pasillo hasta fundirse entre las sombras.
Rojas Paúl ha convencido a Crespo que la guerra solo traerá de vuelta a Guzmán Blanco y ninguno de los dos quiere que eso suceda, este pacto en “La Rotunda” será entonces el punto y final de la era guzmancista.
El “Ilustre Americano” jamás volverá a Venezuela.
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