Se acabó el carnaval
Editorial #307: Los populistas también lloran
El populismo vive sus peores días en la región. El último capítulo se escribió en Brasilia la madrugada del pasado jueves, cuando 55 senadores votaron a favor de suspender de su cargo a Dilma Rousseff y dar luz verde al juicio político por haber ampliado el presupuesto de la República de manera ilegal. Solo 22 votaron en contra.
Rousseff no solamente queda apartada de la Presidencia de Brasil por 180 días mientras dura la investigación –algo que probablemente terminará en su destitución- sino también el Partido de los Trabajadores (PT), que gobernó ese país desde el 2003 de la mano de Lula da Silva, pierde el control y queda como el único opositor al gobierno de Michel Temer que es producto de la coalición de todos los demás partidos políticos.
Irónicamente, el caso por el que Rousseff fue apartada del poder no tiene nada que ver con los otros hechos de corrupción en los que tanto ella como su mentor Lula están involucrados, como el Lava Jato y el Petrolao, por ejemplo. Si bien es cierto que la política en Brasil ha estado siempre caracterizada por hechos de corrupción, lo que más indigna hoy a los brasileños es que uno de los gobiernos más corruptos fue justamente el que llegó al poder enarbolando la bandera de la honestidad y la lucha por los más pobres: Lula, “el primer presidente obrero” y Dilma, “la primera Presidenta mujer”, terminaron siendo peores que sus predecesores. A la gente, más que su deshonestidad, le ofende su cinismo.
Esa característica no fue exclusiva del país de la Samba. Si bien el proyecto regional, conducido desde el Foro de Sao Paulo, nació en Brasil a principios de la década de los noventa, rápidamente se fue extendiendo por la región. Con la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela, los Kirchner en Argentina, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador, el proyecto socialista se consolidó por más de 10 años. Una década en la que además se vieron favorecidos por una bonanza económica nunca antes vista, con altos precios del petróleo, gas y otras materias primas que significaron ingresos que pudieron gastar y robar a su antojo.
Pero se acabó el carnaval. No solo para Brasil, sino también para sus socios en la región. Las costuras se le empezaron a ver a un modelo socialista insostenible y las economías de los países que lo adoptaron comenzaron a quebrarse. El espejismo de “prosperidad” se diluyó y, con él, se evaporó el apoyo popular con el que alguna vez contaron.
La fuerza de la realidad los golpeó de frente y los mostró desnudos: líderes populistas que se aprovecharon de los pobres para hacerse ricos; que condenaban la corrupción mientras robaban más que nadie; y a los que lo único que les importó fue perpetuarse en el poder.
La historia está llegando a su fin. En Argentina, Cristina Kirchner, quién continuó el proyecto de su difunto esposo Néstor, está fuera del poder y enfrenta varios juicios por corrupción. Lula y Dilma cayeron en desgracia en Brasil y lo más probable es que sea definitivo; también les tocará enfrentar a la justicia por diversas acusaciones de lavado de dinero. En Ecuador, Rafael Correa, seguramente consiente de la mala hora por la que están pasando sus compañeros, prefirió no buscar una nueva reelección y terminará su mandato el próximo año. Evo Morales, el más fiel aliado de Chávez y Maduro, acaba de perder en un referéndum la posibilidad de reelegirse una vez más y ahora está más preocupado de resolver problemas domésticos con su examante –a la que beneficio con millones de dólares del Estado- que de gobernar.
Venezuela sigue siendo el país de las dificultades. A pesar de que es el lugar donde el proyecto socialista ha durado más tiempo y ha hecho más daño, todavía luchamos por salir de éste. El camino que tenemos por delante no será fácil, pero debemos transitarlo con la convicción de que caminamos en la misma dirección de la historia.
Nada es para siempre, como quizá creyeron quienes saquearon a nuestros países estos últimos años. Les está llegando la hora de rendir cuentas y su novela está en sus capítulos finales.
Una que muy bien podría llamarse, “Los populistas también lloran”.
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