Es la hora del ciudadano: La hora decisiva

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El pueblo venezolano está viviendo la peor situación de pobreza, desamparo e incertidumbre jamás imaginada después de tantas promesas de felicidad ofrecida por el discurso redentorista de la revolución bolivariana. Una profunda angustia existencial inquieta sus noches, mientras que por el día va constatando que su vida está sometida a una situación cada vez más precaria y riesgosa. Las garantías constitucionales están restringidas,  la vida, la salud no están garantizadas, cada quien debe arreglárselas como pueda. El pueblo se hace mil preguntas a diario en medio de terribles carencias y tribulaciones… casi nadie responde.

 

La desilusión, el malestar y la espera del estallido social

El país está haciendo aguas por todas partes. Las ilusiones se fueron desvaneciendo a lo largo de estos últimos años  a la vez que la población fue constatando la dramática  y desbordante realidad que amenazaba –y sigue implacablemente amenazando- el mantenimiento y la capacidad de protección de la vida misma. El malestar represado pugna por expresarse ante el descalabro del estado de derecho y la violenta negación de las vías democráticas para atajar la crisis. Hay protestas a diario por toda la geografía venezolana: saqueos, espantosos linchamientos, protestas por los servicios básicos, por la comida y los medicamentos que escasean peligrosamente; por las colas y la humillación que a diario se sufre en ellas; volcamientos cada vez más frecuentes de camiones y gandolas con comida, incendios de alcaldías o sedes de Corpoelec… pero sin embargo, hasta ahora no ha habido lo que se ha dado por llamar un “estallido social” de gran magnitud y alcance generalizado (aunque esta situación de anomia y profundo malestar social se está presentando con unas dinámicas que pueden ser muy contagiosas en un momento determinado). Hay quienes lo esperan con ansias, unos dicen que es inminente, otros se extrañan porque no ha sucedido todavía. Pero casi toda la población lo está esperando. Lo espera a sabiendas que nos puede traer lo peor: la desmesura desbordada, la barbarie entre nosotros. Es la paradoja de la concepción del mal con significados de bien mayor que puede salvarnos. Lo expresa la gente así en todas las entrevistas que hemos realizado desde hace meses.

Sabemos que están dadas muchas de las condiciones para que se produzca un fenómeno colectivo de grandes magnitudes y significativa repercusión social y política. Pero eso no quiere decir que se dé. Que llegue el gran acontecimiento de lo que cada quien imagina puede pasar para resolver el atasco. La espera es una forma de aliento indeterminado y brumoso que nos instala en el perverso mientras tanto con el cual puede irse desvaneciendo la vida mientras esperamos lo que creemos puede suceder. Es decir, ponemos la vida democrática, nuestras vidas, en suspenso, en “modo sobrevivencia”  mientras esperamos lo que puede llevarnos a un desenlace. ¿Y si no sucede lo que se pronostica? ¿Y si no hay estallido social?

 

La hora decisiva

“Muévete, y el camino aparecerá” (Proverbio Zen)

Lo que vaya a ocurrir no vendrá porque nosotros lo esperemos, si no que será obra de nuestra pasividad (el peor de los escenarios), situación que otros aprovecharán para usurpar el poder abandonado, ó, será obra de nuestras acciones ciudadanas indignadas, sacudidas por tanta tormenta e intemperie, las cuales llevarán al país a dar un giro histórico que drene la tensión del conflicto y lo canalice por las vías democráticas. Ojalá este giro no sea precipitado por un fenómeno violento. Ojalá que no ocurra el tan esperado “estallido social” y el pueblo se decante por la vía institucional, por los múltiples mecanismos constitucionales que tiene a la mano para revertir esta ignominiosa situación.

Para lograrlo, la sociedad venezolana, todos y cada unos de los actores sociales deben entender su rol singular, decisivo y decisorio en esta hora crucial para el país. La ciudadanía debe hacerse consciente de su potente y clave rol para destrabar la situación e impedir que el país se deshaga. ¿Y cuál es ese rol en términos concretos, cotidianos, prácticos y eficaces? Tiene que ver con todo aquello que signifique el despliegue de acciones para, en primer lugar, concientizar-problematizar permanentemente acerca de lo que ocurre, es decir, hablar, conversar, dialogar, reflexionar, discernir, discutir, debatir con todas las personas y organizaciones sociales de nuestro entorno acerca del derecho y del deber de contestar al autoritarismo, de nuestro papel para impedir que el autoritarismo se instale cómodamente entre nosotros y anule nuestras posibilidades de ser una sociedad libre y democrática. Esto significa mantener sistemáticamente una disidencia sonora y organizada, ejercer presión social permanente con manifestaciones de calle, movilizaciones, concentraciones, foros, debates, asambleas en defensa de los derechos humanos, de nuestros derechos civiles y políticos;  sostener una presencia e intervención permanentes en los medios de comunicación social nacionales e internacionales y en las redes sociales;  implica ejercer la crítica e interpelación constante a los depredadores de la democracia estén en el lado que estén.  En concreto, todo esto significa la puesta en marcha de una rebelión -individual y colectiva- pacífica, democrática, ciudadana que resista y conteste al autoritarismo y sus fauces. No por nada Camus escribió:  “Me rebelo, luego somos”. Luego existo.

Los actores políticos y sociales que apuestan al estallido social, los que están jugando la carta de provocar un estado de conmoción social  “para que pase algo” o para que “pase lo que tiene que pasar para que venga el cambio” o, por otro lado, para proclamarse víctimas de una conspiración nacional o internacional atizándolo a diario para perpetuarse en el poder -o para acceder a él por la vía rápida- cavan día a día la tumba de muchos venezolanos que se verán envueltos en ese peligroso huracán de miles indignaciones históricas desatadas.

 

Es posible un cambio sin violencia

El pueblo ha demostrado una y otra vez que no quiere salidas violentas. El 6D fue una clara manifestación de ello. Fue un día grandioso de ejercicio ciudadano que mostró las ansias de democracia que anhela imperiosa la sociedad venezolana. Y, sin duda, hoy somos más que ayer, más que los 7 millones 726 mil 606 votantes de aquel 6D. El gobierno ha tratado por todos los medios de pasarle por encima a esta contundente mayoría, descalificando,  ninguneando ese hito histórico que asomó el nuevo capítulo de esta historia que comenzó ese día. Los resultados electorales del 6D expresaron que la mayoría de la sociedad venezolana quiere cambio de rumbo, de conductores, de partidos gobernantes, cambio de modelo económico… cambio por la vía de los votos y en paz.  Esa inmensa mayoría le dijo NO a un futuro no democrático.

Somos testigos de un gran sufrimiento colectivo, sí, pero también, del advenimiento de una Venezuela que está próxima a ponerle punto final a este estado de cosas.  Es una Venezuela que sabe que está en su hora decisiva.  Por eso creemos que es la hora del ciudadano, la hora de la civilidad, la hora decisiva de hombres y mujeres con coraje, dignidad y firme convicción democrática quienes serán los que abrirán la senda hacia otro horizonte para Venezuela, la hora de todos los hombres y mujeres de buena voluntad que sumen caminos de libertad, democracia y paz.

Si anhelamos una Venezuela inclusiva, plural, respetuosa de las diferencias, pacífica, segura, una Venezuela pujante, en paz y democracia tenemos que trabajar duro por ello… Adelante. Como diría un amigo: que nuestro porvenir se convierta en el porhacer que debemos asumir para que esa aurora llegue pronto.

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