Teoría de la relatividad

maduro

Siendo López Contreras capaz de reducir su mandato de siete a cinco años, se hizo hábito que el período constitucional cubriese el lustro bajo la Constitución de 1961. Sabiéndolo un mal pertinaz en la historia continental, por lo menos, la no-reelección inmediata atenuó parte de las distorsiones que el solo planteamiento continuista ocasiona.

La alternancia en el poder fue una inmensa conquista y, por más que la nieguen so pretexto del  bipartidismo inaugurado – acaso – tardíamente, en 1973, lo cierto es que explotó en 1993 para abrir la senda novedosa del multipartidismo, junto a la descentralización, ambos fenómenos desconocidos y violentados por las aspiraciones y realizaciones hegemónicas que sellaron las décadas siguientes. Por cierto, suele olvidarse la complejidad adquirida por el referido bipartidismo que, concursado además por los gremios e intereses de la más variada naturaleza, incluso, bipartidismo que trastocó en una situación normal el disenso y hasta la ruptura del partido de gobierno con el mismo gobierno al que le servía de soporte (y no al revés, como acaeció luego).

De haberse respetado el período quinquenal,  contaríamos con un cuarto mandatario nacional en el presente siglo, conscientes de la cantidad de años transcurridos desde que iniciamos la centuria. Tenemos 17 años con un mismo y deplorable gobierno y, aparentemente, ya no recordamos que, desde la etapa inaugural, apostó – mínimo – por el 2021.

Para los privilegiados del poder, añadidos los que lo festejan en el exterior después de saqueadas las arcas públicas, 17 años no son nada anhelando la eternidad de sus goces e, incluso, dicen requerir de medio siglo más – Rafael Ramírez lo dijo – a fin de remediar nuestros males y, faltando poco, desmontar el perverso capitalismo: tememos que, muy antes, ya no habrá país en cumplimiento del escatológico propósito. Sin embargo, para  las inmensas mayorías del país que sufren al régimen, ya es demasiado y, superando la ilusión óptica que generó el extinto mesías, vuelven a la realidad – la que jamás se fue – con el hambre, las enfermedades, el desempleo, la inseguridad personal y el miedo inoculado, palpables, constantes y sonantes.

Una teoría de la relatividad, no sabemos si general o especial, aplicada al medio político, a la vida cotidiana y al drama  personal, la entendemos con la más didáctica explicación que nos concedió Einstein: son muy largas y penosas las horas si compartimos un café con una persona detestada, convertidas en muy breves e insuficientes si lo hacemos con la persona amada. Diecisiete años, equivalentes a cuatro períodos constitucionales de los de antes, constituyen un fardo insoportable porque nos mata de hambre, de un atraco callejero, de la falta de medicamentos y, encima, de la ausencia las libertades hasta para quejarnos, mientras las minorías del poder prosiguen festivas y despiadadas.

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