Un pantano tricolor

pantano tricolor

Venezuela está herida: Tiene un adenocarcinoma que corroe las entrañas de la res publica (Si, la cosa de todos) y le hace deponer aberraciones sociales y políticas que demuestran, una vez más, la recurrencia de la historia cuando un pueblo ha permanecido en las penumbras de la ignorancia por décadas.

En otro orden de ideas, ¿Por qué el autor dice esto? ¿No estará desconociendo décadas de avances científicos, económicos y sociales que trascendieron en Venezuela? Es cierto que en nuestra res publica ya no se transita libremente en guayuco, pero aún seguimos intercambiando nuestro oro por espejos y comunicándonos por señales de humo a pesar de que el mundo evoluciona a cada segundo.

Nuestros aborígenes entregaban el oro que yacía en la tierra a los españoles conquistadores a cambio de un material que nunca habían visto y les reflejaba como el agua: vulgares espejos con ínfimo valor comercial en comparación con el brillante metal amarillo. La similitud de ese “trueque” con las realidades de Venezuela en los últimos cien años es alarmante.

José Rafael Pocaterra reseñó en su magistral obra “Memorias de un venezolano de la decadencia” todos los vejámenes y torturas espantosas que sufrían en el país aquellos quienes no comulgaban con la dictadura de Juan Vicente Gómez, siendo estos maltratos parte de cotidianidad al no existir la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Una de estas torturas que aplicaba «El Bagre» Gómez la relata Pocaterra en su obra, citando: “el acial se le pasa al hombre loco que no resiste, una cuerda por la cabeza en forma de aro; a esta, de un lado, se le introduce una varilla para hacer el torzal… Vásele dando vueltas hasta que la cuerda sobre el cerebelo y sobre las comisuras de la boca abierta hace tal presión que inmoviliza los maxilares. La lengua queda abajo, naturalmente, bien tenida por la cuerda tensa; y como al acialado se le atan previamente las manos, ulula, gruñe, se tuerce, hasta que cae al suelo desesperado, llorando sin sollozos; porque el acial no permite otra manifestación que un ronquido. En los ojos de la víctima hay una angustia de bestia apuñaleada”. Dantesco, ¿no?

Hoy día, en Venezuela, se violan flagrantemente la mayoría de los preceptos contenidos en esta Declaración, a pesar de las tecnologías de la información y la velocidad en que se propagan las noticias. El ostracismo que sufre actualmente la res publica no es algo casual ni aleatorio: es producto de un plan orquestado para regresarla hasta mucho antes de sus orígenes y así poder saquear deliberada e impunemente todas sus riquezas, en complicidad con todo aquel a quien no le interese llenar sus arcas del dinero ensangrentado de una población cuyo único e imperdonable pecado es la ignorancia.

¡Inmunda y poderosa ignorancia que detiene todo indicio de crecimiento y evolución de todo aquel que le da alojo! Un país cuyos gobernantes no se preocupan por educar, sino adoctrinar, está condenado a tener como huésped este pantagruélico mal por generaciones.

Tampoco es casualidad que el actual gobierno extranjero y saqueador pretenda destruir nuestro suelo y contaminar nuestras aguas en búsqueda de oro. A todas estas, la fiebre por el preciado metal y la necesidad de conquistar otros mundos condujo a los españoles a nuestra virgen porción de planeta. La indolencia del extranjero para con las tierras ajenas es de corte natural: no ha de importarles devastar el ecosistema foráneo en pro de la adquisición de todos sus recursos naturales. Si el petróleo no vale nada, pues, ¡qué importa! También hay oro para robar.

No hicieron falta las armas para someter a esta población que duró cuarenta años en democracia participativa. El discurso falaz de un orador malintencionado bastó para hipnotizar a un colectivo que aún no terminaba de acostumbrarse a la democracia y sus implicaciones. Los venezolanos siempre han preferido lo fácil antes que lo ganado. De allí la penetración de las ideas psicópatas y ruines de aquel militar izquierdoso (finado) que abrieron las puertas al invasor cubano, expulsado en el pasado de nuestra res publica por sus ínfulas invasoras. Ver Incidente de Machurucuto.

Fue así como Cuba logró entrar al país por Maiquetía (o la Carlota), cumpliendo el sueño del dictador Castro de poseer las riquezas de Venezuela a bajo costo. Solo le bastó adoctrinar a un imbécil para que este hiciera supurar la llaga social que estaba a punto de estallar, producto de las malas políticas públicas y el desconocimiento de la historia por parte de los gobernantes que hicieron vida en las cuatro décadas de civilidad.

Es nuestra labor educar a las generaciones venideras mostrándoles el daño inconmensurable que causa otorgarle el poder ejecutivo a un militar, que, por el solo hecho de serlo, es capaz de volcar las armas que aprendió a utilizar en contra de un pueblo famélico de progreso que contraríe sus necesidades imperiosas de obtener poder cuasi ilimitado.

En la educación reside la evolución. Esta le otorga todas las vías necesarias a la población para que pueda crear lo que quiera por sí misma, respetando los derechos ajenos y manteniendo la civilidad, rara avis en nuestros días de oscuridad comunista donde impera la infame «viveza criolla», que atropella y no da lugar a la compasión hacia los indefensos.

Venezuela necesita luces, esas que solo los educadores pueden brindar, favoreciendo su trabajo con merecidos honores y estabilidad económica. Esa que hoy es una ficción para cualquier profesional que desee surgir sin la necesidad de delinquir.

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