Atrás quedaron los tiempos en los que el gobierno venezolano era protegido por sus cómplices en la región
Editorial #313: Menos solos
Por primera vez en 17 años, el mundo pudo ver la realidad venezolana sin disfraces; el chavismo al desnudo. De manera inédita, en la Organización de Estados Americanos (OEA), se presentó un informe detallado con datos estadísticos que preocupan a cualquiera.
Solo eso, ya fue una derrota para el gobierno de Venezuela y una victoria del secretario general de esa organización, Luis Almagro, quien impulsó esta posibilidad.
Consciente del impacto que tendría el informe de Almagro si se hacía público, la canciller venezolana Delcy Rodríguez hizo un intento desesperado por impedir que se presente y pidió a los países que voten por no aprobar la sesión aludiendo que significaría un “funesto precedente” y una “intromisión” de esa organización. Grave error.
Venezuela fue derrotada por donde se mire. Entre los 34 países miembros de la OEA, el gobierno perdió la votación 20 a 12 –con 2 abstenciones-. Entre los países de Unasur, la votación quedó 9 a 3 contra Venezuela. Entre las naciones que componen el Mercosur, también perdió 4 a 1. Si tomamos en cuenta la población de los países que votaron, 900 millones de personas estuvieron a favor de conocer la verdad sobre Venezuela; 67 millones en contra.
Atrás quedaron los tiempos en los que el gobierno venezolano era protegido por sus cómplices en la región, comenzando por el exsecretario general de esa organización, José Miguel Insulza, quien durante años operó para desactivar cualquier iniciativa que buscaba rescatar las libertades y el respeto por los derechos humanos en el país.
A pesar del intenso lobbying diplomático del gobierno venezolano y la infaltable propaganda local e internacional, la semana pasada el mundo escuchó de boca de Almagro la trágica realidad sobre la grave crisis económica, financiera, de seguridad, institucional y en materia de derechos humanos que atraviesa el país.
La presentación del informe inició el mecanismo de activación de la Carta Democrática para Venezuela, un hecho inédito desde su firma en 2001. Queda por ver cómo se van desarrollando las siguientes etapas, entre las que se encuentran la toma de decisiones “conjuntas” entre los países miembros, la creación de un “grupo de países amigos” que acompañe el proceso de diálogo en el país y cualquier otra herramienta que contemple la OEA. No es verdad que la Carta Democrática obstaculiza el diálogo; todo lo contrario, podría ser lo único que lo haga viable.
Ahora ningún país puede alegar no estar al tanto de la realidad venezolana. Quedó claro que atravesamos la peor crisis de nuestra historia republicana. Los gobiernos vecinos saben muy bien que si aquí ocurre un estallido social, inevitablemente puede desestabilizarlos a ellos.
También quedó claro que en el país no existe un diálogo. Es imposible que se lleve a cabo mientras el mediador sea alguien como el expresidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, quien es un emisario del gobierno y no goza de la confianza de la oposición.
Además, para que el diálogo sea viable, debe incluir la liberación de los presos políticos, la realización del referéndum revocatorio este año y el irrestricto respeto a la Constitución. Cualquier otra cosa sería un fraude.
Mientras tanto, en el país, los venezolanos continúan pasando sus días intentando sobrevivir la desgracia que les ha tocado vivir. Cada vez más cansados, pero también conscientes de que una vez más, los ojos del mundo están sobre Venezuela.
Hoy, el gobierno venezolano está más aislado que nunca. Y nosotros, menos solos.
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