La ciudad que quizás queremos

La ciudad que queremos (portada)

Son las calles torrentes sanguíneos de las ciudades, los espacios hablan de lo que somos porque son el resultado de lo que hacemos de ellos, y son al mismo tiempo generadores de inspiraciones, sentimientos y emociones en nosotros; lo que en las calles suena, huele, brilla, es condicionante de nuestros días, a la vez que de lo que estamos llenos las llenamos. Para esta edición especial de Guayoyo En Letras lo que quiero es intentar mostrar mis pequeñas ideas a los lectores de esta web, porque es quizás esto lo mejor que Dios me ha otorgado en estos tiempos. Las palabras no son suficientes, las imágenes me ayudarán a acercarle al público lector mis esperanzas, por esto, además de un artículo, será una especie de galería creada por la tecnología dos punto cero y lo que luego su imaginación se atreva a pintar.

En algún buscador de la red uno puede intentar localizar las calles de cualquier lugar, y pasear, sin ir muy lejos, por lo menos la vista entre preciosos lugares que no más verlos generan en nosotros ganas, ansias, deseos, historias… ahora, podemos imaginar cuánto más se sentiría estar allí. Para darles una muestra les regalo esta primera galería.

Solo unos pocos lugares de tantos, lugares hermosos que me llevaron a pensar en mi querida Venezuela, tanto que tenemos para darnos a nosotros mismos y a otros que se han quedado sobre nuestros suelos. Pero no busquen calles de Caracas. Es en serio, ustedes colocan “calles de Caracas” y no encontrarán nada parecido a la galería anterior. Nada. Pueden intentarlo, puede revisar de nuevo esta galería, y luego los invito a ver esta fotografía.

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Ahora pueden llegarles un sin fin de preguntas, comentarios, deseos, tristezas, ganas o dolores a sus cuerpos pensantes, al ser bio-psico-social que son –que somos, ya he pasado por ahí–. Y ahora, intentemos responder esas preguntas, confirmar esos comentarios, centrar esos deseos, y lograr poner en su lugar todas las tristezas, ganas y dolores con esta segunda galería. Lo bueno es que nadie nos está apresurando, podemos pasarnos por las imágenes una y otra vez el tiempo que queramos, sin miedo a que se esté haciendo tarde.

 

¿Cómo somos?

Caracas es como un mercado de gitanos, así es su gente, de esto caí en cuenta hace unas semanas en la estación del metro de Bellas Artes, existe una repetición de esta realidad en los venezolanos de todo el territorio; los mercados de Conejero, Mérida, Chacao, Guaicaipuro, entre muchísimos otros, así como mercaditos populares de dos o tres días, e incluso mercados extranjeros como el mercado peruano o el mercado chino, son una muestra ejemplar de ello. Es como si estuviera en nuestra sangre, miren sus calles, somos un gigante mercado árabe al mejor estilacho latino, cuando quisieron imponernos el estilo de vida europeo no supimos como convivir con sus normas sociales, porque somos esos de los que venden helados de teta en la casa de la cuadra de arriba, de los que sacan las sillas al porche a golpe de cinco de la tarde para hablar con la comadre de al lado, de domingos de cerveza y dominó y niños partiendo la piñata. Desde hace mucho venimos haciéndolo mal entonces, copiando modales por parecer más refinados; del mercado de gitanos moderno que podríamos ser hoy –y que los hípsters podrían disfrutar mucho, quién sabe–, resultamos en realidad un zoológico, un cárcel donde se ha intentado domar nuestro colorido para parecer más de clase, unas calles llenas de fieras que desean obtener sí porque sí los manjares que ofrece el tan adorado consumismo que se bombardea desde la publicidad (¡muchas gracias señores!). ¿Qué hubiese sucedido si en vez de copiar modelos europeos o norteamericanos se hubiese diseñado la ciudad, qué digo la ciudad, el país, desde nuestras propias entrañas? Recuerdo una vez que asistí a los conversatorios de Una Sampablera por Caracas, el representante de FUNDHEA mencionó que, en unos archivos que recientemente habían conseguido (para aquel entonces), se descubrió que hemos sido desde siempre una ciudad de tráfico, pues en el centro de Caracas, aun en la época de los burros y carruajes, existían conflictos por ello. Qué maravilloso es conocer nuestra historia, si tan solo a alguien le interesara, y no nada más la de guerras y dictaduras, digo… ¿solo somos eso o qué?

La arquitectura de nuestra ciudad habla de lo que hemos creído que somos, cada vez que se construye un puente es una estructura de hierro asfaltada muy similar a los puentes de guerra, que se construían a los trancazos para cruzar de un sitio a otro pero no porque les interesase disfrutar del paseo. ¡¿Dónde están los letreros con los nombres de mi calles y mis avenidas?!, más rayados artísticos, más verde hacen falta. En las aceras cambiemos motos por mesas, he observado en algunos cafés y panaderías decentes –las panaderías son como los puentes en este país–, al abuelo que va solo a tomarse su cafecito sentado, a las parejas que se ríen, a los amigos que disfrutan de la buena música, a aquellos que van a leer un libro rogando que no los paren de la mesa porque hace rato que ya se terminaron el café… estos lugares no se dan abasto. Ver la gente disfrutando de los espacios al tomarse su tiempo para vivir, ¿por qué no repetir momentos como estos? Llenemos las calles de cafecitos, de museítos, de tienditas hechas a mano, de plazas, de árboles, de barcitos y restaurantes, de escaleras de piedras, de monumentos que no solo hablen de nuestras guerras, ¡de esto hace falta más!

Seamos honestos, los grandes empresarios monopólicos jamás han salvado ningún país, si vamos a hacer las cosas bien hagámoslas bien, es la competencia justa lo que genera una economía sana, hay que caer en cuenta de ello porque una visión es una empresa y un país con oferta diversa es un país al que nos gusta viajar ¿o no? (el que entendió, entendió). Si se trata de crear ciudad: ingenieros, arquitectos, artistas, ¿dónde están?; solo alguien con experiencia en la medicina cotidiana, de cómo es en verdad el asunto en los hospitales a diario, puede ayudarnos con el tema de la salud en el país; y ¿para qué graduamos sociólogos?, si nadie parece haber caído en cuenta de que para acercarnos a la solución de la basura en las calles hay que conocer a nuestra gente, nuestra gente que vacía sus basuras en esas calles, y ver desde allí cómo logramos manejar mejor el asunto, y convencer desde allí sobre la ciudad en la que queremos vivir. Sé que no es sencillo, y menos en estos día de calles apagadas y locales cerrados, en estos días donde la inflación y el desabastecimiento están ahogándonos, pero aun así solo me resta decir que tenemos que luchar, porque lo otro es tirarse a morir al paso de los días.

No estoy hablando solo de Caracas, estoy hablando de 23 estados más también, estoy incluyendo también las dependencias federales, que al parecer basta con que los enormes yates encallen en ellas y entonces seguimos repitiendo ese desagradable sentir conformista bajo la tranquilidad de que allá por lo menos entran más dólares. Yo quiero viajar a otros países, vivir en otros países y experimentar de lo bello que ellos pueden regalarme, pero por siempre quisiera quedarme en Venezuela y que también este país fuese un lugar donde otros pudieran recoger hermosura. Por último quiero citar las palabras de Alberto Veloz en uno de sus artículos refiriéndose a Sabana Grande:

“Su ubicación equidistante entre el centro y el este de la ciudad lo hacía el lugar de encuentro para gente de todas las condiciones sociales: económicas, políticas, culturales, donde cabían escritores de gran valía y los emergentes. Ministros de turno sin guardaespaldas. Poetas de lustre. Periodistas de alto vuelo. Artistas reconocidos y de cabaret como la famosa y estilizada Madame de ébano que se sentaba todas las tardes en la misma mesa con su pinta de “retirada” y de haber gozado la vida. Músicos que se empeñaban en amenizar con clásicos boleros y rancheras harto conocidas. Borrachitos consuetudinarios y fastidiosos. Pintores de toda talla donde sobresalió por su calidad plástica Pascual Navarro, versión tropicalizada de Dalí, con excéntricos trajes e innumerables sortijas, una en cada dedo, que lo hacían parecer un hippie con su hirsuta barba y sienes plateadas. Cientos de tardes, sentado frente a su caballete, pasaba largas horas pintando.”

Barbara Uzcategui
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