Creíamos que nos lo merecíamos todo sin mucho esfuerzo
Editorial #317: Escapar de nosotros mismos
Con motivo del Bicentenario de la declaración de Independencia en Argentina, celebrado la semana pasada, la Universidad Siglo XXI de Córdoba realizó un estudio en el que se analizó el deseo de los argentinos de abandonar su país.
El resultado fue sorpresivo: cuatro de cada diez se iría “sin reparos”. Incluso en una coyuntura de un cambio político positivo y con una mayoría que espera que las cosas “mejoren” en los próximos meses, según la misma encuesta, casi la mitad se iría.
Eso nos obliga a pensar que si un estudio similar se realizara hoy en Venezuela, seguramente el resultado reflejaría un porcentaje mucho mayor de personas que estaría dispuesto a emigrar sin pensarlo dos veces.
Al indagar más, las similitudes con lo que ocurre en nuestro país se hacen evidentes. El principal motivo para querer irse de Argentina es la inseguridad, seguido por las dificultades económicas y por la percepción de que “no se tiene futuro”. Sin embargo, en un análisis más profundo de las respuestas dadas por quienes participaron en el estudio, los expertos concluyeron algo impactante: la razón principal por la que escapan los argentinos de su país es: los argentinos.
Al pedirles que describan en una sola palabra a sus compatriotas, adjetivos como “egocéntricos”, “corruptos” y “flojos” quedaron en los primeros lugares. En ese punto, las similitudes con nuestra realidad se hacen aún más claras. Los venezolanos también padecen, en una escala mucho mayor, el problema de la violencia, la crisis económica y la falta de oportunidades como ningún otro vecino de la región. Pero existe un problema mucho más importante por resolver: nosotros mismos.
Un país no es sus playas, ni sus paisajes ni su clima. Una nación la conforman sus ciudadanos y sus acciones. En Venezuela, durante décadas, hemos estado acostumbrados a que las cosas sean relativamente fáciles. El siglo pasado, mientras la mayoría de los países de la región padecía criminales dictaduras militares, el país vivía una estabilidad democrática excepcional. Durante las décadas de mayor crisis económica regional, en Venezuela, gracias al petróleo, se vivía cómodamente.
El daño fue grande: nos acostumbramos a lo fácil. Creíamos, hasta hace poco, que nos lo merecíamos todo sin mucho esfuerzo y que nunca íbamos a terminar en el lugar que hoy estamos. Estábamos convencidos de que eso podía ocurrirle a cualquiera, menos al venezolano.
De paso, cuando nos dimos cuenta de que estábamos en caída libre, para muchos fue más fácil salir corriendo buscando un mejor destino en otras latitudes. Cada quien tiene el derecho –y seguramente motivos válidos- para tomar la decisión de dejar su país. Sin embargo, todos tenemos la obligación de valorar el sacrificio de quienes no lo hacen y deciden dar la lucha en primera línea. Al final, esos que rescaten a Venezuela lo harán para los 30 millones de ciudadanos.
Toda esta experiencia que nos ha tocado vivir en Venezuela, a los que se fueron, a los que volverán y a los que nos quedamos a luchar, nos tiene que servir de algo. Tanto sufrimiento no puede ser en vano.
Es fundamental que nos demos cuenta de que independientemente de los motivos que tengamos para dejar el país o de lo lejos que nos vayamos, tenemos la obligación de ser diferentes.
Porque hay una sola cosa que jamás podremos hacer: escapar de nosotros mismos.
- Brasil: dos certezas y dos incógnitas - 3 octubre, 2022
- Editorial #705- Recalculando - 21 junio, 2022
- Editorial #703 – Sorpresas que no sorprenden - 30 mayo, 2022