Nada es gratis

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La educación no es ni puede ser gratuita. Tampoco la medicina, ni la seguridad. Todo tiene un costo, y sobre todo, un valor.

El hecho de que la sociedad se organice para que algunos bienes y servicios no requieran de un pago directo por parte de los beneficiarios, no quiere decir que gobiernos o Estados se promocionen de manera populista con la mentira social de que esos bienes son gratuitos.

El daño que se hace a la sociedad es múltiple, y se padece en dimensiones inimaginables.

Cuando se promociona a la educación, la salud y la seguridad (por citar tres ejemplos extraordinariamente sensibles) como gratuitos, se le quita todo el valor que estos bienes deben tener.

Al ser gratuito no les considera ni valora. Se les menosprecia.

Cuando se sabe el valor de cada cosa, un lápiz, una jeringa, un salario de docente, de médico o de policía, se puede comprender la importancia del sistema, la inversión del país, la previsión del futuro. Cuando se esconden esos valores, se ocultan también las verdades miserables que hoy explican nuestra realidad.

Nada es gratis. Todo cuesta.

Pasa con otros servicios, como los de electricidad, hidrología, telefonía, Internet, aseo urbano. Los subsidios (absurdos) deben destacarse, y eliminarse si no se cumplen ciertos requisitos, de manera que se establezca criterio y razón, para que cada cosa tenga su justo precio, en razón de auténtica justicia y no de caprichos que hunden más nuestra economía, y en lo puntual la calidad de los servicios que se reciben.

Cuánto daño ha hecho el término gratis. Cuanto daño el fomento del golilleo, como práctica colectiva de desatención a los costos, de precariedad de raciocinio respecto al valor de cada cosa.

 

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